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El pasado martes 7, poco antes de las dos de la tarde, mi hija Ana Bertha me hizo llegar —reenviada y sin mensaje alguno anexo— una ficha de la Fiscalía General del Estado en la que aparecían la imagen y “los generales” de Jorge Enrique González.

Al “bajar” la imagen en mi celular y mirarla, el primer impulso que vino a mí de manera espontánea, me condujo a la posibilidad de que Jorge Enrique se hubiera sumado a la lista de aquellos a quienes la presente administración del Gobierno del Estado y de la Fiscalía han venido acusando de diversos delitos…

Sin embargo, el que no tuviera cubiertos los ojos y, como después me di cuenta, que no tuviera como apellido “N” y, sobre todo, cuando pude leer las dos palabras que, con unas grandes letras negras [LOCALIZAR A:]indicaban que la pretensión de la ficha tenía que ver con la desaparición de Jorge Enrique y, con la esperanza de localizarlo, caí en la cuenta que, la noche anterior, el Director Editorial de El Meridiano de Nayarit se había sumado a otra lista, más numerosa e ignominiosa: la de las personas desaparecidas, al parecer —de acuerdo con el número de la ficha de la Fiscalía Especializada en Personas Desaparecidas—, la número 44 del año 2023 en Nayarit.

De manera casi inmediata, descarté que se hubiera tratado de algún problema de salud o de algo relacionado con su labor periodística…

Pensé más bien, que se trataría de un caso “ordinario” en el que habría sido víctima del clima de inseguridad que se vive en nuestro país, incluida en ella, la ciudad capital, en la que, de acuerdo con la ficha mencionada, se encontraba en el momento de su desaparición.

A Dios gracias, y gracias al empeño de diversas autoridades y de las redes de apoyo familiar y periodístico, el miércoles se confirmó la noticia de que Jorge Enrique había sido localizado, una vez que había vivido —sólo él sabe de qué manera— esa condición —ahora tan extraña— de haber perdido contacto con sus seres queridos y con su red de relaciones por algunas horas y de haber sido considerado como alguien en condición de desaparecido.

En este contexto de la desaparición y reaparición de Jorge Enrique —especialmente para quienes le estimamos y admiramos— es pertinente ampliar nuestra visión y recordar que este drama que vivimos la semana pasada y que tuvo un desenlace feliz, es algo que miles y miles de compatriotas: madres, padres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, amigos, parejas, etc., han venido viviendo en tiempos recientes en nuestro país y, en la gran mayoría de los casos, sin contar con una búsqueda rápida y eficaz, además de que son pocos los casos en que la persona desaparecida reaparece sana y salva o en que se confirma su muerte, mientras un gran número de casos permanecen en una condición de incertidumbre, sin que se sepa, a ciencia cierta, si viven o mueren.

Para ilustrar este punto, un buen recurso es el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO) cuya versión pública ofrece la Comisión Nacional de Víctimas, en el que se pueden encontrar datos relevantes en esta materia, a partir del 15 de marzo de 1964, si bien, los datos más relevantes por el aumento exponencial del número de personas desaparecidas —localizadas y no localizadas— son los que corresponden al periodo iniciado en 2007.

De acuerdo con los datos contenidos ahí, entre el 15 de marzo de 1964 y el 11 de marzo de 2023, se tenía el reporte de 274,889 personas desaparecidas, de las cuales 162, 708 fueron localizadas [151,417 con vida y 11,291 sin vida], mientras 112, 181 no han sido localizadas, algunas de las cuales —probablemente muchas— se presume que han muerto, y que han sido sepultadas en fosas por las autoridades sin haberlas identificado o que hayan sido asesinadas y enterradas en fosas clandestinas por militares, policías o miembros del crimen organizado.

Ahora bien, si ese periodo se reduce al número de personas desaparecidas a partir del comienzo de la guerra contra el crimen organizado en 2006, encontraremos que más de 90,000 no han sido localizadas; que entre ellas se cuentan alrededor de 30,000 mujeres; que más de 36,000 han desaparecido durante la presente administración federal; que más de 50,000 cuerpos pasaron por la custodia de servicios médicos forenses estatales y locales, sin ser identificados; que más de 60,000 tenían entre 15 y 19 años y más de 30,000 entre 20 y 24 años al momento de su desaparición.

En Nayarit, entre enero de 2000 y el 11 de marzo de 2023, un total de 1,738 personas fueron reportadas como desaparecidas: 1,277 varones; 461 mujeres y 4 sin especificar su sexo.

Datos, sin duda alguna, dramáticos y, en muchos casos, trágicos y que, aunque parezca increíble, supera el número de personas desaparecidas en todos los países de América Latina por los regímenes que utilizaron la práctica de la desaparición forzada como método de control en Guatemala, El Salvador, Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Honduras, Bolivia, Haití y México que se calcula en 90,000 entre 1966 y 1986.

El panorama más reciente, tampoco parece del todo halagador, ya que si bien, a nivel nacional, se abre una tenue luz al final del túnel ya que durante los primeros 45 días del año, se reportó un total de 1,056 personas desaparecidas, frente a 1,263 que se reportaron en el mismo periodo el año 2022, de acuerdo con ese Registro Nacional, el número de personas desaparecidas en ese mismo periodo han aumentado en 12 Entidades Federativas: en el Estado de México pasaron de 88 desapariciones registradas en ese periodo el año 2022, a 249; en Michoacán, los casos pasaron de 31 a 158; en Puebla, de 2 a 30.

¡Qué terrible, Jorge Enrique, que hayas pasado por esa condición in-humana de desaparecido!

¡Qué bueno que has reaparecido tan pronto, para seguir adelante, más solidario que nunca con las personas desparecidas, en particular las del ramo periodístico!

¡Cuánto daríamos porque ese fuera el desenlace de esos miles de personas desaparecidas que han dejado un hueco —en cierto modo más angustioso que la muerte misma— por el estado de incertidumbre que genera en los núcleos familiares, de amistad y en las poblaciones en general!

“Bentornato!”

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