La salud más perfecta, personal o pública, necesitará siempre el servicio de urgencias y la eficiente atención de los males crónicos. Son los equivalentes de los programas sociales y la transferencia de efectivo, aun en los países más prósperos. Pero no corresponde a los urgenciólogos construir el mejor sistema de salud, sino a médicos familiares y comunitarios, que trabajan las causas de la enfermedad, al menos por ahora, mientras la lectura del genoma humano nos indica otra cosa. A nivel de desarrollo social, la esperanza debe estar en la generación de riqueza y su equilibrada distribución. Los programas sociales, que aumenten incluso para compensar los costos de una economía que privilegió a pocos y excluyó a la mayoría. Pero a la par vayamos al origen y no lo perpetuemos. Apostemos al largo plazo.