2024: ¿Hacia dónde emigró el voto duro?

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Por Ernesto Acero C.

La democracia no solamente se expresa en los procesos electorales. La realidad nos muestra que puede haber elecciones sin democracia y en el otro extremo, hasta democracia sin elecciones. En hilarante escenario, puede haber elecciones sin partidos políticos. El sufragio es columna vertebral de los procesos electorales, de la democracia electoral. ¿Qué ha ocurrido con el voto en las décadas recientes?

Hasta antes de la reforma reyesheroliana de 1977, las elecciones eran arrasadas por el PRI. Ya en los ochentas, ese organismo creado desde el Estado logró mantenerse en la cultura política y se expresaba en las urnas. Nace entonces lo que se suele denominar “voto duro”, ese voto inercial que se expresaba en las urnas en favor del acrónimo denominado “Revolucionario Institucional”.

Ese voto duro se empezó a desarrollar en favor de otras siglas, como las del PAN, el PCM y más adelante del PRD. No pasó mucho tiempo, sino un lustro o menos de una década, para que ese voto duro que favorecía a las siglas, empezase a erosionarse de manera acelerada. Tanto así, que el voto duro más numeroso se precipitó en el 2000 al perder la Presidencia de la República.

El voto duro transitó de las siglas del PRI a las del PAN. Luego sobrevino otra crisis, la de 2012, cuando el PRI recupera la Presidencia y el PAN se viene abajo. Viene luego el 2018, con el fenómeno MORENA bajo el liderazgo de quien hoy ostenta la titularidad del Poder Ejecutivo Federal, Andrés Manuel López Obrador. No obstante, los partidos propiamente dichos se mantienen como una definición legal, aunque no como una deseable realidad en el escenario electoral.

El voto duro migró de las siglas a las figuras políticas. Siglas, pues partidos políticos hasta la fecha son inexistentes. La inexistencia de partidos, no excluye la presencia de figuras políticas. En ausencia de partidos, lo que se impone es la fuerte presencia de las figuras políticas.

El entorno electoral, en esas condiciones, se da en presencia de figuras políticas de fuerte influencia en la intención del voto de los electores. Cuando esas personalidades asumen un papel de “jefe”, los procesos democráticos se ralentizan o de plano se exorcizan. De ahí la necesidad de partidos para que la democracia sea posible. Incluida la democracia electoral.

En 2000, con un partido como el PAN que había extraviado principios y programa de acción en aras de ganar votos, el PRI pierde la Presidencia de México ante Vicente Fox. El voto duro del PRI no fue suficiente para mantener la Presidencia en sus manos.

Pero ese voto en favor del PAN no se tradujo en voto duro. El PAN, o sea Vicente Fox, debió poner en riesgo la estabilidad del país en 2006 para imponer la figura de Felipe Calderón.

En 2012, el PRI recurrió a los excesos de uso de publicidad para crear un “jefe” desechable, como ocurrió con Enrique Peña Nieto. El electorado fue arrastrado a las urnas para votar por un producto que carecía de formación política, de trayectoria partidista, pero que represaentaba intereses concretos en el plano económico. El voto duro ya estaba hecho trizas.

Creo que el ideal democrático nos remite a la formación de instituciones democráticas. No me refiero a los organismos que luego se cobijan de manera desmesurada y convenenciera con la etiqueta de la autonomía. Las instituciones democráticas no pueden ser sino aquellas en las que los procedimientos resultan ser democráticos, no sujetos a variables subjetivas que permiten la manipulación de resultados.

Las instituciones clave para la democracia, se denominarían partidos políticos. Los partidos solamente pueden serlo en la medida que cumplan con las características de tales. Hasta ahora, lo que hemos visto es el extravío conceptual durante todo el siglo XX. Esto es de la mayor significación cuando analizamos la idea del “voto duro”. ¿Existe el voto duro? ¿Sabemos como ha evolucionado de haber existido?

Teóricamente, el voto duro es aquél que se expresa en favor de un partido político, en favor de unas siglas, que favorecen a una simbología electoral al margen de los perfiles de los candidatos que postule. Ese voto duro beneficia a un acrónimo al margen de que se soporte con un discurso, con una propuesta electoral. Ese voto duro se ha erosionado tanto como las siglas que dominaron el escenario público durante el último medio siglo.

En un escenario de profunda crisis de las siglas a las que se les suele denominar pomposamente “partidos políticos”, lo que se impone son las figuras relevantes de la vida pública. Lo vimos con Fox y luego con Peña Nieto. Sus orígenes son diferentes, pero coinciden en una cuestión: ni uno ni otro son producto de la existencia orgánica e institucional de lo que propiamente es un partido político.

En una de sus obras, Gramsci plantea que “Cuando la crisis no encuentra esta solución orgánica, sino la solución de un jefe carismático, ello significa que existe un equilibrio estático…” En ese escenario parece ser que podríamos encontrarnos. Por eso, la presencia de figuras relevantes se convierte en clave para ganar elecciones. No obstante, eso no contribuye a la construcción de una sociedad abierta.

Una sociedad abierta requiere de procedimientos democráticos, requiere de reglas claras que permitan participar al seno de partidos que realmente lo sean. Hasta ahora, la militancia es imposible al seno de entelequias a las que se les denomina partidos, sin serlo. ¿Cómo puede un ciudadano, realizar sus aspiraciones político electorales en un escenario en el que no se respetan las reglas democráticas o la militancia, al seno de un partido dado que este no existe?

La formación de cuadros es fundamental para la democracia. Esos cuadros son los que están destinados a ser lo que se denomina “clase política”. Esos cuadros políticos tienen el mejor caldo de cultivo la militancia en un partido. Si no hay partidos, tampoco ´puede haber clase política.

En esas condiciones, las figuras políticas se convierten en factores decisivos en los procesos electorales. En ausencia de instituciones políticas como lo deben ser los partidos, la gente no vota por las siglas, sino por el mono. Si ese mono se identifica con un acrónimo, esas siglas van a ganar elecciones. El voto duro, así, emigró de las siglas tradicionales a las figuras políticas relevantes.

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