Cae la noche del Jueves Santo 2023 con su sentido tradicional de “fundación de la Eucaristía, del sacerdocio ministerial y del mandamiento del amor” ilustrado por tres lecturas: la del capítulo 12 del libro del Éxodo, con su narrativa de la celebración de la Pascua, del paso del Señor, con una cena con carne de cordero, panes sin levadura y hierbas amargas para conmemorar la liberación de la esclavitud a que habían sido sometidos a lo largo de 400 años; la del capítulo 11 de la primera carta de san Pablo a los corintios con una de las referencias más antiguas y sobrias a la “Última cena”, en buena medida incorporadas a los cánones eucarísticos vigentes: “el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: ‘Esto es mi cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía’. Lo mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: ‘Este cáliz es la nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él’. Por eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva”, y el evangelio con uno de los pasajes más bellos y emblemáticos, tomado del capítulo 12 del evangelio según san Juan, conocido como el evangelio del lavatorio de los pies, uno de los pocos pasajes evangélicos —junto con el de la entrada en Jerusalén— que se escenifican en las celebraciones y que muestran el servicio amoroso como el símbolo más diáfano no solo del amor a Dios y a los hermanos, sino del amor de Dios a sus hijos y del Hijo a sus hermanos, “hasta la muerte y muerte de cruz”.

En este contexto, de pronto, me sale al encuentro una publicación de la Diócesis de Tepic informando del fallecimiento del Pbro. Jorge [Ignacio] Hernández Salas:

“La Diócesis de Tepic comunica que el sacerdote Jorge Hernández Salas ha partido a la Casa del Padre, a los 71 años de edad, en San Felipe Aztatán, Nay., la noche del miércoles 5 de abril del 2023, a causa problemas respiratorios y de varias complicaciones de salud que venía padeciendo desde hace mucho tiempo.

A las 3 PM del Jueves Santo, 6 de abril, se le celebrará una Misa Exequial en el templo parroquial del Corazón de Jesús y Virgen de Guadalupe, en Tecuala, Nay. Posteriormente, sus restos mortales serán trasladados a su domicilio familiar [calle Guadalajara No. 8], en San Felipe Aztatán, Nay; ahí será velado hasta el día sábado.

El Sábado Santo, 8 de abril, a las 12 PM, se le hará una celebración exequial en el templo parroquial de San Felipe, para posteriormente ser sepultado.

Jorge Hernández Salas nació el 1 de febrero de 1951, en San Felipe Aztatán, Nay.; hijo de los señores José de Jesús Hernández Cedano y de Paula Salas González. Fue ordenado sacerdote, en el grado de los presbíteros, el 20 de julio de 1978. Su ministerio sacerdotal lo desempeñó en varias comunidades parroquiales de la Diócesis de Tepic.

Que el Padre misericordioso, que lo llamó a trabajar a su viña, le conceda el premio prometido a sus servidores fieles.

Que su alma y las almas de todos los fieles difuntos, por la gran misericordia de Dios, descansen en paz. Así sea”.

E, inevitablemente, emergieron de algún no-lugar en mi mente y en mi corazón recuerdos de “illis temporis” en el Seminario Diocesano de Tepic en los terrenos de la Ex Hacienda El Tecolote; en San Felipe Aztatán, en La Presa y en El Limón del mismo municipio de Tecuala y, la última vez que creo haber convivido con él, en la casa cural de la Parroquia de San Francisco de Asís de esta ciudad capital.

Cuatro años de convivencia cercana al 24/7 [1970-1974], tres de ellos como compañeros de grupo del Primero al Tercero de Filosofía; de clases con el Padre Lino Rodríguez, con el Padre Chencho, con el Padre Salvador López, con el Padre Josafat Herrera, con el Padre Rogelio Estrada [“Roger Verneaux”]…

Y, sin embargo, los recuerdos más vivos provienen de las experiencias “misioneras” de verano en San Felipe Aztatán y sus alrededores, a las que nos invitaba Jorge y el Padre Diego Velázquez, quien durante muchos años estuvo a cargo de esa parroquia y de alguna fiesta patronal de “San Felipito”…

¡Cómo olvidar las amenas reuniones con los grupos de señoras, de jóvenes, niños y niñas; los esfuerzos —muchos de ellos fallidos— de “matrimoniar” parejas en unión libre o casadas “solo por el civil”!

¡Cómo olvidar anécdotas como la de “los toreros chafonones”; la de la espera frustrada de que los seminaristas rezaran antes de comer como lo hacían quienes habían estado años antes en un célebre “Campo Misión”; la del “Dios está con ellos” en los partidos de básquetbol disputados en la cancha ubicada detrás del templo y del curato; de la noche increíble e inesperadamente fría experimentada la víspera de la fiesta de “San Felipito”!

¡Y muchas, muchas más!

A una distancia temporal de cerca de medio siglo, debo reconocer —y creo que lo pueden hacer conmigo quienes participamos en esas experiencias “misioneras sanfelipinas” que mucho tuvieron que ver con el rumbo que tomaron nuestras vidas porque es, precisamente, de la encarnación en la vida cristiana de las comunidades en donde nacen, crecen y florecen las respuestas a las llamadas al servicio e, incluso, de donde nacen las convicciones de no estar llamados a cierto tipo de servicios o de no estarlo para siempre, como nos lo mostró en aquellos años el P. Diego con su decisión anticipada de no llegar a viejo como sacerdote célibe, algo que, en su momento, hizo realidad serenamente.

Significativo, sin duda, desde una perspectiva de fe, que Jorge haya sido llamado a la casa del Padre —esa en la que entre las muchas habitaciones que hay, seguramente está preparada la suya— en plena Semana Santa, apenas unos días antes del Triduo Pascual del que saldrá participando ya de la vida plena alcanzada por el Resucitado, como ha participado ya de su muerte…

Por eso, para titular estas palabras escritas, con un profundo agradecimiento por las experiencias misioneras de las que nos hizo partícipes y que no habrían sido posibles sin sus invitaciones y sin su amor a su pueblo, he escogido las palabras pronunciadas por Jesús, antes de su muerte y dirigidas a ese buen ladrón que la tradición ha dado el nombre de Dimas, con un ajuste pertinente: “dentro de tres días estarás conmigo en el Paraíso”…

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