“Me estoy muriendo. Y el guerrero tiene derecho a su descanso”, son las palabras del expresidente de Uruguay que ayer dieron la vuelta al mundo. ¿Por qué sentimos simpatía por ese político lejano a nuestros entornos? José Mujica es un hombre fuera de serie, no por su pasado guerrillero, los años de cárcel a causa de sus ideas o su sencillez franciscana. Poco sabemos de la eficiencia de su mandato. Pero antes, durante y después de su presidencia tuvo una vida austera en su casa, transporte, vestimenta, hábitos, rutinas y placeres. Eso llamó la atención. Resistió la tentación del lujo y el beneficio monetario de su encargo. Es una escasa, casi inexistente, virtud de la clase política. La pobreza autoimpuesta es una elección para los santos; la moderación debería serlo para todo político.
