Por Manuel Salinas Solís
En efecto está que arde. Nunca creímos tener en nuestra ciudad temperaturas tan altas por momentos arriba y con mucho de los 30 grados. Frecuentemente y no hace tanto presumíamos del buen clima que se gozaba en Tepic. A la benignidad climática de nuestra capital se agregaba su limpieza, al punto que llegó a llamársele “la ciudad blanca de occidente”. De occidente porque Mérida blasona aún hoy día, de ser “la ciudad blanca del sureste”. Me consta que lo es.
Pero también me consta que de treinta años a la fecha, la nuestra ha ido perdiendo lamentablemente una y otra características, el buen clima y la limpieza
Tocante al buen clima del que gozábamos, habría que señalar los aportes que a ello hacían las corrientes refrescantes del rio Mololoa hoy contaminado y maltrecho, los espacios de agua alrededor de nuestra ciudad hoy prácticamente desaparecidos que los había abundantes en la zona por eso llamada de la laguna camino a Puga y Bellavista, las zonas pantanosas de Pantanal en el vecino municipio de Xalisco y ese “vaho divino que viene del mar” diría Nervo nuestro poeta, cuando nostálgico describía los amaneceres cubiertos de neblina de ésta nuestra ciudad donde nació –su cumpleaños es en agosto- hace 152 años. No omitamos tampoco la corriente de aire fresco que cual cañón nos dispara el cada vez más rapado Cerro de San Juan que por momentos concedía y lo sigue haciendo, caritativas treguas al bochorno que sentimos la población.
Los cerros y serranías que circundan Tepic, muy especialmente los Cerros de Sangangüey, de la Cruz y de San Juan excepto en algún grado quizás éste último, nunca fueron propiamente espesos bosques, pero si zonas intensamente arboladas que regulaban el clima de esta capital y contribuían a su frescura. Hay fotografías de los sesentas -en particular las he visto en el valioso Archivo del recién fallecido fotógrafo tepicense Germán Rivera- en donde se aprecia que todavía en esos años, la mayoría de las casas de nuestra ciudad, contaban con patios y corrales donde se erguían frondosos naranjos, limas y limones (como reza la olvidada y vieja ronda infantil) guayabos, ciruelos, aguacates, guamúchiles, arrayanes etc., etc., y bajo la sombra de ellos robustos cafetos que aromatizaban el ambiente.
Todo eso también explicaba, la calidad del clima de antaño. Muchas de esas viejas casonas han sido derruidas y con ellas las arboledas que atesoraban. En su lugar han aparecido –precio del cuestionable “progreso”- apretujadas viviendas ayunas de vegetación.
Alguna vez escuché como ejemplo de lo codiciado que era nuestro clima, a José María Muriá historiador jalisciense, platicar entusiasmado de los viajes que como estudiante hacía con la familia y sus amigos, desde la vecina Guadalajara a las playas de San Blas y del correlativo viacrucis que implicaba en medio de calientes vapores, transitar Plan de Barrancas y luego de regreso, recorrer como calurosa penitencia la estrecha y sinuosa carretera federal con su Mirador del Águila y los estrujantes sucedidos que de él se contaban, mientras divisaban el filo de los barrancos. Esos sinsabores y amargos tragos, concluían cuando el letrero en la carretera anunciaba la proximidad de Tepic. Tal anuncio equivalía contaba Muriá, a escuchar trompetas celestiales que anunciaban la llegada al buen clima, a la buena comida y a la buena y amable gente.
Me parece que la buena comida y la buena y amable gente aún subsisten, no así el buen clima. De ello somos culpables en gran medida tanto las autoridades que no le dieron en su momento, la prioridad que merecía este asunto y nosotros mismos los ciudadanos que no hemos tomado en serio el tema, aunque a últimas fechas al sufrir ya los efectos de nuestros descuidos, caemos en cuenta de que algo, de fijo no sabemos qué pero algo, tenemos que hacer al respecto.
El asunto climático es complejo y en extremo amenazante al punto que desborda nuestras posibilidades en lo individual pero éstas en algún grado existen. El manejo doméstico de nuestras basuras y desechos por ejemplo está dentro de ellas. La separación de orgánicas y no, es un buen comienzo amén de la sacada a determinadas horas a la llegada del camión recolector. Aquí un paréntesis para saludar el esfuerzo que el actual Ayuntamiento capitalino realiza en este rubro, mismo que merece ser apoyado por la población. Ni que decir de la práctica condenable por antisocial de quienes sin más, arrojan a la vía pública su basura o a hurtadillas la depositan en los zanjones de la ciudad sistema circulatorio de nuestras lluvias. Varios Ayuntamientos capitalinos han emprendido fugaces campañas de forestación en la ciudad pero han sido pobres e inconstantes y no han sido acompasadas con el apoyo de la ciudadanía o éste en el mejor de los casos, ha sido raquítico. Pero creo que en la acción de forestar o reforestar se encuentra una buena parte de la clave para comenzar a poner primero un dique y que el problema no siga avanzando y enseguida la solución para que deje de existir por lo menos en algún buen grado
Necesitamos una ciudad arbolada. No la tenemos. Es la nuestra una de las ciudades más deforestadas del país. Necesitamos sombras arboladas en nuestra capital y con voluntad colectiva ése podría ser un empeño asequible a nosotros como particulares.
Las autoridades tanto las estatales como los ayuntamientos y las federales en unión de la ciudadanía desde luego, debemos unir fuerzas. El momento de comenzar a hacerlo está por llegar. Las lluvias no tardan y esa será la señal de arranque. El Gobernador, comentan sus círculos cercanos, además de que él lo ha hecho ver así desde su campaña electoral, tiene este asunto como tema principal en su agenda.
Es necesario reforestar tanto el San Juan como el Sangangüey, ambos convertidos durante las últimas semanas en incandescentes antorchas que lastiman el alma. El de la Cruz es patético, urge atenderlo con un verdadero y permanente programa forestal. De no hacerlo puede sobrevenir además una tragedia. A las colonias populares que lo circundan las tiene amagadas. Arbolarlo puede ser parte importante de la solución.
Contener y recuperar las superficies invadidas al San Juan, declarado oficialmente y desde hace casi cuarenta años, zona de reserva ecológica en provecho de la ciudad, es empeño ineludible y toda acción gubernamental adoptada en esa dirección debe ser apoyada resueltamente. Claro, deben darse alternativas a quienes mantienen legalmente por supuesto, explotaciones de los mantos pétreos necesarios para la industria de la construcción, pero no puede así sea como lo es, poderoso generador de empleo, anteponerse el interés de ese sector por encima del interés general de la población, de la que hoy es y de la que será mañana.
Lo dicho, todos en la medida de nuestras circunstancias podemos decidirnos a sembrar y cuidar árboles. Las lluvias apoyarán nuestro esfuerzo. Ojalá también lo apoyen los viveros de la Sagarpa, el de Camichín de Jauja, el de Pantanal, y los de todas las instituciones gubernamentales estatales y municipales que seguramente están preparadas para ello. Es el asunto del clima un problema de todos también la solución.