Hacia un poder monolítico…

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La manera en que Andrés Manuel [así lo llaman sus más cercanos] llegó al poder, se mantuvo en él, lo expandió y sentó las bases para su continuidad con pretensiones de perpetuación es digna de admiración…

En ese sentido, puede ser considerado como un ejemplo del príncipe de Maquiavelo cuyo objetivo consiste en hacer todo lo que se requiera para llegar al poder y hacer todo lo que sea necesario para conservarlo. Pero no solo es un ejemplo de ese príncipe renacentista, sino del “Nuevo príncipe” [Dick Morris] que busca actualizar los instrumentos mediáticos para llegar al poder, mantenerse en él, ampliarlo y perpetuarlo e, incluso del denominado “príncipe digital” cuyo principal recurso son las “bendito-malditas” redes sociales, en especial “X” [antes Twitter], esa red que ha sido considerada como una red social regida por la ira.

¿Cómo llegó al poder? Con un prolongado trabajo de base y de disidencia desde su estado natal; pasando a formar parte del partido fundado después del fraude electoral de 1988 [Partido de la Revolución Democrática], llegando a la presidencia de dicho partido, postulándose para la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, compitiendo por la presidencia de la República en 2006 como candidato de la coalición “Por el bien de todos” [PRD, Convergencia y PT], en 2012 como candidato de la coalición “Movimiento Progresista [PRD, Movimiento Ciudadano y PT]; creando el Movimiento de Regeneración Nacional [MORENA] y siendo, finalmente, candidato triunfador en la elecciones de 2018 encabezando la coalición “Juntos haremos historia” [Morena, PT, Partido Verde Ecologista de México y Partido Encuentro Social].

Clave en su acceso a la cabeza del poder ejecutivo federal fue la amplia difusión del fraude electoral de 2006 ―con el antecedente del intento de desaforarlo― que llevó al poder a Felipe Calderón y, por supuesto, la creación de MORENA y, con él, de un movimiento cuyo propósito parece haber sido, desde su nacimiento, el llevarlo a la titularidad del poder ejecutivo con un arduo trabajo territorial y, durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, con un amplio trabajo en redes sociales [con “bots” incluidos] que fue capaz de destruir la imagen de un partido presuntamente eficaz [PRI], evidenciar su “frívola superficialidad”, culparlo ―junto con su antecesor― de la sangre derramada y, sobre todo, la corrupción rampante del “nuevo PRI” contrastada con una pobreza masiva y una desigualdad escandalosa e inadmisible en el país.

Así, el combate a la corrupción, a la pobreza y a la desigualdad se convirtieron en la bandera que le llevaría, en el tercer intento, a la Presidencia de la República, por lo pronto, sin mayorías calificadas.

Una vez alcanzado el poder, la tarea consistiría en mantenerlo y fortalecerlo, lo que implicaba también el ir quitando al poder a quienes lo detentaban.

Los apoyos directos a amplios sectores de la población a través de diversos programas sociales, el aumento significativo al salario mínimo y la prohibición del “outsourcing” fueron las acciones más eficaces no solo para disminuir el número de pobres y desempeorar la desigualdad social, sino también para aumentar el poder en vistas a las elecciones [una manera sutil y genial de ganar votos] por venir. Es verdad que en las elecciones federales intermedias de 2021, los partidos de oposición mejoraron su representación en la Cámara de Diputados, pero, apenas un año después, MORENA tenía ya 16 gubernaturas y mayorías en 19 de los 32 congresos de las entidades federativas y, tras las elecciones de 2024, cuenta ya con mayorías calificadas en las dos cámaras federales [“haiga sido como haiga sido”], con 24 gubernaturas, mayoría en 27 congresos locales y con unas fuerzas armadas “con mucho maíz”.

Ahora bien, entre las acciones más eficaces para ir quitando el poder a quienes lo detentaban, destacan los mensajes diarios en lenguaje coloquial para desacreditar a empresas y empresarios nacionales e internacionales, a las cabezas de los partidos de oposición, a los principales analistas de los medios de comunicación tradicionales, a los académicos e intelectuales, a los organismos autónomos y organizaciones de la sociedad civil, acompañados de disminuciones presupuestales y apoyos gubernamentales, procesos de colonización de instituciones y medios de comunicación estatales, creación de medios de comunicación “independientes”, presiones y amenazas y propuestas de reforma.

En el último año de su gobierno, el foco de atención fue el poder judicial, el que fue objeto de críticas de estar al servicio de los dueños del dinero, infectado de corrupción y necesitado de una reforma que le pusiera al servicio del pueblo y que contara con un órgano interno con facultades de castigar a quien incurriera en un ejercicio indebido de sus funciones. Esta reforma, dicho sea de paso, ha sido considerada como un intento destinado a derribar el último obstáculo institucional para un ejecutivo sin contrapesos y a concentrar los tres poderes en uno, lo que, en un sistema presidencial como el de nuestro país, significa concentrar el poder en una sola persona, por lo que las afirmaciones de que se trata de una monarquía, autarquía o monocracia no son del todo descabelladas, sobre todo si se tiene en cuenta que las reformas que se han hecho y las que están por hacerse, han surgido de palacio y obedecen a los deseos de una sola persona y que han sido [y serán] aprobadas sin mayor discusión, sin ninguna objeción, con una sumisión total…

Desde el punto de vista, pues, de las estrategias para llegar al poder, mantenerse, ampliarlo y, en la medida de lo posible, perpetuarlo, Andrés Manuel es digno de admiración, sobre todo ahora que, a todo lo anterior ha añadido la renovación de la dirigencia de “su partido” en el que su hijo mayor ocupará un puesto clave.

Ahora bien, el que su actuación sea digna de admiración, la concentración del poder cercano sea cercana al poder absoluto y excluyente de cualquier oposición, cuestionamiento o alternativa trae consigo riesgos diversos, sobre todo porque viene acompañado de un culto personal que raya en la idolatría.

Caben aquí ―aunque parezca que no tienen ninguna relación con el tema que nos ocupa― unas palabras del monje americano Thomas Merton en sus “Semillas de contemplación” a propósito de los falsos contemplativos, las que, sin mayores dificultades, pueden aplicarse a todo tipo de “iluminados” religiosos o seculares:

“El hombre más peligroso del mundo es el contemplativo a quien nadie guía. Confía en sus propias visiones. Obedece la atracción de una voz interior, pero no quiere escuchar a otros hombres. Identificará la voluntad de Dios con todo lo que le hace sentir, en su corazón, un vivo, dulce calor interno. Cuanto más dulce y cálida es la sensación, tanto más convencido queda de su propia infalibilidad. Y si la pura fuerza de su confianza en sí mismo se comunica a otros y les da la impresión de que es realmente un santo, tal hombre puede arruinar una ciudad entera o una orden religiosa o hasta una nación; y el mundo está cubierto de cicatrices que dejaron en su carne visionarios como éstos”.

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