Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de los orates. Que por ahora uno de sus nombres sea Donald Trump es un accidente. Es una constante que iluminados, payasos, autoritarios, mesías bananeros y una variada fauna se abran camino al poder. Tanto en países desarrollados como en aquellos sumidos en la pobreza los electores los llevan a palacios, cuando su mejor lugar serían las celdas carcelarias, en algunos casos, o el aislamiento psiquiátrico. Estos chiflados conectan con el electorado de manera magistral. Son encantadores de serpientes, hipnotizadores colectivos que tienen una contraparte: ciudadanos decepcionados de políticos tradicionales que han fallado una y otra vez. Con el discurso, narrativas y conductas de los lunáticos candidatos-gobernantes cobran venganza. No importa el riesgo, perdida la esperanza en la política y políticos de siempre, la venganza alivia.