Por Heriberto Murrieta
Directivos y periodistas hondureños se fueron de México despotricando por la forma en que la Selección Mexicana avanzó directamente a la Copa América. Afirman que hubo robo en el Estadio Azteca.
La evidente intención de que el equipo mexicano participe en ese torneo a como dé lugar hace que cada situación pase por una lupa, el cuestionamiento, un riguroso análisis.
El árbitro salvadoreño Barton actuó descaradamente a favor de la Selección, pero no tanto en los minutos agregados en el segundo tiempo reglamentario (los jugadores centroamericanos hicieron tiempo y por consiguiente se alargó el número de minutos de ese lapso), ni en la repetición de los penales mal cobrados por César Huerta, sino al fingir que no escuchaba el grito homofóbico, que resultó estruendoso y estentóreo.
Si el árbitro no hubiera fingido demencia y se hubiera decidido a suspender el partido, en menudo problema se hubiera metido el conjunto verde.
Por lo que toca a lo estrictamente futbolístico, es increíble que el equipo dirigido por Jaime Lozano haya tenido que llegar hasta los penales para resolver la eliminatoria ante una escuadra que está por debajo del lugar número 70 del escalafón mundial.
La forma tan apurada de ganar invita más a la reflexión que al júbilo. El equipo de México clasificó a duras penas a la Copa América y el grito homofóbico que reapareció en las tribunas del Coliseo de Tlalpan viene a ser un autogol para el futbol mexicano, una exclamación peyorativa que por ningún método se ha podido erradicar.
