Por Óscar Gil | Diego Mendoza
Como si la ciudad misma hubiese decidido tomar un respiro después de las intensas celebraciones de la noche anterior, este primero de enero Tepic amaneció con una calma casi espectral. Las calles, usualmente bulliciosas y llenas de vida, se mostraban desiertas, vacías, como si un manto de silencio hubiera caído sobre la capital nayarita. El centro histórico, ese hervidero de actividad que late al ritmo de los tepiqueños, parecía haber sido abandonado por un ejército de transeúntes. Una extraña quietud lo invadía todo, desde los comercios hasta los rincones más cotidianos de la ciudad.
Al observar el panorama, no podía pasarse por alto el contraste con la noche anterior, cuando los tepiqueños despidieron el año con una fiesta estruendosa, llena de música, luces y algarabía. Pero, al igual que la marea que retrocede con fuerza, el día primero dejó tras de sí un vacío tangible. La ciudad se despertó tarde y con poca energía, casi como si todos hubieran compartido una misma resaca colectiva.
Las avenidas, que normalmente vibran con la rutina de los primeros días del año, parecían desmoronadas en un letargo colectivo. No se veían familias paseando por el centro ni transeúntes apurados yendo de un lado a otro. Los pocos coches que circulaban dejaban atrás un rastro de polvo, mientras las puertas de los negocios permanecían cerradas, como si todos hubieran decidido seguir la misma regla no escrita de tomarse un descanso absoluto. Incluso la calma inusitada de las plazas públicas, en donde durante las festividades se suelen ver vendedores ambulantes, turistas y artistas urbanos, dejaba claro que el día no era como los demás.
El comercio local, a excepción de algunos puntos específicos, como restaurantes de mariscos por obvias razones, se resintió de manera notoria. Aquellos que dependen de la afluencia diaria de clientes miraban al horizonte con la esperanza de que, en algún momento, el sol despejara el panorama y la gente regresara.
Sin embargo, en ese primer amanecer del 2025, el bullicio de las compras se había desvanecido. Un oasis de actividad se dio, sin embargo, en los desayunadores del mercado Morelos, donde algunos rezagados con resaca, que aún no podían desprenderse de los ecos de la celebración nocturna, se refugiaban en las tradicionales enchiladas o las calientitas gorditas que se ofrecen a esas horas. El olor a café y a comida recién hecha flotaba en el aire mientras los clientes trataban de recuperarse del desgaste de la fiesta.
Los boleros, por su parte, eran figuras casi solitarias en las esquinas del centro. La mayoría de los aseadores de calzado decidió, previsiblemente, tomarse el día libre. Los que decidieron quedarse al pie del cañón fueron pocos, pero su presencia parecía resaltar en la amplitud y limpieza de los tradicionales portales que, en días normales, están llenos de actividad. Este 1 de enero, la ciudad los mostraba vacíos, casi como si la quietud de la mañana se hubiese colado en el corazón mismo de Tepic.
El único lugar donde el flujo de personas parecía tener un pulso más cercano a lo habitual era la Catedral de Tepic y las iglesias cercanas. Una multitud de feligreses, algunos vestidos con la misma solemnidad que la ocasión pedía, se dirigían a sus servicios matutinos. Era como si, en medio de la serenidad de la ciudad, la fe fuera la única respuesta a la necesidad de conexión con el nuevo ciclo que comenzaba.
Pero una gran ausencia se hizo notar: los artistas urbanos. En las plazas y avenidas del centro, normalmente invadidas por músicos, pintores y otros performers, no se veía a nadie. Ese espacio, que muchas veces se convierte en un campo de batalla por el derecho al uso del espacio público, parecía haber quedado completamente vacío. Nadie disputaba los rincones más cotizados para mostrar su arte. En su lugar, sólo quedaban las sombras y los ecos de la fiesta pasada.
En definitiva, el primer día de enero de 2025 en Tepic fue un día para el recuerdo, no sólo por su extraña quietud, sino también por lo que significaba: el final de un ciclo y el comienzo de otro. Los tepiqueños, como cada año, decidieron dejarse llevar por la emoción de la despedida, y ahora, en este día sin prisa, la ciudad parecía estar respirando en calma, esperando que el paso del tiempo trajera consigo nuevas energías, nuevas ilusiones y, quizás, una que otra sorpresa.
Pero por ahora, Tepic descansa, Tepic descansó. Y en ese silencio, queda la certeza de que, aunque la ciudad duerma por un momento, siempre hay algo que despierta cuando menos se espera.



