En medio de la oscuridad se presentó la muerte. A lo largo del Libramiento Norte de Tepic, considerado uno de los tramos carreteros más seguros de la entidad, retumbaban los lamentos y el dolor de decenas de personas. El olor a sangre se empalmaba con la naturaleza, que en esta ocasión cobijaba una tragedia, a la altura del kilómetro 27+300.
Un autobús cargado de sueños despertaba destrozado al fondo del barranco. Las camisas blancas de la Cruz Roja Mexicana se llenaban de lodo, junto a sus aliados de Protección Ciudadana y Bomberos del Estado que mostraban toda su experiencia ante un hecho de tal magnitud, paramédicos de AMEC y ERAP hacían lo propio, eran más de 20 personas las que mostraban distintas heridas y necesitaban atención.


El llanto provenía de todos lados. Se habían truncado vidas de menores y de otros jóvenes que buscaban el sueño americano. Aunque la mayoría eran mexicanos, la tragedia hacía eco en países como la India y República Dominicana, e incluso el continente africano, de dónde provenían algunos de los pasajeros. Habían zarpado, el martes de la Ciudad de México, para hacer escala en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, en donde más personas se unieron a este destino final. No alcanzaron a llegar a Sinaloa, ni mucho menos a la ciudad de Tijuana, Baja California.
En medio de la tempestad, uno de los sobrevivientes de nombre José, alzó la cabeza para contar su historia. Dijo que abordó el autobús de la línea Elite en Guadalajara, Jalisco, minutos antes de las 12 de la noche del día martes. Le tocó viajar en los asientos traseros de la unidad y a los pocos minutos de iniciar el trayecto, cedió ante el cansancio y cerró los ojos para descansar.


De pronto su sueño se vio interrumpido por un fuerte impacto. Abrió los ojos y se dio cuenta que se encontraba al fondo de un barranco en medio de la oscuridad. Sólo escuchaba gritos desesperados, llanto y lamentos. Habían pasado tres horas de su descanso y desde ese momento ya no paró.
Recordó que subió por una de las ventanas quebradas del autobús, para después ubicar en el abismo a mujer junto a su pequeña hija que cargaba entre brazos. Se unió a ellas para apoyarlas a escalar los más de 50 metros de profundidad del barranco, hasta llegar al bordo de la carretera en busca de ayuda.


Después tomó asiento sobre la carretera y recargó su espalda sobre el muro de contención. Se percató que había perdido un tenis, mientras sangraba su cabeza y percibía un raspón en su nariz. Desde ese lugar, con la voz entrecortada mencionó que entre los matorrales pudo observar decenas de hombres, mujeres y niños sin vida. Eran parte de la lista de 18 muertos que después confirmarían las autoridades del estado.
“Ya no se movían, les hablaba, les gritaba y nunca respondieron”, soltó para después pausar su narración con un silencio que resultó doloroso y que al final se esfumó con el estruendo de su voz que resumía lo que había vivido: “Siento como si esto fuera una pesadilla”. Finalmente, agachó la mirada, recargó su cabeza entre sus brazos que sostenían sus rodillas, no había más que decir.


Eran las 5:40 de la mañana cuando la luz del sol volvió a salir. Mientras al poniente de la carretera se ocultaba la luna, al lugar se acercaron dos paramédicos para ayudar a José levantarse y subirlo a una ambulancia. Él fue parte de los 24 heridos que fueron trasladados de emergencia hacia un hospital de Tepic, con la esperanza de continuar en busca de su sueño.