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viernes, mayo 16, 2025
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Las vacas de Huajimic

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Mi madre biológica, que tres madres tuve, nació en Huajimic. Su padre, de nombre Desiderio, por razones que desconozco migró a una localidad de Santa María del Oro. En su nueva tierra fue ganadero. Las vacas de casa, que en algún momento fueron varias, provenían de algún regalo en especie de él a su hija Guadalupe.

Si alguno de mis hermanos o primos hubiesen seguido viviendo en la sierra de La Yesca, este jueves la presidenta Claudia Sheinbaum hubiera entregado sus tierras a los comuneros del vecino estado de Jalisco, que por resolución judicial recuperaron las tierras que papeles virreinales y decretos presidenciales señalaban como suyas. Ellos habrían recibido un cheque del Banco del Bienestar equivalente a 64 mil 60 pesos por hectárea cedida.

En la solución de regresar la tierra a unos y compensar económicamente al que pierde la posesión hay un intento de equilibrio que merece ser reconocido. Pero en la perspectiva de las partes involucradas es inevitable que alguien lo perciba como una injusticia. Y que la contraparte experimente un justo triunfo. El tránsito pacífico al nuevo esquema de tenencia de la tierra en disputa reside en la moderación de la expresión de los sentimientos de pérdida y pertenencia. Seguirán siendo vecinos, tal vez por generaciones, porque no está en el escenario la migración de familias en ambientes hostiles o pactados.

Aunque nuestra percepción pueda tener sesgos, en la solución del conflicto entre el Nayarit ganadero y el Jalisco indígena hay señales de una justicia impartida con perspectiva integral. No se apega sólo a la legalidad formal, sino que atiende al respeto al trabajo, el arraigo y los derechos adquiridos de quienes han habitado y producido de buena fe en esas tierras durante décadas, no sin episodios tensos y hasta violentos de ambas partes, asumidos como legítimos.

Se ha intentado conciliar los principios de legalidad y equidad: restitución a quienes reclaman el valor de títulos virreinales-resoluciones presidenciales y reconocimiento de los derechos a quienes han invertido trabajo, capital y vida en esas dos mil 471 hectáreas.

Si mis hermanos y primos fueran esos ganaderos, quiero imaginar el mismo esquema, con beneficios y pérdidas en sentido inverso: compensación económica para las localidades jaliscienses y mantener sin cambios la actual posesión y explotación de esas tierras.

Sé que no es políticamente correcto mencionarlo, pero en caso de la compensación monetaria a los pueblos originarios exigiría políticas públicas que convirtieran ese recurso en capital-semilla para actividades productivas que les aseguren ingresos en el largo plazo. Porque la narrativa del Estado mexicano ha sido históricamente irresponsable con ellos, a quienes sólo transfiere efectivo para el consumo y obra pública improductiva.

Nunca le cumplí a mi madre la promesa de llevarla a Huajimic a “buscar su ombligo”, como suelen llamar en los pueblos a ese regreso a la cuna.

Cuando nació mi hija mayor, mi padre me regaló un becerro para la birria de la fiesta bautismal, que nunca se preparó. Ella creció con la creencia de que poseía ganado. Mis hermanos vendieron una vaca y me entregaron el importe para pagar una cirugía de mi hija menor. Sentimos en esa ocasión la bendición de los ganaderos de Huajimic por las donaciones de mi abuelo a mi madre, de mi madre a sus hijos, y de sus hijos a sus nietos.

Como nayarita, y por mi relación con la ganadería de mis antepasados y hermanos, admito el doble sesgo en la interpretación personal de la salida al conflicto agrario que mañana cierra uno de sus capítulos.

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