Hay muchas maneras de hacer dinero explotando la vanidad de los demás. Hace tiempo, un impresor local asistía anualmente a una especie de convención para cándidos y provincianos empresarios, de donde regresaba con una gran placa metálica que reconocía a su negocio como el primero en calidad y satisfacción del cliente en todo el estado. Lucían en la pared casi una decena de esos premios. A mí, que por esos ayeres representaba a uno de sus clientes más importantes, nadie me pidió calificar sus servicios. Fue mejor que nadie lo hiciera, porque sólo podía dar fe de su habilidad excelsa para ponerle ceros a las facturas. Y a la firma organizadora de los encuentros empresariales lo único que le importaba era la cantidad de ceros de los cheques que le entregaran sus premiados.