Amado Nervo y su Tepic

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Estatua de Amado Nervo en el Centro Histórico de Tepic.

Por Pedro López González

El 24 de octubre de 1897, a escasos tres años de haber estado Amado Nervo en la ciudad de Tepic (1894), radicado en la Ciudad de México, se publicó la revista El Correo de Tepic, y este lazo comunicativo lo llenó de alegría y nostalgia de su tierruca, como solía referirse a Tepic, la ciudad quieta en “donde se estrenaron sus ojos, llena de dulce monotonía, de íntima y sedante mansedumbre”, a la que nunca jamás volvió, pero recordó siempre en lo más hondo de su corazón.

En la mencionada revista literaria y con fraternal sentimiento evocó a sus entrañables amigos tepiqueños, cómplices de sus juegos infantiles: Quirino Ordaz, Benjamín Retes, José Ramón Somellera, Gabriel García y García, Fernando Gómez Virgen, Rafael de Alba y Antonio Zaragoza, el maestro de maestros que tanto apreció.

Fue de tal suerte, que la nota publicada en la Ciudad de los Palacios (1897), significó una “contravención, pero juzgo que maguer todos los programas de crónica, tengo el derecho de amar a ese rincón del territorio nacional, apartado y tranquilo, desde la cumbre de cuyas montañas, se divisa la lejana y azul inmensidad del Pacífico, que se llama Tepic”. Los elogios fluyen en la mente y la pluma del poeta. “Porque yo le amo a mi guisa, a la moderna usanza, sin prejuicios de límite y frontera; más que porque ahí nací, porque ahí pensé por primera vez, sentí las prístinas vaguedades del espíritu joven que bate el ala hacia el porvenir y las primeras embriagueces de los sueños adolescentes”.

Sus biógrafos citan sus frecuentes paseos a la Alameda, la Loma de la Cruz, los paseos al vecino pueblito de Xalisco, en burro; los jaripeos en la Hacienda de San Cayetano, que lo recordó y lo narró como él sabía hacerlo en su libro Pascual Aguilera, la cual terminó de escribir en Tepic. En este libro literario, recuerda las tradicionales Mañanitas y reproduce el párrafo de:

                               Amapolitas moradas

                               de los llanos de Tepic,  

                               si no están enamoradas

                               enamórate de mí.

                Asimismo, con alegría con puño y letra Las Amapolas, Las Mañanitas, Los Monos, Pica, pica, pica perico y La Pepa, El Palomo. De la Pepa, reproduce este verso:

               Pepa no quiere bordar

               Ni quiere tejer en gancho

               Se quiere civilizar

               Con un sombrero ancho.

En fin, se desborda en recuerdos y tradiciones tepiqueñas de aquellas “praderas tropicales, la deliciosa nota artificial –la única– de su gentil balada artística”. Esta última frase se refiere a la producción literaria de sus amigos. “Así se llaman los poetas y prosistas que arrojan semanariamente el oro virgen de su imaginación hecha a prohijar todos los ensueños, a cermerse en todos los cielos de ayer, a perderse, pájaro incansable en todos los ardientes oros de todos ocasos tropicales”. Por supuesto se refiere a los bellos atardeceres dorados en el cerro de San Juan, al que siempre recordó al menciona sus “tardes embermejecidas”.

En esta cita nota literaria recordó con singular aprecio a su amigo el poeta don Antonio Zaragoza, que vivió y murió en Tepic. De él menciona como persona “es un espíritu interno, ávido de ideal, sediento de azul; hecho para la plegaria unciosa, para la sensación tenue, para los altos eximios amores imposibles, enamorado de un Cristo, que ¡ay, ya no resucitará entre el estruendo de las civilizaciones modernas.” A todos esos amigos que dejó en su lejana pero presente nostalgia.

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Quiero dar las gracias a mi amigo doctor en letras Gustavo Jiménez, quien es el más estudioso de la obra de Amado Nervo, el haberme pasado este hermoso escrito desde la Ciudad de México. Gracias, amigo, que lo compartiste con el digno deseo que los tepiqueños lo tengan presente en este día consagrado a su memoria.

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