Por Julieta Moreno Palau*
Cuando tenía alrededor de 7 u 8 ocho años recuerdo que fue cuando por primera vez le pedí a Santa Claus que me trajera una Barbie en Navidad. Era una experiencia maravillosa ir al área de juguetes de las tiendas y ver todas esas cajas ordenadas en los estantes con la “Barbie de tus sueños”. En aquel entonces, hablo de los años 80, no recuerdo que las muñecas tuvieran o se refirieran a una profesión, eran más bien lo que llamaba la atención los vestidos tan hermosos que hasta a mí me hacían soñar con ser una princesa…
Cuando eres pequeña, no te dabas cuenta ni siquiera del costo, pero mis papás con todo sacrificio hacían lo posible por comprarme las Barbies que me gustaban. Mi más grande ilusión siempre fue tener la Mansión de Barbie. Algunas amigas la tenían y había veces que nos reuníamos en casa de alguna de ellas para jugar o las llevábamos de contrabando a la escuela.
Recuerdo bien una vez. Yo tenía mi colección ya de unas 10 u 11 Barbies, con sus vestidos hermosos y en la primaria nos pidieron hacer una maqueta de trajes regionales, recuerdo que llevé mi trabajo con las Barbies vestidas con trajes típicos. Terminó la exposición, fui por mi maqueta y por lo menos 4 o 5 habían desaparecido. Mi mayor temor era el regaño de mi mamá cuando llegara a la casa sin las Barbies completas.
Recuerdo que vendían un tipo maletín, especialmente para guardarlas ahí y poderlas transportar; por supuesto lo tenía. Al paso de los años mis gustos comenzaron a cambiar, pero cuando tuve a mi primera hija, recuperé de las cajas de mudanzas ese maletín lleno de Barbies, lleno de sueños y lleno de recuerdos añorados de mi infancia… y fue una experiencia maravillosa ver cómo también mi hija pudo disfrutar de ellas… Al final de cuentas, no tuve el cuidado de recuperarlas y guardarlas, creo que por ahí en algún rincón de la parte superior del armario queda alguna. Me quedo sólo con los recuerdos que los llevo siempre en mi corazón.
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*Comunicadora y conductora de televisión