Un poco honroso 128° lugar

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El pasado 3 de mayo, la organización Reporteros sin Fronteras presentó la vigesimoprimera edición de la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, un documento que evalúa las condiciones en que se ejerce el periodismo en 180 países y territorios y que se publica —anualmente—, el día 3 de mayo, fecha que en 1993 fue declarada por la Organización de las Naciones Unidad como Día Mundial de la Libertad de Prensa.

En su edición 2023 se destacan los dramáticos efectos que tiene, sobre la libertad de prensa, “la industria del engaño” en el ecosistema digital.

Entre los elementos que configuran esa “industria del engaño”, se menciona, en primer término, la implicación de actores políticos en campañas de desinformación masiva o de propaganda de manera regular y sistemática, las cuales difuminan la diferencia entre lo verdadero y lo falso, lo real y lo artificial, los hechos y la retórica y debilitan a quienes realizan periodismo de investigación. En ese orden de cosas, se subraya el rol creciente que está desempeñando la inteligencia artificial, capaz de surtir a las redes sociales de falsificaciones cada vez más verosímiles e indetectables.

En su Análisis General destaca, en primer término, algo que habrá quien considere tendencioso, pero que muestra uno de los fenómenos más relevantes en el tema de la libertad de prensa en la actualidad: la expansión de la propaganda de Rusia [164°], país que “ha creado en tiempo récord un nuevo arsenal mediático para propagar el discurso del Kremlin en los territorios ocupados del sur de Ucrania, [así como] un bloque de silencio [que] se ha abatido sobre los últimos medios rusos independientes, que han sido prohibidos, bloqueados y/o declarados «agentes extranjeros»”.

Desde el punto de vista de los movimientos en la clasificación, se mencionan los tres puestos que pierden los Estados Unidos, país que ocupa este año el 45° lugar debido a las limitaciones que traen consigo los marcos jurídicos locales y la extensión de la violencia contra los periodistas, que alcanzó en los asesinatos de dos periodistas, su punto más negativo. Brasil, en cambio —gracias a la salida de Jair Bolsonaro de la presidencia del país, escaló 18 puestos, para situarse en un puesto que tampoco es para presumir —92°—. Los descensos más significativos, se dieron en Senegal [104°] que desciende 31 puestos; Túnez [121°] que retrocede 27 lugares. En América Latina y El Caribe, los descensos más relevantes se dieron en Haití [99°. -29] y Perú [110°. -33].

En la clasificación general, los países que ocuparon este año los primeros lugares fueron: Noruega, Irlanda, Dinamarca, Suecia y Finlandia, mientras que los que ocuparon los últimos lugares fueron: Corea del Norte, China, Vietnam, Irán y Turkmenistán…

¿Y México? Como el encabezado de estas “palabras” los expresa ocupó “un poco honroso 128° lugar”, a pesar de que su calificación final [47.98] fue ligeramente superior a la del año 2022 [47.57], estando, sin embargo, por debajo de las calificaciones menos bajas obtenidas previamente: 56.31 en 2015 y 54.55 en 2020.

De los cinco rubros que evalúa la clasificación de Reporteros sin Fronteras, es en el indicador legislativo en el que nuestro país resultó mejor evaluado [66.32] gracias a que no hay ninguna ley que obstaculice la libertad de informar y a que la libertad de prensa está garantizada en la Constitución y amparada por la Ley de Prensa. [A pesar de lo cual, ocupa el lugar 75 de 180].

En el indicador que salió más mal evaluado —como era de esperarse— fue en el indicador de seguridad [23.68] lo que le ubicó en el lugar 174 [¡a pesar de lo cual avanzó 5 lugares!]. En la sección dedicada a nuestro país en la página electrónica de RSF, se puede leer: “La connivencia entre las autoridades y el crimen organizado constituye una grave amenaza contra los periodistas y se hace sentir en cada eslabón del sistema judicial. Los profesionales que cubren temas sensibles relativos a la política o al crimen, especialmente a nivel local, padecen advertencias y amenazas, cuando no son simple y llanamente asesinados. Otros son secuestrados y no aparecen nunca más, u optan, para salvar la vida, por desplazarse fuera de sus zonas de origen o bien por huir al extranjero. El presidente López Obrador no ha emprendido aún ninguna de las reformas necesarias para poner freno a la violencia y la impunidad que se han instalado en el país. Desde el año 2000, cerca de 150 periodistas han sido asesinados y 28 han desaparecido en México”. Solo en 2022, de los 86 periodistas asesinados, 19 lo fueron en nuestro país.

El tercer indicador que cabe destacar, es el indicador político, en el que la calificación bajó de un 58.18 a un 55.38, lo que le hizo descender del lugar 82 al 88. También en este caso, lo que se lee en el reporte es algo muy contundente: “El presidente López Obrador y otras figuras destacadas del Estado han adoptado una retórica tan violenta como estigmatizante contra los periodistas, a los que acusan regularmente de apoyar a la oposición. Cada miércoles, el gobierno organiza una sesión de ‘¿Quién es quién en las mentiras de la semana?’, un espacio más en el que se intenta desacreditar a la prensa. En sus más de cuatro años de mandato, el presidente ha criticado a los periodistas por su falta de profesionalidad y ha calificado a la prensa mexicana de ‘parcial’, ‘injusta’, y de ‘desecho del periodismo’.

A estas palabras, se podría añadir que la violencia ejercida contra los periodistas, ordinariamente, tienen destinatarios específicos y se extiende, particularmente hacia la prensa escrita, nacional y extranjera [particularmente norteamericana] utilizando una violencia verbal que, en otros ámbitos no es ni siquiera mínimamente tolerada, además de ejercerse desde la más alta tribuna del poder, sin datos verificables y sin posibilidad real de réplica, por lo que bien se puede afirmar que en México estamos siendo testigos de una versión cotidiana de alta intensidad de la “industria del engaño” desde el poder que difumina la diferencia entre lo verdadero y lo falso; que condena a la inanición a los medios insumisos, atenta contra la dignidad del noble oficio del periodismo; que pone en riesgo la vida misma de quienes ejercen su derecho a la libertad de expresión como crítica y diferencia y que, “last but not least” provoca —aquí me apropio de unas palabras de Javier Sicilia— una “adhesión admirativa y abyecta” que, es, por si fuera poco, contagiosa…

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