7.7 C
Tepic
sábado, agosto 2, 2025
InicioOpiniónErnesto Cardenal y su "Hora 0"

Ernesto Cardenal y su “Hora 0”

Fecha:

spot_imgspot_img

Para dar por concluido el discernimiento entre la elección de una esposa “ de carne y hueso” [Carmen, Silvia, Myriam, Adelita…, ILEANA] y Dios, en la que Ernesto Cardenal había vivido sintiendo, por un lado, “una atracción irresistible a la unión conyugal” y, por otro, “no con atracción, sino con repulsión más bien, un llamado irreprimible a una entrega total a Dios en la vida religiosa” aquel 2 de junio de 1956 sería clave y todo quedaría definido para siempre…

Ileana, la joven que había sido su novia y le había pedido que no volviera más, se acababa de casar con un funcionario del gobierno de Somoza, quien había sido el padrino de la boda y Cardenal escuchaba las sirenas de la caravana como expresión del triunfo de aquel a quien Ileana le había dado el sí y de Somoza y, obviamente, de su derrota total…

Él mismo, muchos años después en el primer tomo de sus memorias y de haber expresado en el lenguaje polisémico y cifrado de la poesía algo de lo vivido en esa “Hora 0”, lo expresa con lujo de detalles:

“El sábado 2 de junio al mediodía, a la hora de la boda, estaba yo en mi librería […] y de pronto se oyeron en esa calle […] las estridentes sirenas de la caravana de Somoza, que paralizaban el tráfico como bomberos o ambulancia mientras corrían a la máxima velocidad. Era Somoza que venía de la boda en la catedral y se dirigía a la Casa Presidencial.

Aquellas estruendosas sirenas sonaron en mis oídos como clarines de triunfo. Un triunfo sobre mí. Por extraño que parezca, rápido como un flash, mi mente percibió una superposición de Dios y el dictador como si fueran uno solo; uno solo que había triunfado sobre mí. […] Entonces me rendí a Dios. Pensé que ya había luchado mucho infructuosamente. Que no me quedaba más que probar a Dios. ¡Arriesgarlo todo!, y ver qué tal me iba. Dije desde lo más hondo de mi alma: ‘Me entrego’.

Al hacer esa entrega sentí en mí un vacío que no tengo otra manera de calificarlo sino como “cósmico”. […] Y sentí que entraba dentro de mi alma como un vientecillo, algo sutil de lo que yo había probado antes un poquitito. […] Y aunque lo rechazaba, aquello crecía más. […] Y esto pasó de ser una paz muy sabrosa a ser un deleite muy grande, un placer inmenso, que se iba haciendo cada vez más inmenso hasta ser intolerable. Y sentí que me decía, me comunicaba sin formularlo en palabras: ‘Esto es lo que yo quería desde hace tanto tiempo. Ahora sí ya nos unimos’.

Mientras cada vez me apretaba más, era abrazado más y más fuerte por el placer sin límite. Y entonces le dije que no me diera más placer porque me iba a morir. Ya me dolía mucho. Si me hacía gozar más me mataba. Y me parece que todavía aumentó un poquito más y ya cesó. Quedándome aturdido.”

En su “Vida en el amor” había escrito ya acerca de las consecuencias de esa experiencia, aunque en abstracto:

“Amistades, vino, mujeres, viajes, fiestas, todo se ha desvanecido para siempre y el alma ya no conocerá jamás otra dicha más que la dicha que ha probado”.

Y, en “Telescopio de la noche oscura” ―ya con reconocimiento explícito de que fue algo que él experimentó o de lo que fue víctima, a final de cuentas, dichosa:

Fue casi violación,

pero consentida,

no podía ser de otro modo,

y aquella invasión del placer

hasta casi morir,

y decir: ya no más

que me matas.

Tanto placer que produce tanto dolor.

Como una especie de penetración

En ese momento, Cardenal pensó que “eso” lo iba a seguir teniendo toda la vida y, años después, reconocía que se había equivocado: “no se me ha vuelto nunca a repetir”…

Y, sin embargo, Merton, al enterarse de “eso”, se convenció de que Cardenal no era un novicio, sino un contemplativo por “gracia infusa”, por decirlo “técnicamente”, alguien que no necesitaba seguir en la Abadía de Nuestra Señora de Getsemaní…

No es extraño que en Cardenal se unan mística y poesía, porque no solo han estado unidas en las más diversas espiritualidades y, en lengua española ―en grado sublime― en San Juan de la Cruz, sino que se unen porque la poesía es, probablemente, el único lenguaje capaz de incursionar en lo inefable, en lo indecible…

No es extraño, tampoco que ―como en el “Cantar de los Cantares” bíblico y en el “Cántico Espiritual” de San Juan de la Cruz― en su poesía se unan el amor humano y el amor divino.

Pero sí son inéditas ―más que extrañas― las dimensiones revolucionarias y cósmicas de su mística poética, de una revolución que es santa ―porque Dios escucha los clamores de su pueblo y lo acompaña en sus éxodos de la esclavitud a la libertad, incluso cuando es inevitable hacerlo “con brazo poderoso”― y de un cosmos que no es sino la totalidad de las criaturas de Dios…

Pero sí son ―entre extrañas, inéditas y osadas― algunas expresiones eróticas de sus poemas místicos…

Dios me quiere como si yo fuera Dios.

Alguna vez yo seré experto en amores

en tu cama, entre las sábanas.

Sexo de Dios.

Para mí la gloria es

tener a Dios en mi cama o en la hamaca.

Gocémonos.

Los alcaravanes van volando.

Gocémonos, amado.

Mas no todo es dulzura y luz del día… porque “es de noche”…

¿Será que es soledad tu abrazo

Y tus besos sólo sed?

Te vas y volvés,

inconstante gurrión,

y otra vez te vas.

Pareciera ahora que no me quieres.

Peor aún, que ni siquiera existes.

Aunque no existieras yo te quiero

y podría quererte sin que me quieras.

Pero eres, y quiero al que me quiere.

Y, finalmente, en “Telescopio de la noche oscura” ―su versión del “Cantico Espiritual” de San Juan de la Cruz― la convicción de que si bien es verdad que Claudia perdió más que él al perderlo porque a ella no la amarán como la amaba él y él sí podrá amar a otras como la amaba a ella, en el caso de su amor eterno no es así porque si le deseara y no lo pudiera ver nunca más, Él perdería mucho, pero de los dos, Cardenal perdería más, infinitamente más…

Por eso suplica: “No permitas que yo lo quiera, que esto pase”…

Más artículos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí