Puedes llorar porque se ha ido, o puedes sonreír porque ha vivido.
Por J. Gerardo Rodríguez Rdz
Siga la línea naranja – me indicó el guardia de seguridad en la madrugada, el trayecto más solitario en el ambiente más sórdido. Me dirigía al señalamiento del cuerpo que exige por ley la funeraria; ahí alcancé a mi hermana para hacer lo propio. Luego de la rutinaria y fría actitud que tiene un trabajador de un hospital público en esa área, nos abren una caja y ahí veo a papá, por lo que asiento con la cabeza para que el personal de la funeraria realice la actividad para la cual fue contratado. Es el último momento que lo toqué, en específico su ceño en su frente, ya gélido, pero se seguía sintiendo a papá. Tenía enfrente de mí a un personaje de Tepic, a un personaje de su tiempo.
Nacido en Tepic, Nayarit, el 6 de agosto de 1939, como el tercero de seis hermanos. Hijo de Juan Rodríguez Carranza, de quién creo heredó su carisma, y de Elvira Naya Rodríguez, por quién siempre tuvo una gran devoción, quizá por mi abuela se aferró mucho a su fe católica. Vecino del centro de Tepic en su niñez, me llegó a comentar cuando yo era niño, que Tepic en su época llegaba a la Loma, a los Estadios (hoy Ciudad de las Artes), del otro lado a la Estación de Ferrocarril, al norte ahí por el Mololoa; la Cruz de Zacate era ya algo alejado. Yo me imagino que la niñez de mi papá y de mis tíos fue parecida a la de Carlos, el personaje principal de la magistral obra de José Emilio Pacheco “Las batallas en el desierto”, de ese México durante y posterior a la Segunda Guerra Mundial, luego de la dolorosa institucionalización del país, después de sufrir la Revolución, la Cristiada y todos los conflictos sociales de la época, un periodo del país que fue el cimiento del México moderno. Tal vez por eso su manera de ver el mundo.
Tuvo su primera oportunidad de trascender, pero la inmadurez misma de la juventud, dicho por él, impidió desarrollarse en el Colegio Militar en la Ciudad de México. Regresó a Tepic a ayudar a mi abuela en su tienda de ropa, el estereotipo de las personas de origen libanés. Estando en la tienda coadyuvó con mis abuelos a que sus hermanos tuvieran una oportunidad como profesionistas. Posteriormente, ya que todos tenían su carrera profesional, fue entusiasmado por mi abuelo para que retomara los estudios, revalidó materias de preparatoria que tenía pendientes y se fue a su aventura para estudiar medicina en la Universidad Autónoma de Guadalajara. Vivió en casa de asistencia principalmente, cerca de la Parroquia del Expiatorio del Santísimo Sacramento, en López Cotilla y Enrique Díaz de León, antes Avenida Tolsá, como la conocía papá. Estudió una maestría en Salud Pública en el Instituto Nacional de Salud Pública en México, Distrito Federal.
Vivió una época diferente, menos competitiva – En la graduación de la maestría iban a ofrecerte trabajo – me comentó alguna vez. Tuvo ofertas laborales en Coatzacoalcos, en Guadalajara, entre otras ciudades; pero pasó por su tierra porque iban de Luna de Miel a Mazatlán, luego de casarse con mamá en Ciudad Victoria, Tamaulipas; y sin tenerlo en consideración, el Dr. González Guevara, entonces Secretario de Salud, otro personaje del Tepic del siglo XX, le invitó a laborar en su entrañable Hospital General de Tepic, u Hospital Civil, como otros le llaman.
