Mejor que el Silencio | A lo Breaking Bad

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En más de una ocasión he escrito que la realidad supera a la ficción, y con razón. Al parecer, los guionistas de Hollywood no solo crean historias asombrosas, sino que encuentran en las noticias su fuente de inspiración para llevar a la pantalla relatos que, aunque inverosímiles, muchas veces, tienen raíces profundamente ancladas en nuestra cotidianidad.

A principios de diciembre, un artículo de  The New York Times (NYT) sacudió a los medios nacionales en México. La pieza, que relataba cómo los cárteles de la droga están reclutando estudiantes de química para fabricar drogas sintéticas, desató una ola de reacciones, replicaciones y adaptaciones por parte de los medios nacionales. Cada uno, a su manera, trató de darle un giro propio al relato, pero todos coincidieron en un punto: esta historia es, al mismo tiempo, impactante y escalofriante. Aunque la narrativa parecía sacada del guion de Breaking Bad, serie que popularizó la figura del maestro de química convertido en narcotraficante junto a su alumno, lo que nos contaba el artículo era una realidad palpable, no una ficción.

La revelación de que los cárteles están reclutando a estudiantes de química no es una sorpresa en un país donde la violencia del crimen organizado ha tocado, durante años, todos los sectores imaginables. Sin embargo, lo que resulta inquietante es cómo estos grupos criminales han aprendido a infiltrar el sistema educativo de manera tan sofisticada, buscando entre los jóvenes el talento necesario para producir sustancias sintéticas, como el fentanilo, que genera millones de dólares en ganancias.

La necesidad económica de muchos jóvenes (y no tanto) es la base de esta realidad. En un país donde los salarios mínimos se encuentran por debajo de lo que cuesta simplemente sobrevivir, el atractivo de ofertas como los 800 dólares mensuales que prometen los cárteles (dato que revela el artículo del NYT) resulta demasiado tentador.

En las redes sociales, muchos jóvenes comenzaron a comentar sobre la noticia que circuló por las diferentes Fan Pages de los medios, y las respuestas fueron preocupantes: “No necesitan psicólogos para tener al 100 a su gente”, “no buscan a personas de marketing para hacerles publicidad a sus productos”, “yo soy administrador y puedo ayudarles con el changarro”. Esta clase de comentarios, mezclados entre sarcasmo y desesperación, reflejan la triste realidad: un salario que duplica al mínimo mensual es una oferta atractiva para quienes están atrapados en un sistema que no les garantiza nada.

Para ponerlo en perspectiva, la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami) reporta que en 2024 el salario mínimo cerró en 248.93 pesos diarios, es decir, alrededor de 7 mil 468 pesos mensuales (aproximadamente 370 dólares). Con este ingreso, una persona tiene que cubrir las necesidades básicas, lo que hace casi imposible llevar una vida digna. Si consideramos que la canasta básica tiene un costo mensual de aproximadamente mil 912 pesos (según la Alianza Nacional de Pequeños Comerciantes), un trabajador con salario mínimo podría gastar hasta tres cuartas partes de su salario solo en alimentos, sin contar otros gastos esenciales como transporte, vivienda y salud.

En este escenario, un estudiante que apenas comienza a vislumbrar su futuro no encuentra en el mercado laboral una opción viable para mejorar su situación, se va a trabajos de medio tiempo que en muchas ocasiones son mal pagados y exigen remuneraciones extra (el caso de las propinas a los meseros otro tema a discusión).

Las becas como la Benito Juárez o los programas como Jóvenes Construyendo el Futuro ofrecen un alivio temporal, pero no son suficientes para garantizar un cambio en la calidad de vida. Y así, muchos jóvenes optan por no abandonar sus estudios superiores, no tanto por el amor al aprendizaje, sino por la necesidad de acceder a esos ingresos adicionales que les da el apoyo gubernamental.

El panorama es desolador. Un tercio de la población económicamente activa recibe entre uno y dos salarios mínimos. Para ellos, la compra de la canasta básica representa alrededor del 40 por ciento de su salario mensual. Y aunque las cifras oficiales indican que la tasa de abandono escolar en el nivel superior ha disminuido, con una tasa de 5.7 estudiantes por cada 100 en el ciclo 2023/2024 (según revela Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI)), la realidad es que muchos jóvenes no abandonan los estudios por vocación o deseo de superación, sino porque el sistema les exige mantenerse en la escuela para sobrevivir, por eso hago esa lectura de los datos, o por lo menos es la idea que me dan.

La oferta de los cárteles no es solo una oferta de dinero fácil. Es una forma de engañar a los jóvenes, de ofrecerles una salida rápida, de hacerlos sentir parte de un engranaje más grande que les promete un futuro de estabilidad económica inmediata. El salario que ofrecen, 800 dólares al mes de entrada, es el doble de lo que muchos podrían ganar trabajando en un empleo formal y hasta informal.

 Para un joven que está a punto de terminar la carrera, esta es una opción que parece más atractiva que cualquier otro camino, porque la realidad del país es que las oportunidades laborales son escasas, y las que existen están mal remuneradas solo basta echarle un vistazo a la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), que levanta el INEGI, sí, el 97.5 por ciento de la población económicamente activa está ocupada, ¿pero en qué y cuánto gana?

Y mientras tanto, el gobierno parece estar en un juego de negación. Las autoridades mexicanas, en lugar de tomar en serio las denuncias y el artículo de The New York Times, han desestimado las revelaciones de las periodistas que lo escribieron. El gobierno opta por hacer caso omiso de una verdad incómoda, prefiriendo ver la situación como algo ajeno o exagerado, cuando la realidad es que muchos jóvenes sienten que no tienen otra opción, además que la misma Sedena ya había confirmado esos datos. El crimen organizado ha encontrado un caldo de cultivo ideal en la desesperación de una población joven que se ve atrapada en un ciclo de pobreza y falta de oportunidades.

Las reacciones de los jóvenes en redes sociales, lejos de ser un simple juego, son un reflejo de la desconexión entre la generación más joven y un sistema que no responde a sus necesidades. La desesperación de quienes ven en el crimen organizado una salida, no solo económica, sino emocional, es alarmante. La falta de perspectivas y la frustración ante un sistema educativo y laboral que no les garantiza un futuro mejor los hace vulnerables a las ofertas de los cárteles.

Así, la historia que parecía una producción hollywoodense no es más que un reflejo de un México que lucha con sus demonios internos. Un país donde la desigualdad económica ha alcanzado niveles insostenibles, donde los jóvenes, lejos de ser vistos como el futuro, son tratados como un recurso aprovechable por aquellos que operan al margen de la ley o aquellos que los ven como un voto más. Ya no regalen peces, mejor enseñen a pescar.

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