“En política se podrá hablar de reserva, no de mentira en el sentido mezquino que muchos piensan: en la política de masas decir la verdad es una necesidad política precisamente”
A. Gramsci
Por Ernesto Acero C.
La política no es mentira, ni engaño, ni traición, y menos en el mundo descrito por Maquiavelo. En Maquiavelo encontramos sinceridad y convicciones, lo que no hay en los que se suelen describir como ejemplos de “maquiavelismo”. Quienes mienten, engañan y traicionan, ni son políticos ni son leales a nada excepto al dinero (ajeno); son adoradores del oro del becerro, no del becerro de oro.
El politiquero es traidor por naturaleza, engaña y miente siempre. Cree que engaña porque su meloso comportamiento hace ceder al buen sentido, ante el pecado de la vanidad. No obstante, las enormes diferencias, e incorrectamente, se le llama negro a lo blanco, a lo alto, bajo y a la politiquería, política. El gran recurso del politiquero es la peligrosa demagogia, aunque recurre también a la repugnante cortesanía.
Poder y política pues, pueden ir de la mano, pero no necesariamente. Se suele hacer política sin poder y se puede ejercer poder, sin hacer política. El riesgo para el que hace politiquería, es caer abatido por la misma politiquería: el que traiciona muere por traición el mismo número de veces que traiciona.
El que miente y engaña, acaba engañado y burlado. En la politiquería, la moral es ese árbol que da moras; en política, la moral es la verdad en su multiplicidad en el caldo de cultivo de la tolerancia y el ánimo incluyente. No es lo mismo política que politiquería, y eso se determina en la esfera teórica y se manifiesta en el ejercicio de poder público.
Los que traicionan, mienten y engañan, no hacen política sino politiquería. Los que hacen politiquería son los que están dispuestos a todo en aras de obtener beneficios personales, hasta entregar las nalgas por razones ajenas al amor o al simple erotismo. En Maquiavelo, es “Verdad que no se puede llamar virtud el matar a los conciudadanos, el traicionar a los amigos y el carecer de fe, de piedad y de religión, con cuyos medios se puede adquirir poder, pero no gloria”. Es verdad, la gente acaba escupiendo en esas tumbas y lanzando al basurero de la memoria colectiva, esas malas experiencias.
La política es arte y ciencia. En ambos casos, el objetivo es el de servir a una sociedad específica. Al menos esa es la idea que los griegos tenían de dicha actividad. Esta explicación tiene su fundamento en el origen mismo de la locución de la palabra, que proviene de “polis”, vocablo que a su vez alude a una ciudad, a un territorio o en general, a una sociedad.
Cuando se habla de poder público, se alude a ese poder que dimana del pueblo, sea dicho parafraseando al texto constitucional de México. La misma fuente señala que este se establece para su beneficio. No obstante, en la realidad, una y otra vez, el uso depravado del poder público conduce a la instauración de privilegios. La perversión democrática lleva al fortalecimiento de oligarquías espurias, vía la politiquería.
Por politiquería, hay quienes entendemos lo contrario de lo que es la política. Si política es servir a los demás, politiquería significa servirse de los demás. Política es una cosa y su antónimo es politiquería, según esta perspectiva. Para este otro caso, los griegos recurrían a otra locución, ‘idiotes’. Aludían al “idiote” cuando había que referirse a los que solamente se interesaban y ocupaban de sus intereses personales.
Con absoluto desparpajo, así, se suele hablar de política, no obstante que se necesite aludir a la politiquería. Es otro caso de lo que se suele denominar enantiosemia o auto-antonimia. No obstante que teóricamente no deriva de esto ningún problema, en la realidad confunde, sirve para el engaño, para pervertir la democracia.
Sin duda, la diferencia solamente puede manifestarse a partir de las características personales de quien hace política o de quien se deshace en la politiquería. La idea de “estudiar política” puede llevar a una formación académica que no se manifiesta, necesariamente, en un ejercicio político con sentido humanista. En efecto, “estudiar política” puede llevar a una praxis anti-política, a la politiquería y hasta a no entender lo que realmente es la política. Procede reflexionar en torno a las palabras de Gramsci al respecto: «Recuérdese el epigrama de Giusti: “El buen sentido — que un día fue jefe de escuela — en nuestras escuelas ha muerto del todo. La ciencia, su hija — lo ha matado para ver cómo estaba hecho”». El ejercicio político una y otra vez nos muestra la calidad humana de las personas, y eso no se aprende en las aulas.
La democracia es un régimen político en el que el poder público se pone al servicio de una sociedad en sus distintas dimensiones, posibilidades y contradicciones. No obstante, mediante la trampa lingüística (el caso de auto-antonimia) que hace de la politiquería lo mismo que política, el poder público puede quedar en manos de una puerca oligarquía. La demagogia es una eficiente autopista que lleva a confusiones útiles para los antipolíticos, para los adalides de la politiquería. La disyuntiva que se presenta, entre política y politiquería, se resuelve a partir de la naturaleza misma de la persona que decide cuestiones vitales y trascendentes.
Puede haber de por medio título académico o no tenerse, no obstante, la persona se muestra en su máxima dimensión en el ejercicio de poder público, en la esfera pública. Esa es la razón por la que el mismo Descartes (Discurso del método), sostiene que “Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios, como de las mayores virtudes; y los que andan muy despacio pueden llegar mucho más lejos, si van siempre por el camino recto, que los que corren pero se apartan de él”. En política (no en la politiquería, cabe insistir), las pruebas al temple de las personas se presentan una y otra vez.
Hacer política requiere de inteligencia y, sobre todo, de un firme compromiso social. Por eso es política, porque de lo que se trata es de administrar los asuntos de la “polis”, para bien de la misma. Y aunque parezca que eso es una utopía extraviada, la política podría estar reabriendo una nueva etapa de su existencia. Procede confiar, con reservas, con fuerte escepticismo, pero confiar.