Un hombre encargó al escultor la estatua de Lola Beltrán y éste le entregó un José Alfredo Jiménez con falda. Entonces le solicitó un José Alfredo con pantalón y se hizo el cambio de cabezas. De cualquier manera es necesario leer el nombre de los cantantes para no caer en confusiones. A un alcalde le sucedió lo mismo con los bustos de Manuel Lozada, más parecidos a un delegado federal en Nayarit que al héroe-bandolero. Con la Hermana Agua tuvo mejor suerte: hizo primero una pasadita de peso a la que no hacían mucho el feo, pero luego tuvo más éxito con una segunda, el trasero de sueño y unos ojos primorosos, que subyugan a cualquiera, al grado de declararse todos cuñados de Nervo, autor del poema del que nació esa bendita muchacha.