Siempre tuvo la intención, muy al inicio de su carrera profesional, de instalar un consultorio privado, sé que al menos un mes abierto estuvo, pero su vocación siempre fue la de un galeno social, de esos que se toman muy en serio el juramento hipocrático. Además, su halo personal estuvo siempre amalgamado a carisma y encanto; con propios y extraños, con políticos y con profesionistas, con ricos y pobres; esa gracia siempre lo alejó de su consultorio, porque era invitado a cargos médicos públicos, desde el Ayuntamiento de Tepic, hasta lo que era el BANRURAL, la Escuela de Medicina (hoy Unidad Académica de Medicina) donde fue director en momentos turbulentos de la máxima Casa de Estudios de la entidad, hasta la responsabilidad de ser director de su querido hospital General de Tepic, esto en tiempos del gobernador Celso Delgado. Continuó esa tarea por diez años, en tiempos del gobernador Rigoberto Ochoa, siendo Secretario de Salud otro personaje, el doctor Navarro Quintero. Siempre institucional, no distinguía colores o preferencias, atendió siempre en el hospital no nada más a los más desfavorecidos, que es el objetivo del hospital Civil, sino también a cualquier persona que solicitaba su ayuda, o cualquier político que intercedía por alguien para ser apoyado en un hospital con sentido social. No miraba colores ni preferencias, atendió a verdes y colorados, a azules y descoloridos, a líderes sociales, a disidentes políticos, su vocación no tuvo obstáculos, hasta que por celo, en otro puesto y en otra época, dentro de la Secretaría de Salud, fue removido precisamente por ser íntegramente democrático y cumplir sin miramientos, el espíritu de los hospitales públicos, no mirar colores ni preferencias; pero siempre tuvo revanchas, volvió a la subdirección del hospital tiempo después, y a su siempre entrañable jefatura de medicina preventiva.
Fue impulsado por un grupo de académicos para buscar la Rectoría de la Universidad Autónoma de Nayarit, luego del periodo de otro personaje de su tiempo, el maestro Germán Rodríguez; sin embargo, consideró no ser el timming político adecuado y no emprendió ese camino, el tiempo le dio la razón.
Eran otras épocas, su vida profesional se desarrolló principalmente en un México donde comenzaban a solidificarse instituciones sociales, como las instituciones de salud y las universidades públicas; un Nayarit que venía un poco atrasado en ese desarrollo y que él como muchos más le tocó hacer que esas instituciones funcionaran, que fueran una respuesta al clamor social por la desigualdad y falta de acceso a servicios públicos que dieran dignidad a la población. Sería un debate determinar si se logró ese objetivo, pero lo que no está a discusión es que muchas personas, en las que incluyo al Dr. Juan José Rodríguez Naya, dieron su talento y vocación, sus conocimientos y su corazón a ese ideal, porque creía en ese ideal: forjar y luego curtir a los organismos públicos que brindan dignidad a la sociedad, a través de la calidez, la empatía, la aplicación de sus conocimientos e intentar preservar la calidad de vida.

Juanjo, como los cercanos le llamaban, fue un líder silencioso, con un carisma tranquilo, no necesitaba el aspaviento y el protagonismo para que con su sonrisa y empatía impactara en la vida de tantas y tantas personas que estoy convencido lo recordarán por siempre. Contó con grandes amigos, unos se le adelantaron, otros los espera Juanjo en donde está, que es un estado o un lugar donde seguramente tiene paz.
Le sobreviven dos hermanos, Jorge Antonio y Carlos; su esposa, Arcelia; sus hijos, Juan José, Fernanda Elvira, Lourdes del Rocío, Juan Pablo y José Gerardo; 12 nietos y 2 bisnietos.
Falleció el 11 de septiembre de 2023, recién cumplidos 84 años; en el Hospital ISSSTE La Cantera, en Tepic, Nayarit; cerca de su esposa. Se complicó su salud por el tratamiento que recibía por ser diagnosticado de malignidad del emperador de todos los males, el cáncer, en julio pasado. Él, con dignidad y total claridad, tomó la decisión de aplicarse el tratamiento que se conoce porque quería combatir su mal y salir victorioso haciéndole frente. Lamentablemente no fue así.
Se le va a extrañar, más en esta época, donde (sin generalizar) el profesional de la salud se ha alejado de las virtudes aquí elogiadas, para privilegiar más sus apetitos personales, que es legítimo, pero no es la clase de médicos de hospitales públicos que se necesitan para seguir forjando instituciones.
Lo vamos a extrañar porque su espacio entre nosotros era inmenso, inversamente proporcional a su constitución física.
Descansa en paz papá.