Una profesora estadounidense probó métodos no ortodoxos para modificar la actitud de los alumnos sobre las personas que ingresan sin documentos a su país. La dinámica empezó a dar buenos resultados: hacía que los niños se tiraran en el suelo y trataran de permanecer inmóviles el mayor tiempo posible. Les pedía que se imaginaran dentro de la caja de un camión de carga, como los migrantes, por muchas horas, sin ventilación y sin movimiento para poder cruzar la frontera y estar a salvo de la pobreza, el hambre o la persecución política. Pudo observar una mayor empatía de los estudiantes hacia los extranjeros. Al poco tiempo fue despedida de la escuela. Los escandalizados padres pusieron una queja por sus libertades didácticas. En el fondo les incomodaba que sus vástagos pensaran-opinaran-actuaran distinto que ellos.