Un lugar mexicanísimo, el Castillo de Chapultepec, para un deporte mexicanísimo, la charrería. La noche más fría en lo que va del año en la capital contrastaba con el calor humano que irradiaba el recinto, lleno de mujeres ataviadas con vestidos de amplios olanes y hombres con negros trajes alamarados. El viento que se metía por las terrazas refrescaba el ambiente de fiesta.
El emblemático alcázar de piso ajedrezado, imperial y luego porfiriano, fue la sede del reconocimiento de Luisa Echevarría a sus predecesoras como reinas del deporte nacional. Ese es el punto clave de la ceremonia. No se trató de un auto homenaje sino de la generosa distinción a mujeres valiosas y ejemplares. Mujeres de a caballo, femeninas y audaces, dedicadas y entrenadas para la ejecución de suertes pletóricas de dinamismo y precisión.
Subió Luisa al estrado. Me encargó su sombrero, que lleva al águila devorando a la serpiente bordados en hilos de oro, evocación del episodio del lago de Tenochtitlán que ocupa el centro de nuestra bandera. Durante los minutos que duró su alocución, quise sostenerlo con honor entre mis manos, dudando por momentos si estaba sujetando el simbólico tocado de ala ancha de la forma correcta.
Un discurso entrañable de amor y gratitud a sus padres, a su hermano, a sus abuelos. Una dedicatoria especial al papá de su papá, ese amante de México y las tradiciones que es don Antonio Echevarría Domínguez, que la acompañaba de corazón desde tierras nayaritas. ¿Qué sería de México si más jóvenes como Luisa conocieran, defendieran y difundieran sus tradiciones? La juventud anda un poco perdida en banalidades y juegos cibernéticos que les comen el seso.
También tomó el micrófono la senadora Jasmin Bugarín, quien fue muy aplaudida por brindar su apoyo irrestricto al deporte de las manganas; Arturo Estrada, maestro del telar, representante cimero del arte popular, que es reconocido aquende y allende, y Salvador Barajas, el próximo presidente de la federación charra.
Una a una fueron pasando las galardonadas. Un prendedor dorado les colgó Luisa del vestido multicolor a manera de homenaje. “El agradecimiento es la memoria del corazón”, decía Lao Tsé. Más tarde posaron todas para la inolvidable foto grupal. En ese momento saludé a la hija de Joselito Huerta, el recio torero poblano que llenó de valentía, pundonor y agallas toda una época del toreo nacional. El de Tetela de Ocampo fue uno de los grandes toreros-charros de la historia. La saga la continuaron Mariano Ramos, Guillermo Montero, Marcial Herce, Jerónimo, Omar Huerta y José Mauricio, entre otros. Qué gusto saludarte, Martha Ileana.
Como broche de oro, la anfitriona y un charro bailaron el jarabe tapatío con la precisión de sus movimientos cortos, acompasados y perfectamente calculados para no salirse del diámetro de la tarima.
Muchas gracias, querido Toño Echevarría García por invitarme a conducir un evento que será recordado durante mucho tiempo.