El haber recuperado mi tiempo ―decía en una colaboración anterior― ha sido la gran ventaja de haber dejado atrás los años de vida pastoral y laboral: 44 años de vida más o menos “productiva”, para dar paso a una vida en esa libertad que no tiene precio de hacer, no hacer o deshacer y ―como también decía ahí― una buena parte de ese tiempo lo he dedicado a la degustación de lecturas [leyendo, meditando, orando y, en la medida de lo posible, contemplando o, mejor aún, siendo deletreado por alguien, como dice Octavio Paz].
La lectura lenta ―meses “detenido” en las Semillas de contemplaciónde Thomas Merton― y semanas de volver a la vida [los tres tomos de sus “Memorias”: “Vida perdida”, “Ínsulas extrañas, “Revolución perdida”] y a la obra poética [“Poesía completa”] de Ernesto Cardenal ese poeta, revolucionario y místico nicaragüense que, por un breve tiempo, estaría bajo la tutela de Merton como novicio trapense en la Abadía de Getsemaní, en el estado norteamericano de Kentucky… Un novicio, por cierto, en quien “el maestro” descubrió a alguien que había sido convertido en maestro contemplativo en unos pocos minutos, en esa que el propio Cardenal denominó su “Hora cero”…
Dependiendo de los entornos y los enfoques, en Cardenal se destaca alguno de esos tres elementos constitucionales: el poeta, el revolucionario, el místico siendo que, en realidad en esos tres componentes se puede resumir no solo que hizo, sino lo que fue y cada uno de esos ámbitos de su ser tiene su puesto y su rol preciso…
Desde mi perspectiva, el poeta tiene que ver con su manera de expresarse, con su “modus discendi”; el revolucionario tiene que ver con su manifestación social, con su “modus operandi” y el místico muestra no solo lo más profundo de su ser, sino la “fonte” eterna y “ascondida” “que mana y corre…
Vamos por partes…
En los cada vez más lejanos años setenta y sesenta ―¡del siglo y del milenio pasados!― se hizo famoso un epigrama “salido de la pluma” [probablemente ya escrito a máquina, pero en esos asuntos es pertinente no dejar en el olvido “il bel dire”] del poeta Cardenal, en el que dice a la amada que ha perdido, que los dos han perdido, pero ella más; y a las muchachas que leerán algún día esos versos que los escribió en vano…
Y desde entonces y, prácticamente hasta su muerte porque esa es su vocación, seguirá poetando de manera sencilla, con el lenguaje en que se habla ―como lo aprendió del exteriorismo de Ezra Pound― porque así, en ella, como en la prosa, “cabe todo” y entonces, puede ser popular…
Gracias a ello, en su poesía podemos encontrarnos con la historia, con la ciencia, con la revolución, con la mística y, por supuesto y por encima y por debajo de todo, con el amor…
El Cardenal revolucionario estaría presente y emergente, ahí, en sus poemas, desde edades tempranas, mas no solo en sus poemas, sino en su lucha contra las dictaduras somocistas, en el gozo por el triunfo de la revolución sandinista y en su crítica a la Revolución que se transformó en la dictadura diárquica ―recientemente plasmada en la constitución nicaragüense― Ortega-Murillo…
Sin duda ese es el Cardenal más polémico por hablar de “la santidad de la revolución”, o por afirmaciones como “Comunismo o Reino de Dios en la tierra que es lo mismo” de su Canto al FSLN, por sus simpatías con el marxismo y con la revolución cubana, con la Teología de la Liberación, por la aceptación contra-canónica de ser Ministro de Cultura en el primer gobierno sandinista… Todo un signo de contradicción que vería destruido su proyecto de una comunidad contemplativa abierta, sin las restricciones de las reglas monacales, de separación de varones y mujeres y de exclusión de parejas casadas, latinoamericana, imaginada, junto con Merton, en Gethsemaní y hecha realidad en la isla Mancarrón del archipiélago de Solentiname [al que el propio Merton soñaba llegar] y destruida “por el hacha criminal” del ejército somocista tras un ataque fallido al cuartel de la Guardia Nacional en San Carlos, en el que participaron varios jóvenes de la comunidad de Solentiname que se había incorporado a la revolución…
“Entremos más adentro, en la espesura” y nos encontraremos con esa “eterna fuente escondida”, con esa “ínsula extraña” que revela lo más profundo de su ser, al Cardenal místico que fue “casi violado” por su Dios en su “Hora cero”, un Dios que viviría en él día tras día, haciendo la revolución, criticando a quienes la traicionaron, cantando al Cosmos, en “el más profundo centro de su alma”, a ratos experimentado como fuego incandescente y, por largas temporadas, bajo la fría sensación de la ausencia, de la NADA…
Para no pecar demasiado de expresar puntos de vista subjetivos, en este punto, me remito a Luce López-Baralt ―entre otras cosas Doctora en Literaturas Románicas por la Universidad de Harvard y miembro de la Real Academia de la Lengua Española― quien ha leído la obra de Ernesto Cardenal como la de un poeta místico y escrito, entre otras cosas: “todas las actividades del poeta no son sino la manifestación exterior de un proceso espiritual ‘ad intra’ que lo ha marcado para siempre” y “estamos ante el fundador de la literatura mística hispanoamericana moderna y ante uno de los místicos cristianos más originales de los siglos XX y XXI…
Todo comenzó el 2 de junio de 1956 en un contexto singular: Ileana, la joven que había sido su novia y le había pedido que no volviera más, se acababa de casar con otro; Somoza había sido el padrino de la boda y Cardenal escuchaba las sirenas de la caravana como expresión del triunfo de aquel a quien Ileana le había dado el sí y de Somoza y, consiguientemente, de su derrota total…
Esa experiencia que le llevaría a ya no tener que elegir entre una mujer “de carne y hueso” y Dios, la menciona, de forma anónima en “Vida en el amor” y en “Telescopio de la noche oscura” y la comparte ampliamente en el primer tomo de sus Memorias que se titula “Vida perdida” [y ganada, añaden algunos comentaristas]…
Tenía pensado hablar directamente de esa experiencia cardenaliana, pero no he podido llegar, esta ocasión, sino al umbral de esa “séptima morada” ―la de la “cámara del Rey”, según Santa Teresa de Jesús― a la que fue llevado “fast track”, no por ser santo ―como él mismo lo reconoce―, sino “para variar”.
En la hamaca sentí que me decías
no te escogí porque fueras santo
o con madera de futuro santo
santos he tenido demasiados
te escogí para variar.
Quede este como tema, para otra ocasión…