Volantín | Sacudidas

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Por Salvador Cosío Gaona

La tierra tembló durante interminables segundos en el noroeste de Turquía hace unos días, sacudiendo toda la región del Mármara y algunas de las zonas más industrializadas y pobladas del país. 

El epicentro estuvo situado en la región de Kocaeli, cuya capital es Izmit, pero tuvo consecuencias en distritos de Estambul, Golkuk, Darica, Sakarya o Derince. 

La región se sitúa sobre la peligrosa Falla norte de Anatolia, que en los últimos 100 años se ha ido rompiendo en una serie de terremotos, propagándose en su mayoría de este a oeste. Los científicos advierten que, de toda la falla, solo queda un tramo por romper, el del mar del Mármara, en cuyo estrecho se ubica la mayor de todas las ciudades turcas, la perla del Bósforo: Estambul. Ocurrió a las 3 de la mañana, cuando la población estaba durmiendo, lo que sumó víctimas al desastre. 

Su magnitud fue de 7.6 y el epicentro estuvo situado a poca profundidad en una zona muy poblada. 

Entre el gran terremoto de Izmit del 17 de agosto de 1999 y el sismo doble que devastó el sureste de Turquía y el noreste de Siria la semana pasada hay muchas similitudes. 

Lo que no esperaban muchos turcos es que, 24 años después, la escala de devastación de un nuevo terremoto lograra empequeñecer el que hasta ahora había sido el gran trauma nacional. 

Unos 120,000 edificios resultaron dañados o completamente destruidos en 1999, según la Oficina de Naciones Unidas para la Prevención del Riesgo de Desastres, en gran parte por la deficiente construcción y la falta de inspección de las edificaciones. 

El gobierno turco de la época fue duramente criticado por la gestión del desastre, y el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) supo cosechar esa indignación popular para lograr en 2002 la gran victoria de Recep Tayyip Erdogan quien, 20 años después, sigue en el poder. 

Las lecciones de entonces, parecen, sin embargo, haber caído en saco roto. Al igual que los dos terremotos del pasado 6 de febrero, los de 1999 fueron provocados por una falla transcurrente que potenció el efecto devastador del sismo, registrándose en algunos puntos una intensidad X en la escala sismológica de Mercalli (que va de I a XII), que se considera extrema. 

El terremoto fue acompañado de un tsunami en el mar del Mármara con olas de hasta 2.5 metros. Y un incendio desatado en una refinería de petróleo en la zona tardó 5 días en ser sofocado, lo que obligó a desplazar a miles de personas en los alrededores, donde todavía se realizan labores de rescate. 

El desastre no solo contribuyó a cambiar el panorama político turco. La normativa de construcción se reforzó tras el terremoto y se creó un impuesto especial de “solidaridad con el terremoto”, para reforzar los edificios. 

¿Por qué la devastación de este último sismo ha superado entonces a todo lo visto hasta ahora? 

La escala de destrucción del doble terremoto del pasado 6 de febrero ha planteado grandes interrogantes sobre si se podría haber evitado una tragedia de tal magnitud y si el gobierno del presidente Erdogan podría haber hecho más para salvar vidas. 

El presidente turco ha admitido errores en la respuesta, pero también pareció culpar del desastre al destino durante una visita a la zona afectada: “Esas cosas siempre han sucedido. Es parte del plan del destino”, dijo la semana pasada. 

Más de 30,000 personas se han movilizado durante la emergencia pero, en muchos casos, los equipos de rescate no lograron llegar a las zonas afectadas hasta el segundo o tercer día. 

Turquía tiene más experiencia en terremotos que casi cualquier otro país, pero el fundador del principal grupo de rescate voluntario cree que esta vez la política se ha interpuesto. 

Tras el terremoto de 1999, fueron las fuerzas armadas las que lideraron la operación. Sin embargo, el gobierno de Erdogan ha tratado de frenar su poder en la sociedad turca. 

Aunque durante años los científicos habían advertido de la posibilidad de que se produjera un gran terremoto, pocos esperaban que tuviera lugar a lo largo de la Falla oriental de Anatolia, que se extiende por el sureste de Turquía, ya que la mayoría de los temblores más grandes han golpeado la falla norte. 

Cuando un terremoto sacudió, en enero de 2020, la ciudad de Elazig, al noreste de la zona afectada el pasado 6 de febrero, el ingeniero geológico Naci Gorur, de la Universidad Técnica de Estambul, se dio cuenta del riesgo existente. Incluso llegó a predecir un terremoto posterior al norte de Adiyaman y la ciudad de Kahramanmaras, gravemente afectadas por el último sismo. 

Especialistas en ingeniería sísmica de Turquía, indican que la dramática pérdida de vidas se ha debido a que no se siguieron los códigos de edificación, y culpa de ello a la ignorancia y la ineptitud en la industria de la construcción. 

La normativa turca en materia de construcción se actualizó en 2018, y prevé que se utilice hormigón de alta calidad, que tiene que ser reforzado con barras de acero acanaladas. Los pilares y las vigas deben poder absorber el impacto de los temblores. 

“Debe haber adherencia entre el hormigón y las barras de acero y también un refuerzo de transferencia adecuado en las columnas”, explicó el profesor Erdik, quien cree que, si se hubieran seguido las normas, las columnas habrían sobrevivido intactas y el daño se habría limitado a las vigas. 

En cambio, las columnas cedieron y los pisos colapsaron uno encima del otro, lo que causó numerosas bajas. Una de las grandes preguntas que muchos turcos se hacen hoy es qué pasó con las grandes sumas recaudadas a través de los dos “impuestos de solidaridad con el terremoto” creados después del sismo de 1999. 

Planificadores urbanos han denunciado que las normativas no se han respetado en las zonas sísmicas y destacan una amnistía del gobierno en 2018, que permitió que las violaciones del código de construcción se eliminaran con una multa y dejó seis millones de edificios sin cambios. 

Las multas han generado millones en impuestos y tasas, pero también “han jugado un importante papel en el derrumbe de los edificios del último terremoto”, asegura Pelin Pinar Giritlioglu, de la Universidad de Estambul. 

La planificadora explica que solo en las 10 ciudades actualmente más afectadas se presentaron más de 100,000 solicitudes de amnistía. Además, hubo una alta intensidad de construcción ilegal en la zona. La construcción ha sido el gran motor económico turco de las últimas dos décadas y, en su reciente visita a la región del terremoto, el presidente Erdogan prometió a los sobrevivientes que las zonas afectadas serían reconstruidas en tan solo un año. Pero después de 20 años en el poder, primero como primer ministro y luego como un presidente electo cada vez más autoritario, Erdogan lidera un país altamente polarizado. 

La campaña para las elecciones generales que tienen previsto celebrarse en mayo aún no ha comenzado, y ya provocan grandes sacudidas, y es probable que las esperanzas de Erdogan de unificar el país antes de esas elecciones caigan en saco roto. 

 opinion.salcosga@hotmail.com  

@salvadorcosio1 

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