Por Pablo Hernández | Diego Mendoza
Durante una tranquila y fría mañana, un pueblo en Ucrania cambió su habitual despertador por el estruendo de un bombardeo que impactó un aeródromo a las afueras de Kiev, en ese momento, Alba Liuva Becerra Pérez estuvo segura de que su vida y la de su hijo corrían peligro, la guerra tocaba a su puerta, “fue una cosa de pesadilla”, recuerda.
Originaria de Compostela, Nayarit, pero con el acento marcado de Europa del Este, que refleja sus más de 30 años viviendo en Ucrania, relata cómo el conflicto en esta zona del mundo comenzó a escalar a niveles inimaginables, para una población que en los últimos años se había acostumbrado a vivir en tranquilidad.
“Yo no tenía intenciones de salir, hasta el último momento no creía que esto fuera a suceder… confiaba que aunque el momento era muy agudo, se iban a sentar a dialogar y Ucrania terminaría por reconocer la soberanía de las repúblicas separatistas o bien, que el conflicto armado sólo se iba dar en dichas zonas”.

Un día antes, la maestra y ex diplomática nayarita ayudó a un connacional a escapar de Kiev junto con su familia, justo después de que el Presidente de Rusia, Vladimir Putin anunciara lo que llamó un operativo especial militar en Ucrania, con el fin de acabar con el supuesto genocidio y persecución que sufre su pueblo.
“Yo nunca vi una discriminación, mi hijo es ruso, mi esposo es ruso y yo solamente hablo ruso, pero nunca se nos trató diferente. La mayoría de ucranianos de nuestra zona suelen hablar los dos idiomas… muchos de los programas de televisión como noticieros y novelas se presentan en ruso… pero sí había una parte de ucranianos, sobre todo adultos mayores, que mostraban afinidad a la incorporación de sus zonas a Rusia, principalmente por los programas de pensión que son superiores en ese país”, relató la maestra durante el encuentro que auspició la Universidad Autónoma de Nayarit.
En el mismo testimonial, Alba Liuva reconoció que, como cualquier país libre y democrático, Ucrania promovía una identidad nacional a través del idioma y la cultura, erigiendo estatuas de sus propios héroes y renombrando calles; acciones que motivaron a que Moscú acusara de una supuesta campaña antirusa y de estar nazificando el país.
En menos de un día, el intenso discurso de Vladimir Putin se convirtió en una escalada de violencia sobre la nación ucraniana, que poco a poco observó cómo sus regiones dejaban atrás el azul y amarillo para volver a ese pasado soviético que se disfrazaba en el tricolor del blanco, azul y rojo.
Fue el 25 de febrero, cuando la maestra Alba Liuva tomó documentos, ropa, alimento y agua; para junto a su hijo retirarse a bordo de un vehículo tras convocar una caravana con amigos y gente cercana. Sabía que podía contar con el apoyo de la Embajada mexicana, que anteriormente le había sugerido salir del país durante las primeras evacuaciones, lo cual no logró debido a que a su hijo padecía COVID-19 en aquel momento.
La travesía comenzó a través de la carretera a Odesa, una zona portuaria de alto valor estratégico que queda de camino a Rumania, lugar donde las autoridades mexicanas la esperaban para repatriarla.

Un primer reto implicaba librar los distintos cercos militares, en los cuales el tiempo se volvía una eternidad, a vuelta de rueda, que sumada a las bajas temperaturas volvían una odisea el trayecto.
“Yo todo el camino le decía a mi hijo, no puedo creer que ésto pase… estaba haciendo mucho frío, teníamos dos noches durmiendo en el coche y fue muy agotador, yo no podía ni salir del carro, porque avanzábamos a vuelta de rueda y tenía que acelerar. La distancia era de ocho kilómetros, si caminaba podía llegar más rápido, pero el vehículo era una salvación para mi hijo, si le negaban salir del país, podría regresar en el coche a un lugar seguro”.
De acuerdo con la entrevistada, los cercos militares impedían a los varones de entre 18 y 60 años salir al extranjero, ya que estos debían formar parte del ejército; su hijo, de 25 años de edad es liberado del servicio militar por una ligera debilidad visual; sin embargo, estas actas estaban siendo anuladas, ya que a pesar de las discapacidades podían apoyar en labores administrativas.
Al riesgo de perder a su hijo, se sumaba el peligro que significaba cruzar una zona sobrevolada por los aviones rusos que suelen bombardear puntos estratégicos como gasolinerías, puentes, centros comerciales y aeródromos.

“En Vasylkiv nos tocó la fortuna de abandonar la ciudad, horas antes de que terminara totalmente bombardeada. En Bila Tservka, igual, al día siguiente que estuvimos ahí, estuvieron atacando esa zona… Nos detuvimos en una estación de gasolina para entrar al baño, de repente comenzaron a sobrevolar aviones”, recuerda con terror la ex diplomática nayarita.
Finalmente y pese a toda adversidad, Alba Liuva Becerra Pérez logró salir de Europa en uno de los aviones que envió el gobierno de México para repatriar a los connacionales. Hoy junto a su hijo se encuentra viviendo en Las Varas, comunidad que la acoge y desde donde sigue dando clases a sus alumnos en Kiev; desde esa perspectiva recuerda su hogar.
“El pueblito donde yo vivo es una décima parte de Las Varas, a 10 kilómetros de Kiev, hoy todos mis vecinos ya los han evacuado, son cerca de dos mil personas; el problema es que están destruyendo todos esos pueblitos que no tienen ningún interés militar, están llegando tanques y los dejan totalmente destruidos”.

Sobre su familia y amigos solamente recuerda que el padre de su hijo se enlistó en el ejército, mientras que otros vecinos decidieron quedarse a ayudar al gobierno como voluntarios; incluso habla de otros mexicanos que han preferido mantenerse en Ucrania, como el caso de una mujer oaxaqueña que no quiso abandonar a su esposo y ahora sufren por los bombardeos, “sigo al tanto de ella, así como de los padres de mi nuera que siguen metidos en un sótano”, concluyó.