Por DON REGAÑÓN | Ignacio Javier González Angulo*
Recuerdo mucho los tiempos de la cachucha del estadio olímpico de Tepic, varios años antes de que le impusieran el nombre de Nicolás Álvarez Ortega. Mi papá me llevaba a ver al Deportivo Tepic jugar contra equipos de la Segunda División. Poco sé de futbol y mucho menos sabía en ese tiempo, tendría yo a lo sumo diez años de edad y mi tara física me impedía interesarme más en el deporte.
Lo que a mí me alborozaba es que terminando el partido acontecía la visita al Portal Bola de Oro, donde estaba el puesto de periódicos y revistas de doña Aurora. Era mi excursión al mundo de la lectura de las historietas.
Mi papá iba sobre el Excélsior, las revistas Siempre! e Impacto, medios periodísticos del D.F. y El Informador de Guadalajara para mi mamá, atenta al acontecer social que dejó allá para unirse aquí con el amor de su vida. Pero yo me iba de bruces ante el colorido mundo de Disney, Bugs Bunny, Supermán, Tarzán y Roy Rogers, tan prohibidos en la escuela pero que constituían sin duda un elemento educativo de lectura blanca que me introdujo a la postre a la lectura de los clásicos juveniles de Verne, Salgari y Dumas. Poco después surgió Ruben Romero a la par que se me despertaba el palpitar adolescente, la edad de la punzada que coincidió con la inquietud de Aurorita para emprender un segundo negocio en el ramo de la librería a la vuelta de su puesto en un pequeño local a cargo de su hijo Rafael Mota, más o menos de mi edad, por lo que cómplice de la aventura me brindaba el acceso a la lectura del Kamasutra y a las obras del Marqués de Sade.
Así nació en mí la hoy tan libre y suelta sexualidad, adquirí la teoría, la práctica llegaría más tarde; ¿y la cachucha ‘apá? Se la chingó Ney, pero de eso hablaremos otro día, aunque si quiere mándeme un twitazo a @doctornacho
*Médico y Columnista