Se consumó el fracaso de la Selección Mexicana en el Mundial de Catar. 

Ni siquiera superó la fase de grupos. Pesó demasiado la derrota ante Argentina con un planteamiento medroso y ultra defensivo por parte del entrenador Gerardo Martino. 

Salieron a relucir las grandes aberraciones de nuestro balompié: exceso de extranjeros, benevolencia del sistema de competencia, multipropiedad, eliminación del ascenso y el descenso y prioridad a lo económico sobre lo deportivo.  

El equipo atacó, abrumó, acorraló y fue infinitamente superior a su similar árabe, pero no le alcanzó para avanzar a la siguiente ronda. 

Lo insólito es que el público, que hoy está deprimido y mentando madres, renovará sus ilusiones y se volverá a encaramar a la maquinaria comercial de cara al próximo Mundial dentro de cuatro años. 

Idolatrado

En estos tiempos mundialistas, el sociólogo del deporte Fernando Segura Trejo me obsequió el libro Planeta Diego, 16 miradas a un icono, editado por Pablo Brescia. 

El recopilador establece en la introducción: “Maradona hizo cosas sublimes y cometió abusos terribles, contra sí mismo y contra los demás. La dualidad compleja de la dimensión mítica se acentúa tanto en la victoria y en el esplendor como en la derrota y en la bajeza”. 

Por su parte, Juan Villoro en su brillante texto afirma que “Maradona fue un reiterado campeón del llanto público. Esos exabruptos hacían pensar que provenía de una cultura de excesos lacrimógenos, la patria del tango, Evita y Libertad Lamarque. Un personaje con emociones desaforadas, propias de los géneros menores, la opereta o la telenovela. Sin embargo, cuando cayó el telón de la obra, ese atributo ya significaba otra cosa. Sus alardes dentro y fuera del campo eran inimitables, pero al momento de su muerte todos pudimos compartir uno de sus atrevimientos: sufrir en forma impúdica, sin miedo a que se notara. Endiosado en demasía, Maradona no perdió oportunidad de saberse vulnerable. Acaso su destino se prefiguraba en un cuento de Borges”.  

Una lectura imperdible que explora a Diego no únicamente como futbolista sino como un icono de vastas repercusiones en el deporte, la política, el arte y la vida de muchos adeptos y detractores.

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