Por José Luis Olimón Nolasco
Con la esperanza de que se quite de mi boca el mal sabor que —literalemente— me dejaron las “palabras” escritas a propósito de la elección de la primera rectora de la Universidad Autónoma de Nayarit, a causa de los matices disonantes más que concordantes y realístico-pesimistas más que optimistas que quedaron fijados en ellas, de nuevo en domingo —un domingo que, por cierto, se cumplen 114 años del nacimiento de mi mamá— me dispongo a escribir unas “palabras” en las que recolecto algunos hechos deportivos relevantes bajo el título “dos estrellas perpetuadas y dos nacientes” que, contra lo que se podría esperar, no tienen que ver con el sorteo para el Mundial de Futbol Catar 2022 realizado esta semana, el cual, por cierto, ha despertado en algunos medios un optimismo un tanto desmesurado en cuanto al desempeño que la selección mexicana tendrá en él —en parte parecido al que se despertó durante los meses previos al mundial Argentina 1978—, sino que surgen de la noticia del ingreso al Salón de la Fama del golf de la mexicana Lorena Ochoa y del ingreso al Salón de la Fama del básquetbol del argentino Emanuel Ginobili —las dos estrellas perpetuadas—, así como de los triunfos de la polaca Iga Swiatek y del español Carlos Alcaraz en el ATP Masters 1000 de Miami —las dos estrellas nacientes.
El pasado martes 29 de marzo, se anunció que la Asociación de Golfistas Profesionales, incluyó en el Salón de la Fama de ese organismo a la golfista mexicana Lorena Ochoa, quien, por cierto, había sido incorporada ya, el año 2017 en el Salón de la Fama Mundial de Golf. El sustento de estas inclusiones radica en los 27 triunfos alcanzados en toneos de la Asociación Femenil de Golf Profesional [LPGA], los 2 “majors” obtenidos [RICOH Women ́s British Open, en 2007 y Kraft Nabisco Championship, en 2008], así como las 158 semanas consecutivas en que se mantuvo como la número 1 del golf mundial.
Emanuel Ginobili, por su parte, fue elegido para pasar a formar parte del Salón de la Fama del Básquetbol, al que será entronizado el próximo mes de septiembre. En su caso, los logros que le condujeron a esa elección tienen que ver, especialmente, con su contribución a la obtención de la Euroliga el año 2001 y del nombramiento como Jugador Más Valioso con el equipo Virtus de Bolonia; la medalla de oro obtenida como parte de la selección de Argentina en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y la medalla de bronce obtenida en los Juegos de Pekín 2008; los cuatro anillos obtenidos en la NBA con los Spurs de San Antonio, así como diversos nombramientos más como Jugador Más Valioso, entre los que destaca, sin duda, el de Jugador Más Valioso en los Juegos Olímpicos de Atenas.
En cuanto a las dos estrellas nacientes —aquí también una mujer y un varón— cabe, a diferencia de los casos anteriores, las cautelas del caso, porque suele darse el caso que las estrellas nacientes, acaban siendo flores de un día o de algunos torneos. De ahí que, en el caso de la tenista polaca Iga Swiatek y del tenista español Carlos Alcaraz quepa la duda acerca de la duración de esa luminosidad que en este inicio del año 2022 ha sido verdaderamente intensa.
En el ámbito del tenis femenil, la luz menguante de Serena Williams, la luz intermitente de Naomi Osaka, las luces, pasajeramente refulgentes de Emma Raducanu y de Leyla Fernández, así como el inesperado “apagón”, que será revertido próximamente, al parecer, de la australiana Ashleigh Barty, quien había anunciado recientemente y por segunda vez, su retiro del denominado “deporte blanco”, ha posibilitado que la luz de la joven tenista polaca Iga Swiatek esté brillando de manera tal que la sitúa ya en el primer lugar del ranking del tenis femenil.
En el ámbito del tenis varonil, el panorama es algo diferente, ya que en él, la luz radiante de dos de los tres tenistas que han acaparado por años el primer lugar de la clasificación parece estar menguando de manera irreversible y la del otro ha menguado tan poco que sigue ocupando el primer lugar en la clasificación, habiéndolo perdido solo unas cuantas semanas ante Daniil Medvedev, uno de los candidatos más fuertes no solo a llegar, sino a mantenerse en ese sitio que ocupó por unas cuantas semanas. En ese olimpo del tenis mundial, están presentes también el alemán Alexander Zverev y el griego Stefanos Tsisipas, pero, todo parece indicar que el español Carlos Alcaraz —quien ocupará, a partir de esta semana, el lugar 11 en esa clasificación trae consigo una luz que está llamada a seguir subiendo de intensidad, que tendrá una larga duración y que la veremos subir y subir en el corto y mediano plazo. Al menos esa es la impresión que dejó con su actuación en el torneo de Miami en que conquistó, con su calidad y sencillez, al público presente y a un buen número de televidentes al convertirse en el primer español en ganar ese torneo y en el tenista más joven en conseguirlo.
Y sí, estas palabras, han quitado de mi boca el sabor amargo de la disonancia y del pesimismo-realista y me han alimentado el optimismo y la esperanza, una esperanza que, en este caso, está muy lejos de morir o de tener que ser una esperanza contra toda esperanza; una esperanza firme en dos estrellas nacientes, llamadas a madurar, crecer y, quizás, a perpetuarse como las de Lorena y Emanuel…