Por un momento creí que estaba en un país donde la política es una actividad civilizada. Había asistido la mañana de este jueves a la conferencia de prensa del precandidato morenista Ricardo Monreal, en todo tiempo cordial y moderado en sus juicios hacia Claudia, Marcelo y Augusto. En entrevista concedida a Meridiano sus palabras desafinan en un país crispado: “Sin reconciliación no hay nación”.
Senador con licencia por tiempo indefinido a partir de las cuatro de la tarde del 16 de junio anterior, ex gobernador de Zacatecas, político experimentado, doctor en derecho y maestro en la UNAM, amigo de la familia Echevarría, sobre todo de los Antonios y Martha García, del doctor Miguel Ángel Navarro Quintero y otros nayaritas destacados, Monreal Ávila había tenido expresiones generosas para las otras corcholatas: de Claudia dijo que hizo un gran trabajo en la Ciudad de México, de Marcelo que es un político con amplia experiencia y de Adán que ha crecido tanto en las encuestas como en el oficio político y en las estructuras territoriales. Ninguna, aseguró, rompería la unidad. Ni él ni nadie.
De la militancia de Morena dijo que no se cerrarán las puertas para los militantes de otros partidos. Del presidente López Obrador, que es un demócrata.
Así que era llover sobre mojado si redundábamos en los mismos temas.
—En este país polarizado, es usted muy moderado. Hay demasiada civilidad en su discurso ¿Funciona eso?—le cuestiono, sentado él en un sillón rojo de dos plazas, el sonido de los tambores festivos en el salón de enfrente.
—Hay momentos y hay episodios en la vida, cuando está muy crispado el ambiente, en que te observan demasiado tibio, como se dice en política, o indeciso. No soy ni tibio ni indeciso ni indefinido—contesta, pausado, sentado el entrevistador a su derecha en similar sillón—. Soy un hombre que cree en la reconciliación, porque sin reconciliación no hay nación.
Para reforzar su dicho recuerda a Vicente Guerrero: planteó la reconciliación cuando estaba luchando contra los realistas que encabezaba Agustín de Iturbide y había mucha sangre y muertes en la guerra civil. Lo cuestionaron mucho y lo acusaron de traidor. El tiempo le dio la razón. Cree que también a él.
De la discusión en torno a los libros de texto advierte que es un reflejo de la polarización permanente del país, pero no admite que López Obrador haya contribuido a ello. Dice que poca gente ha leído los libros, más allá de los que los elaboraron y los imprimieron.
Admite venir de un proceso difícil que son los dos años de ausencia de comunicación con el presidente de México debido a “la intriga palaciega” que le endosó la responsabilidad del descalabro electoral de la Ciudad de México en las recientes elecciones. Eso le da desventaja en sus aspiraciones, pero asegura que dará sorpresas en el resultado de las encuestas.
Admite ir en último lugar si último lugar es no tener bardas, espectaculares y camiones y camionetas rotuladas, porque no tiene nada de eso, una sola, uno solo. Sus recursos son limitados, incluso no pudo financiar camiones de gente que ayer quería trasladarse a Tepic de Bahía de Banderas para charlar con él. Pero en algo va adelante, muy adelante: “Soy el más experimentado. Tengo la mayor experiencia política”.
Le pregunto si la campaña puede admitir un discurso moderado o tibio sin crítica al gobierno actual. Comenta que será una campaña que reconozca los logros, pero el candidato de Morena tendrá que hacer un ejercicio de autocrítica de lo que falta por hacer.
—Se cree que Salinas no toleró la independencia de Colosio–lo atajo.
—Obrador no es Salinas. Tiene otra estatura—comenta lacónico.
Y repite que si en el proceso que camina ya no encuentra lugar en Morena, no romperá, no terminará llorando a mares. Regresará a sus clases a la UNAM: “Algún día lo tengo que hacer”.
Habla del aprecio que tiene a los Echevarría, desde la lucha por la primera gubernatura. Del gobernador Miguel Ángel Navarro Quintero dice que llega 18 años después a la responsabilidad de gobernar su estado, pero con la madurez para darle la vuelta a Nayarit y remediar lo que hicieron y no hicieron las dos administraciones que sucedieron a Antonio Echevarría Domínguez.
Suena la alarma a los 11 minutos. Me levanto y nos despedimos. Una asistente había solicitado comprensión por la apretada agenda del aspirante presidencial. No me dijo que fuera breve, ni necesidad había. A la salida me regala una sonrisa que en palabras hubiera sido: “gracias por no extenderse”. No me extendí. Faltaron las preguntas célebres del periodismo local: “¿Qué tal el zarandeado?” En otra ocasión será: si gana la encuesta, en la campaña; si no hay lugar para él en el morenismo, en alguna clase de derecho constitucional que dicte en la UNAM.
Salgo del privado. El salón de la reunión informativa se ha llenado. Reconozco algunas personas de Santiago Ixcuintla. Ellos hacen que no me ven. ¡Mejor!