Por Pablo Hernández | Diego Mendoza
Llega la adolescencia y la vida se convierte en una eterna lucha; levantarse temprano, o correr en la tarde. El uniforme planchado y la cartulina lista para el día de mañana, las cooperativas a reventar, las retas deportivas o compartir la comida con los compañeros, pero sobre todo la comunión que implica compartir un salón con personas que posiblemente recordarás toda tu vida.
Esos son los momentos que rememoran quienes fueron estudiantes y que hoy posiblemente viven los 168 mil 715 mujeres y hombres que integran el sistema educativo desde nivel secundaria hasta nivel superior en Nayarit, que este 23 de mayo están de manteles largos.

Ser estudiante es una de las etapas más interesantes para el ser humano. Desde su niñez hasta los primeros pasos de su madurez, los jóvenes adquieren conocimientos que les serán útiles para el resto de su vida.
En promedio, un mexicano estudia 13 años. Muchos prefieren no seguir más porque encuentran su vocación lejos de la profesionalización que ofrece la universidad, o en ocasiones porque la adversidad o su toma de decisiones demanda que asuma nuevas responsabilidades, lejanas a la preparación que requiere la academia.
En Nayarit se estima que 2 de cada 100 estudiantes abandonan sus estudios durante el nivel secundario, la cifra aumenta a 6 de cada 100 en nivel medio superior y a 9 de cada 100 cuando se habla de nivel superior.
Cada estudiante de la entidad es una historia. Algunas de superación y otras más hablan de la terrible realidad que vive una parte de la población.
En la luz, una maestra de telesecundaria recuerda como vio progresar a uno de sus alumnos. Este modelo suele sufrir una fuerte deserción escolar o suele convertirse en el nivel máximo que alcanzan algunos estudiantes en las zonas rurales. Sin embargo, hay algunos alumnos que deciden avanzar y buscar convertirse en profesionales.
El maestro se convierte en un guía de vida para los estudiantes, y estos últimos suelen transformarse en nuevas fuentes de conocimiento para los docentes, que crean lazos gigantescos e indestructibles con los años.

Lazos que en las sombras pueden revelar otras realidades que viven los jóvenes estudiantes. En entrevista, un maestro de secundaria recuerda el caso de una menor de 14 años de edad. Ella tomaba el curso vespertino, y además de estudiar era obligada a trabajar en la zafra.
“Tenía que levantarse a las 4:00 AM, irse a trabajar con el uniforme de la escuela, cumplir con una jornada laboral de ocho horas, pasar hambre y pese a todas las condiciones adversas llegaba a clases”, narra el profesor sobre la situación de esta estudiante nayarita cuyo nombre por protegerla prefirió no revelar.
Por si fuera poco, ella creció en un entorno familia violento, con negligencia parental por los usos y costumbres de algunas regiones; en ocasiones era golpeada por su padre, quien incluso estuvo a punto de “venderla”.
“No te imaginas la impotencia que llegué a sentir, cuando de su propia voz entrecortada, temerosa y cansada, me enteré que su padre quería venderla por cinco mil pesos, es un golpe desgarrador al alma”; y como esta historia hay miles más que describen la realidad que los jóvenes estudiantes tienen que cargar, además de sus mochilas.