Por José Luis Olimón Nolasco
En verdad, pocos acontecimientos recientes han tenido la cobertura y la resonancia que la muerte y sepultura de la Reina Isabel II de Inglaterra y, las “palabras” de esta mi colaboración semanal las quiero dedicar a reflexionar acerca de su muerte como Jefa de Estado, como Reina de la Gran Bretaña y como cabeza visible de la Iglesia Anglicana y a compartir una serie de evocaciones que se hicieron presentes en mí en el contexto de esta muerte que, de alguna manera —quizás de diversas maneras— bien puede representar el final de un modo de ser no solo de una monarca, sino de una monarquía constitucional y parlamentaria que, como parte de la Mancomunidad de Naciones se extiende por los cinco continente y que, para muchas personas, ha quedado obsoleta en sus modos tradicionales de operar o, incluso, en cuanto tal, en cuanto monarquía.
Un primer punto de reflexión, tiene que ver con el amplísimo territorio que abarcó, hasta la hora de su muerte, el reinado de Isabel II ya que no se limitó a Inglaterra y ni siquiera a la Gran Bretaña [Inglaterra, Escocia y Gales] o el Reino Unido [los tres países anteriores más Irlanda del Norte], sino que, además, fue reina y Jefa de Estado de Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Antigua y Barbuda, Bahamas, Belice, Granada, Jamaica, Islas Salomón, Papúa Nueva Guinea, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía y Tuvalu.
El segundo punto de reflexión tiene que ver con el no siempre claro tipo de monarquía que ejercía la Reina Isabel ya que el término monarquía suele considerarse como una forma de gobierno en que el monarca, valga la redundancia, gobierno o es la sede del poder ejecutivo o, incluso —como en las monarquías absolutas, del poder legislativo y judicial—. Sin embargo, esto no es así en las monarquías constitucionales, en las que el monarca detenta el poder ejecutivo, mas no el legislativo y el judicial, ni mucho menos en las monarquías parlamentarias —como la de la Mancomunidad de Naciones [la famosa Commonwealth]— en que el monarca —la monarca en el caso de Isabel II—, como suele decirse “reinaba, pero no gobernaba”, es decir, era la Jefa de Estado del Reino Unido y del resto de naciones antes mencionadas, por lo que tenía una función representativa ante otras naciones y algunas funciones no-gubernativas al interior de los Estados de los que era Jefa. En ese orden de cosas, su última acción como Jefa de Estado de Inglaterra, tuvo lugar el martes 6 de septiembre en que recibió a Liz Truss, unos días antes nombrada Primera Ministra en sustitución de Boris Johnson y a quien, en ejercicio de sus facultades como Jefa de Estado, le pidió —como lo hizo previamente con otros quince primeros ministros—, formar un nuevo gobierno.
Ahora bien, en cuanto Gobernadora Suprema de la Iglesia de Inglaterra —no de la Comunión Anglicana formada por diversas iglesias anglicanas alrededor del mundo en plena comunión con la Iglesia de Inglaterra y que reconocen el primado del arzobispo de Canterbury— la Reina Isabel tenía también determinadas atribuciones, en especial, ser defensora de la fe, nombrar arzobispos y obispos diocesanos tras una designación de la Comisión de Nombramientos de la Corona y dar su consentimiento a las resoluciones del Sínodo General, su cuerpo legislativo, ese que, en tiempos recientes ha aprobado la ordenación de mujeres y de obispos homosexuales.
En este contexto, emergieron evocaciones diversas…
La más antigua, quizás, me remitió al lejano 1960 en que vi en el “Jueves de Excélsior” —que mi papá leía semana tras semana— una portada con la princesa Margarita y el fotógrafo real [Antony Armstrong-Jones] quienes se habían casado por aquellos días. En ese contexto, a la pregunta frecuente acerca de lo que pensaba ser cuando fuera grande, yo respondía que sería ¡“otógrafo real!
No muy lejana en el tiempo, una segunda evocación, esta, relacionada con una carta que mi hermano Manuel envió a la revista “Life”, exhortándola a poner en español el nombre de la Reina de Inglaterra, a quien se le mencionaba como Elizabeth y no como Isabel.
Vinieron a mi mente, también, los comentarios de mi mamá de que dos días después del nacimiento de mi hermano Manuel, la Reina Isabel había contraído matrimonio y que el nacimiento de su hija Ana había tenido lugar dos meses después del de Imelda, mi hermana.
Otras, mucho más cercanas en el tiempo y relacionadas con la coyuntura de la muerte de mi hermano Manuel, en Edimburgo, Escocia…
Imposible no relacionar —interna e íntimamente— la muerte de Isabel II y la de Manuel en tierras escocesas y en tiempo de verano; imposible no revivir las caminatas por las calles que conducen a la Catedral de San Gil en que tuvo lugar la primera ceremonia fúnebre de carácter religioso tras la muerte de la reina; imposible no rememorar la breve estadía en la pequeña capilla de San Pancracio antes de regresar a México con las cenizas de Manuel; cómo no hacer memoria de la imagen que me envió Manuel unos días antes de su muerte, del cirio encendido frente a la tumba de Santo Tomás Becket en la Catedral de Canterbury; y, sobre todo, cómo no conmoverme con el sonido triste y melancólico que el gaitero hacía salir —caminando y alejándose en un pasillo solitario— de esa gaita con que despertaba cada mañana a la reina, a quien ahora invitaba, cariñosamente, a dormir entonando “Sleep deairie, sleep” [Duerme querida, duerme], esa melodía que acompañó el descenso del féretro al sótano de la capilla de San Jorge en el Castillo de Windsor, donde quedaron depositados sus restos en una pequeña capilla dedicada a su padre, el rey Jorge VI, junto con los restos de este, de su madre, de su esposo y junto con las cenizas de su hermana Margarita, esa cuya boda motivó mi primer proyecto para la vida adulta.
Y “last but not least” [por último, pero no menos importante], ese sonido de la gaita me remitió a otro sonido, más conmovedor aún: el sonido “del clarín de órdenes” con el toque de silencio, en otro funeral —tan lejano en el tiempo como cercano en lo profundo de mi corazón—: el de Jorge Olimón Colio, mi papá, en el Panteón Hidalgo el domingo 1 de agosto de 1965…
“Sleep Dearie Sleep”
[Soldier lie down on your wee pickle straw
It’s not very broad and it’s not very braw
but Soldier it’s better than nothing at all
Sleep Soldier Sleep.]
Dearie lie down on your wee pickle straw
It’s not very broad and it’s not very braw
but dearie it’s better than nothing at all
Sleep Dearie Sleep
Dearie lie down on your wee pickle straw
It’s not very broad and it’s not very braw
but dearie it’s better than nothing at all
Sleep Dearie Sleep, Sleep Dearie Sleep
«Duerme, querida, duerme»
[Soldado, acuéstate en tu pequeño montón de paja
No es muy Amplio, ni muy elegante
Pero, soldado, es mejor que nada
Duerme, soldado, duerme.]
Querida, acuéstate en tu pequeño montón de paja
no es muy Amplio, ni muy elegante
pero, querida, es mejor que nada.
Duerme, querida, duerme
Duerme, querida, duerme
Duerme, querida, duerme.