Lolita Ahumada fue directora de la escuela que me formó y mi maestra de sexto de primaria. Casi niña enseñó en una escuela rural; dejó pronto la educación pública porque no la concebía sin instrucción religiosa y abrió un colegio inicialmente en casa con dos niños de familias adineradas: el Patria. Rezábamos el rosario cada mañana, invocábamos al Espíritu Santo a toda hora y los sábados asistíamos a misa en el Santuario de Guadalupe. Cuesta creer que en ese ambiente Benito Juárez no fuera Satanás hecho hombre. Ella enseñaba del juarismo lo que indicaban los libros de texto, sin calificar según sus juicios. “A Dios lo que es de Dios, al césar lo que es del césar”, solía decir. Era ella apóstol de la tolerancia como forma de vida, escasa entonces y ahora.