“La exigencia de certeza es algo natural en el hombre, pero no obstante es un vicio intelectual”
Bertrand Russell
Por Ernesto Acero C.
Estamos en temporada de elecciones. Los debates ahora son obligatorios en el caso de candidatos a gubernaturas y a la presidencia de la República. Esos debates se han envilecido. Los han envilecido con recomendaciones de publicistas que no tienen ni la menor idea de lo que es la contienda política. La política fundamentalmente es manejo de ideas. En política, los que no tienen ideas usan la cabeza solamente para embestir.
En el primer debate de candidatos a la Presidencia, el mejor desempeño fue el de Claudia Sheinbaum. No se enganchó a los ataques personales que se le dirigieron. ¿Por qué?
Los ataques en los debates se han generalizado tanto, que han dejado de influir en el ánimo de los electores. Los ataques que se dirigen contra los interlocutores, en un debate, suelen ser interpretados como mentiras para embarrar de estiércol a los adversarios. No engancharse en ataques permite no perder el poco tiempo que tienen los candidatos para exponer sus ideas.
Algunos sectores de la audiencia, desearían ver payasos como actores de un debate presidencial. Han normalizado tanto su propia mediocridad, que ven un fracaso en el debate en el que ha estado presente muy poco excremento entre los debatientes.
Para quienes proyectan su propia mediocridad, un debate no necesita ideas, sino ataques sin piedad, ridiculizaciones, mentiras, cinismo. Esos no son debates ni sirven a la democracia. En un debate, conviene invitar a irse al rastro todos aquellos que quieran ver sangre. Los debates deben ser la oportunidad para que combatan las ideas, no las personas.
Los debates están condenados al fracaso tal como los conocemos. En unos cuantos minutos se pretende escuchar todo un proyecto de nación. En minutos no se puede exponer un tema. Ni siquiera un subtema es posible abordarlo con la rigurosidad intelectual que requiere. Menos cuando se un debatiente debe defenderse de ataques personales.
Nos dice Baltazar Gracián que lo bueno, si breve es dos veces bueno. Cierto, pero también sostiene que lo breve, por breve no necesariamente es bueno. Los debates son periodos breves de tiempo. No son buenos.
¿Qué puede uno esperar de un debate? Hasta ahora, lo que se ha impuesto es el ataque. No ataque a las ideas de los adversarios, sino ataque directo a los adversarios. Se habla de hijos, de esposas o esposos, se habla de la vida personal de los otros para poner en mal a un contrincante.
Lo que uno esperaría de un debate, es la exposición de ideas. Un elector potencial, podría esperar que se contrasten ideas, proyectos. Incluso uno espera que se cuestionen las propuestas y que se derrumben discursos del contrincante.
En lugar de un dialogo civilizado, lo que prospera es el ataque contra las personas. Esas personas a las que se les ataca pueden estar presentes o ausentes en los escenarios de los debatientes. Eso no importa. Lo que suponen algunos publicistas es que la gente espera de un debate circo, maroma y teatro. No es así. Y aún cuando fuera así, eso no debería ser la característica de los debates organizados por las autoridades electorales.
Debemos recordar, por cierto, que los debates pueden ser organizados por cualquier persona u organización. Recordemos que los medios de comunicación, las instituciones académicas, la sociedad civil, así como por cualquier otra persona física o moral, todos pueden organizar debates. Aquí es donde algunos sectores de la sociedad podrían aportar elementos positivos para debatir temas específicos y de manera enriquecedora.
Teóricamente, los debates deben abonar el terreno del voto libre y razonado. Un debate debe ser el espacio donde se registren compromisos de los aspirantes a cargos de elección popular. Eso no ocurre actualmente. Los debates, hasta ahora, no sirven sino como un espectáculo pobre dado el formato. Dada la temática es imposible de abordar un asunto a profundidad. Los temas solamente pueden abordarse en términos generales, como en el poema de Efraín Huerta donde Sandra solo habla en líneas generales.
No obstante, los debates deberían ser útiles y podría hacerse algo para que lo sean. Por ahora sí se antojan necesarios, dado que algunos candidatos no tienen nada que decir. Quizá son necesarios los debates hasta en los casos donde los candidatos son mediocres. Como nos dice el Titán de Acaponeta Alí Chumacero, “No es cierto que los pendejos no piensan; si piensan, pero piensan puras pendejadas”.
Los debates no deben mostrar a candidatos como tontos, aun cuando lo sean. Los debates deben mostrar el nivel de conocimiento de un tema, su actitud ante ideas contrarias, el temple de las personas y el oficio político de quien debate.
Hasta ahora, es mucho pedir de un debate. Ya hemos visto que los debates son espacios para mentir, para simular al estilo del gesticulador de Usigli. Hasta ahora, los debates son espacios para decir barbaridades o para hablar de manera estridente, con voz de pito de calabaza. Eso no sirve para enriquecer el voto libre y razonado.
Para lo que puede servir un debate, hasta ahora, es para poner en evidencia la capacidad para ridiculizar a las personas, a los interlocutores. Eso tampoco sirve para orientar racionalmente el voto de las personas.
Los debates pueden ser útiles. No deberían ser obligatorios hasta con peso constitucional. No obstante, los debates deben ser espacios de reflexión serena, espacios para contrastar ideas y propuestas.
Ya vimos como se miente, como se difama y como se hace estiércol con la vida privada (a pesar de la rigurosa prohibición constitucional) donde debía escenificarse un debate civilizado. Si los debates siguen guiándose por la misma ruta, más temprano que tarde veremos como un candidato se acerca a su contrincante y lo abofetea o peor, de pronto veremos “Brillos mortales” de navajas, como en los versos de José María Cano. A ciertos publicistas esta idea puede llevarlos al orgasmo. No obstante, lo erótico no sirve en este caso. Mal si se sigue recorriendo ese inútil camino sinuoso, pantanoso y harto amenazador.