Por Salvador Cosío Gaona
En los últimos días, Francia ha sido testigo de una ola de disturbios y protestas que han dejado al país sumido en una profunda tensión. Estos acontecimientos, que han captado la atención mundial, merecen una reflexión sobre las causas y consecuencias de esta agitación social.
Los disturbios comenzaron como una manifestación pacífica, con ciudadanos expresando su descontento ante diversas problemáticas que aquejan a la nación. Sin embargo, rápidamente se tornaron violentos, con enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden, saqueos y destrozos en las calles. Este nivel de violencia es preocupante y no debe ser tolerado, ya que pone en peligro la seguridad de los ciudadanos y socava los cimientos de una sociedad democrática.
La ira y la frustración que subyacen a estos disturbios son producto de múltiples factores. Entre ellos se encuentran el desempleo, la desigualdad económica, la falta de oportunidades para los jóvenes y la percepción de una desconexión entre la clase política y la ciudadanía. Estos problemas estructurales han alimentado un sentimiento de alienación y desesperanza en amplias capas de la sociedad francesa, generando un caldo de cultivo propicio para la protesta y la violencia.
Es crucial que las autoridades francesas aborden estas preocupaciones de manera efectiva. La respuesta a los disturbios no debe limitarse únicamente a una represión policial, sino que debe ir acompañada de un diálogo abierto y sincero con los manifestantes y la sociedad en general. Es fundamental que se escuchen las voces de quienes se sienten marginados y se tomen medidas concretas para abordar las desigualdades y garantizar un futuro próspero y equitativo para todos los ciudadanos.
A diferencia de 2005, cuando dos jóvenes de 15 y 17 años murieron tras una persecución, el policía autor del disparo que ocasionó la muerte de Nahel, se encuentra en prisión provisional y la fiscalía ya ha anunciado que “no se reunían las condiciones legales para el uso del arma policial”. También, el gobierno ha dado un paso al frente condenando lo sucedido, a pesar de que, el joven menor conducía sin carnet y se había saltado el control policial.
Una revuelta que ya suma varias noches de disturbios con un balance de más de 600 edificios públicos y 2500 coches quemados, más de 1000 detenidos y unos 300 agentes heridos. Unas cifras con una violencia “muy superior”, según el Ministerio del Interior francés, y que han llevado a que distintos grupos políticos a presionar al gobierno para que declare el estado de emergencia. Un estado de emergencia en Francia supondría establecer, durante 12 días, toque de queda, restricciones de movilidad, cierre de espacios públicos y la posibilidad de que la policía pueda entrar en espacios privados sin una orden judicial previa.
A pesar de eso, Macron ha descartado esa idea, pero mantiene toques de queda en algunas ciudades, como: Clamart, Meudon, Neuilly-sur-Marne o Savigny-le-Temple. También, restricciones en la capital, donde se han anulado grandes eventos y el transporte público cerrará este fin de semana a partir de las 21 horas.
Además de restablecer la paz en Francia, Macron también tiene que enfrentarse a dos factores incómodos en el país: la violencia policial y el problema con los jóvenes de “banlieue”.
En 2022, Francia batió récord con 13 personas muertas a manos de la policía. Este año, a esa cifra se suman tres más. Alemania, en los últimos 10 años, solo cuenta con un muerto. En 28 de febrero 2017, el gobierno francés aprobaba la ley (2017-258) que permitía a los policías disparar en caso de que un individuo se negase a parar ante un alto de la policía. Nahel aceleró en el momento del alto policial. Fue la peor decisión de su vida, ya que se convirtió en una víctima más de esa ley.
Los jóvenes de las barriadas populares, en su mayoría segunda o tercera generación de migrantes, han sido desde hace más de 20 años protagonistas de debates de sobremesa, debates políticos, y además, parte de las promesas en las campañas electorales. Nadie niega que Francia tenga un problema con estos jóvenes, ni siquiera los mismos. La pregunta que se repite cada vez que aparece algún caso, como el de Nahel es: ¿cómo acabar con un problema que lleva años cociéndose a fuego lento?
El gobierno de Macron lo tiene claro, declarar un estado de emergencia no soluciona nada, pero el presidente tampoco va a permitir “una violencia intolerable y la instrumentalización de la muerte de un joven”. Francia afronta una posible nueva noche de disturbios con un dispositivo inédito de 45,000 agentes, incluyendo las fuerzas de élite de la policía (RAID), toques de queda —de esos que habíamos dejado ya en el pasado—, y una gran incertidumbre sobre cómo parar esta ira.
Jóvenes que suelen ser señalados por no integrarse en los valores de la sociedad francesa. De vivir en la burbuja de la banlieue, pero como dice Fabela Amara, creadora del movimiento Ni putas ni sumisas.
Además, es responsabilidad de los líderes políticos y sociales fomentar un clima de respeto, tolerancia y entendimiento mutuo. La polarización y el enfrentamiento solo perpetúan la división y dificultan la búsqueda de soluciones constructivas. El diálogo, la empatía y la voluntad de encontrar puntos en común son fundamentales para superar esta crisis y sentar las bases de una sociedad más justa y cohesionada.
Los disturbios en Francia son una llamada de atención para toda la comunidad internacional. Nos recuerdan la importancia de abordar los problemas sociales y económicos con prontitud y diligencia, antes de que la desesperación y la ira se conviertan en combustible para la violencia. La solidaridad y el apoyo a los ciudadanos franceses en estos momentos difíciles son esenciales para encontrar una solución sostenible y duradera.
Es importante reconocer que los disturbios no representan a toda la sociedad francesa, sino a una porción minoritaria que se siente excluida o perjudicada por diversas razones. Sin embargo, estos incidentes tienen un impacto significativo en la imagen de Francia y en la vida cotidiana de las personas que residen en las áreas afectadas.
Si bien la protesta y la expresión pacífica de la opinión son derechos fundamentales en una sociedad democrática, es fundamental distinguir entre los manifestantes pacíficos y aquellos que recurren a la violencia y la destrucción. Los disturbios que implican saqueos, incendios y enfrentamientos con las fuerzas del orden no son la forma adecuada de abordar los problemas sociales y económicos subyacentes.
En lugar de la violencia, es fundamental fomentar el diálogo constructivo, la inclusión social y la búsqueda de soluciones conjuntas para abordar las desigualdades y las injusticias. Las autoridades, la sociedad civil y los líderes comunitarios deben trabajar en conjunto para encontrar vías pacíficas de resolución de conflictos y mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos.
En última instancia, los disturbios deben ser vistos como una oportunidad para reflexionar y actuar en consecuencia. Francia, como cualquier país, enfrenta desafíos sociales y económicos, y es fundamental abordarlos de manera constructiva y pacífica para construir una sociedad más justa y equitativa para todos.
En conclusión, los disturbios en Francia durante la última semana son un síntoma alarmante de las tensiones y desafíos que enfrenta la sociedad francesa. Para superar esta situación, se requiere un esfuerzo conjunto de las autoridades, los líderes políticos y la ciudadanía en general. Solo a través del diálogo constructivo, la comprensión mutua y la implementación de medidas concretas se podrá restablecer la paz social y sentar las bases de un futuro mejor para todos.
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