Por Ernesto Acero C

El pasado sigue ahí. El país fue llevado a convertirse en un mar de sangre, en donde las carnicerías ahora son el pan de cada día. Se exige que el Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, acabe en un par de años con el flagelo. Esa exigencia la plantean los cínicos que hicieron de la nación un escenario dantesco mediante políticas equivocadas durante lustros, si no décadas. Esos desvergonzados en repetidas ocasiones eran los mismos socios o los mismos empresarios del crimen.

La libertad para consumir drogas, fue un asunto que se discutió en el Constituyente de Querétaro hace más de cien años. Luego vinieron, con Pascual Ortiz Rubio, regulaciones para curar problemas de toxicomanías. Más adelante, con Lázaro Cárdenas del Río, se continuó en la lógica del tratamiento de las adicciones. Finalmente, pocos meses después el Reglamento expedido por Cárdenas, se derogó y así dio inicio a un proceso contrario al uso de estupefacientes de manera libre.

El uso de drogas se remonta a tiempos inmemoriales. Solamente que su uso tenía más bien fines místicos, no lúdicos, no “recreativos. Las drogas fueron consumidas por grandes literatos y científicos. Solamente por citar algunos nombres, podríamos mencionar al mismo Sigmund Freud y a William Burroughs.

El uso de drogas marcó una época, la que se expresó de manera sobresaliente en Woodstock, donde se presentaron The Who, Creedence Clearwater Revival, Jefferson Airplane, Country Joe and The Fish, Grateful Dead y otros más.

Ahora, el consumo de drogas se ha convertido en tema recurrente durante todo el siglo pasado y de lo que va del siglo XXI. Las posiciones chocan como trenes unos contra otros. Hay quienes están a favor de la libertad de consumir cualquier droga. Otros se manifiestan en favor de la persecución de traficantes, productores o consumidores de cualquier droga.

Lo que tenemos en la actualidad un problema de salud pública en el país (y en el mundo) que requiere propuestas para ser resuelto. La postura de diversas personalidades resulta del mayor interés en el tema. Así, podemos citar a Carlos Fuentes, a Mario Vargas Llosa, Felipe González y otros personajes, que han manifestado su respaldo a la legalización o despenalización del consumo de drogas.

Parece imposible que se acabe con el tráfico de drogas y parece que la prohibición resulta peor como remedio. Solamente que a estas alturas ya no es tan sencillo proponer la “legalización” o la despenalización del consumo y menos de programas de rehabilitación. La rehabilitación reclama la inyección de fuertes dosis de dinero, para construir hospitales especializados, para desarrollar investigación científica y para producir sustancias que logren arrancar de la adicción a miles o cientos de miles de personas.

Hoy vemos que la afectación involucra a la sociedad entera de una u otra forma. Lo que un día fue declarado como Guerra contra las Drogas es parte de la explicación de lo que vemos en el presente. Hasta ahora, si no son cientos de miles, son decenas de miles los nombres de personas desaparecidas o asesinadas en la lógica de la prohibición.

En el escenario cotidiano, y con altura de miras, ¿qué es lo que procede en este caso? Parece sencillo proponer simplemente que se “legalice” el proceso económico de las drogas. El proceso económico involucra la producción, la transportación, la comercalización y el consumo.

La experiencia en algunos países muestra que al “legalizar” el consumo, se incrementa en número de adictos a las drogas. Luego, en ocasiones, esos números disminuyen. No obstante, lo que se puede observar en algunas experiencias, es que la “legalización” no lleva aparejadas políticas para combatir socialmente el consumo de estimulantes de esa naturaleza.

En todo caso, la “legalización” debe ir acompañada de políticas públicas para evitar que el consumo se convierta en un fenómeno cultural como en parte ya se observa en países como México. Legalizar pero combatir el uso de drogas, parece que es la mejor opción, no para acabar con el uso de drogas, sino para reducir las cifras de los daños que estas ocasionan.

Es verdad que a las personas se les debe reconocer su derecho a consumir cualquier cosa. Una persona, en un sistema liberal, en donde se alaba la libertad de las personas, puede ingerir lo que le pegue la gana. Eso es lo que ha hecho del país, uno de los mejores epítomes de la obesidad y el sobrepeso. Esto último también es un problema de salud pública. Quizá no sea menor el problema de la obesidad que el del consumo de tóxicos. Por cierto, el problema de la obesidad, tampoco apareció en México el primero de diciembre de 2018, día en el que asumió la Presidencia de la Republica, Andrés Manuel López Obrador.

¿Qué es lo que procede en las actuales circunstancias? Dado que el problema es complejo y multifactorial, las soluciones también deben ser complejas y multidimensionales. Legalizar, pero a la vez, desplegar programas y acciones para contrarrestar el consumo de drogas. Combatir el tráfico, cuando este no se sujete a las leyes formales y a las reglas del mercado. Permitir el consumir de drogas (incluso de cualquiera), pero convencer a la población de que eso representa un daño para la salud, personal y la de la comunidad.

Es bárbaramente evidente, que la violencia que ejerce el estado no ha sido la mejor solución al problema en la que está convertido en uso de drogas.

Desapariciones, asesinatos, vidas destrozadas, un país que se desangra por todos lados: eso es lo que recibió López Obrador en el 2018. Eso no se va a resolver de un día para otro.

No se ven bien quienes parecen decirle al Presidente: –“No has podido ni sabido resolver, en un par de años, el desastre que construimos durante todo el siglo XX y que te dejamos en 2018”. Eso nos recuerda un surrealismo que no se reduce a la figura de la Kahlo.

Hay algunas cosas en las que no hay duda y en las que se puede avanzar. Primero, la escena no puede ni debe seguir igual. Segundo, no se puede seguir haciendo lo mismo esperando resultados diferentes. Y tercero: el fenómeno social reclama la construcción de acuerdos en la esfera política, y acuerdos de grandes proporciones, como de las dimensiones del desafío.

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