En Definitivo | Un nuevo legado de nuestros héroes

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¿Una nueva dinastía familiar está por consolidarse en la política mexicana?, es la pregunta que muchos se hicieron cuando el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) dio el visto bueno al hecho de que su hijo fuera considerado para dirigir el rumbo de Morena en los próximos años.

El anuncio que llamó la atención de todos los medios a nivel nacional, fue considerado por algunos como una estrategia del presidente para distraer la atención de la Reforma Judicial, o bien, como su manera de aferrarse al poder, manteniendo su influencia en el núcleo del partido que fundó. Aunque ambas razones son válidas, el motivo parece ser un poco más complejo.

Para entender esta jugada, debemos comprender la manera en que Andrés Manuel López Obrador llegó al poder en 2018. Desde 1976, el actual presidente de México inició su carrera política abrazando distintas causas sociales, principalmente de las bases más humildes y vulnerables del país. A través de sus discursos, se autoconstruyó una identidad popular que alimentó a través de sus acciones y su lenguaje coloquial, que se alejaba de la rectitud con la que suele manejarse la política en las altas esferas, lo cual le permitió crear un gigantesco capital social no sólo en su natal Tabasco, sino en la Ciudad de México en la que se convirtió en Jefe de Gobierno.

Además, aprovechó su vasto conocimiento en la historia del país, para hacer suyo el capital cultural histórico de la nación, haciendo alusión principalmente a aquellos personajes históricos que de cuna humilde lograron convertirse en parte de las élites del país, es decir, recordar la historia para proyectar la propia.

Este trabajo, que no fue de la noche a la mañana, fue impulsado por la principal herramienta que ha utilizado AMLO a lo largo de su vida, conocido como liderazgo carismático o dominación carismática. Este concepto weberiano que habla del poder que se le concede a un ser humano a partir de la percepción de santidad, heroísmo o carácter ejemplar, del mismo, permitió al político tabasqueño consolidar su capital cultural y social en un partido político que lo terminó llevando a la presidencia de México: Morena.

Fue así, como el tabasqueño que ya gobernaba en el imaginario de una gran parte del pueblo, se convirtió en el legitimo gobernante de México, al jurar ante la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos (algo que el sociólogo Max Weber define como dominación racional), construyendo durante seis años una nueva élite de poder con todo el capital social que había acumulado en décadas, además de alimentar aún más su capital cultural gracias a la construcción de narrativas que terminaron generando un culto a su personalidad, recordándose como el artífice de lo que llamó la Cuarta Transformación y desatando lo que calificaron los medios como una AMLOmanía, que se tradujo en una alta aprobación del presidente y hasta en la venta de muñecos basados en su figura.

No obstante, esto no es suficiente para garantizar un legado. Terminado el sexenio, López Obrador es consciente de que pierde la dominación racional, y la dominación carismática no es suficiente para inscribirse en los libros de historia como a él le gustaría. Aquí es donde entra Andrés Manuel López Beltrán, el segundo de sus hijos, homónimo de su padre y quien no sólo presume de un parecido físico al del presidente, sino incluso ha seguido sus pasos en la academia y es el único de los vástagos que ha demostrado desde joven interés en la política. Su búsqueda por una posición de poder en Morena, no sólo debe ser vista como la herramienta de AMLO para mantener influencia en el cónclave morenista, sino como la necesidad del propio tabasqueño de cuidar su legado para los próximos años.

La cara de Andrés Manuel López Beltrán puede convertirse en el recordatorio del símbolo que significó su padre, un promotor permanente de figura de AMLO y un guardián del capital social y cultural que podría heredar de su progenitor, para formarlo como una opción real que suceda a Claudia Sheinbaum en el 2030.

La jugada de la familia tabasqueña parece responder a una necesidad de blindaje ante lo que pueda o deje de hacer la presidenta electa en el próximo sexenio. Hacer que el apellido López trascienda más allá de AMLO, convirtiendo su dominación carismática, en lo que Max Weber califica como dominación tradicional, a través de una narrativa que promueve su legado y convenza a la sociedad mexicana que su familia tiene derecho a gobernar por lo que una vez hizo su padre. Conservando así la nueva élite obradorista que hoy domina la política mexicana.

EN DEFINITIVO… La decisión de Andrés Manuel hijo, o Andy, como lo han apodado los medios de comunicación, de separarse del gobierno de Claudia Sheinbaum para apostar por dirigir el futuro del partido que fundó su padre tiene una obvia razón, no hay confianza al 100 por ciento en lo que pueda hacer la presidenta electa en los próximos seis años.

Desde Morena, el capital social puede presionar a Sheinbaum para mantener vivo el legado de AMLO, volviendo oficial la celebración del 1 de julio como el Día de la Cuarta Transformación o incluso el 1 de diciembre para conmemorar la asunción de Andrés Manuel López Obrador, mientras que en los los gobiernos estatales, se le construyan monumentos en su honor y hasta se cambien el nombre de escuelas o vialidades.

Lo cierto, es que la presidenta electa estará en una encrucijada, sobre dirigir su gobierno hacia el legado que quiere dejar ella como el símbolo histórico que se ha convertido al cargar con el mote de la “primera mujer presidenta de México” o bien como un interinato de lo que puede convertirse en la dinastía López. Ya el tiempo nos dirá.

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