Histórica Meridiano | Luz María Narváez y Javier Castellón
Pese a las repercusiones en la vida de los habitantes de la región, la noche del 31 de diciembre de 1925, y en la madrugada del 1 de enero de 1926 son fechas que parecen perderse en el horizonte de los tiempos.
Las cuencas costeras del Río Santiago y del Río San Pedro recibieron grandes avalanchas de agua que provenían de las altas tierras de las sierras de Durango y de Jalisco e inundaron, como nunca había ocurrido hasta ese momento, toda la comarca costeña.
Don Raúl Romero Gallardo escribió extraordinaria crónica de aquella trágica noche, publicada en una compilación de Pedro Luna Jiménez llamada Santiago Ixcuintla, notas para hilvanar su pasado. Romero Gallardo, entonces un niño de 8 años, miembro de próspera familia de comerciantes.
Después de varios días nublados y de un drástico descenso de la temperatura, en medio de los preparativos para la cena para recibir el año nuevo, a las 7:30 de la noche comenzó a llover. Romero recuerda que nadie alertó que se avecinaba una creciente del río y en cosa de media hora las calles comenzaron a encharcarse de tal forma que el agua empezó a meterse en las casas. Hay que recordar que en 1925 no existían satélites o modelos de predicción meteorológica.
En dos horas, el agua alcanzaba el medio metro de altura. Se abandonaron las cacerolas y las familias que vivían en la parte baja del pueblo comenzaron a resguardarse en domicilios de familiares y amigos en el cerro grande. El Circo Atayde tenía días instalado en un predio en la calle Torres, a la altura de donde está el comisariado ejidal y las aguas comenzaron a invadirlo al final de la segunda función. Los trabajadores del circo salvaron muchas vidas utilizando grandes sogas y herramientas que usaban para montar las carpas e, incluso, en animales del circo transportaron a quienes huían del agua. Camellos o llamas subiendo debieron ser imágenes mágicas.
Al amanecer del 1 de enero, los moradores que habían conseguido subir a las laderas del pequeño cerro verían cosas inimaginables. Cuando la oscuridad se fue desvaneciendo y aparecieron las primeras luces del amanecer, comenzaron a brotar del amasijo de construcciones y agua, nubes de polvo por el derrumbe de los edificios antiguos de adobe. Un solo espejo de agua se extendía desde los cerros que colindan con San Blas hasta más allá del cerro de Peñitas. La inundación abarcó las dos cuencas hidrológicas más grandes de Nayarit y los periódicos de la época también mencionaban el desbordamiento del río Acaponeta.
Una cantidad importante de edificios fueron derribados por la inundación, lo que dan cuenta las fotografías disponibles. Las más importantes que se mencionan fueron las cercanas a la orilla del río en lo que hoy es la calle Zaragoza y las del portal Gutiérrez al norte de la plaza principal y donde se encontraban dos boticas, una casa particular y un almacén abarrotero que era propiedad de ciudadanos chinos. Por alguna razón que tiene que ver con el terreno, las fuertes corrientes golpearon toda la línea de casas que estaba justo donde comienza el ascenso al cerro, desde el atrio de la iglesia hasta donde hoy está la escuela EMO, que en ese entonces se llamaba Narciso Mendoza.
Las aguas llegaron prácticamente hasta donde iniciaba la subida al cerro y lo rodearon. Hay testimonios de cómo alcanzó las instalaciones de la fábrica de hilados y tejidos que se encontraba frente al jardín Juárez y que las aguas se detuvieron al pie del atrio del templo del Señor de la Ascensión.
El recuento de los daños no fue precisado por ninguna autoridad, al menos públicamente. Las primeras notas de prensa, sobre todo las de El Informador de Guadalajara dieron cifras de 300 a 2000 entre muertos y desaparecidos e infinidad de cabezas de ganado que quedaron al paso de la corriente del río. A pesar de las exageraciones de la prensa de entonces por la magnitud del desastre, sí era posible pensar en cuantiosas pérdidas humanas. El cronista menciona que presenció la sepultura de 30 cuerpos en la cima del cerro, en el lugar conocido como La Cruz. Durante mucho tiempo, la erosión fue descubriendo las sepulturas y en muchas ocasiones los niños que vivíamos y jugábamos en el cerro, encontramos restos de huesos humanos y ropa antigua así como balas de máuser en desuso. Podríamos suponer que los fallecidos, en el amplio territorio que abarcó la inundación, fueron muchos más que los enterrados ahí.
En el único informe oficial que pudimos consultar de la Comisión de Auxilio del Nayarit que el presidente Calles había formado para organizar la entrega de apoyos que se recaudaron después de una amplia campaña de solidaridad en todo el país y que había sido convocada por el gobierno de la república. Los fondos, administrados por un general santiaguense llamado Amado Aguirre, fueron aplicados en diversas obras de bordos de contención, reconstrucción de escuelas y de apoyo a vivienda, entre ellas la construcción de una serie de casas edificadas de tal forma que el imaginario santiaguense las bautizó como “La Flauta” y que en su momento recibió críticas de habérselas entregado a sus familiares.
La magnitud de la tragedia puede explicarse por las condiciones de infraestructura hidráulica de esos años, por el bajo desarrollo de medios de comunicación o de tecnologías de detección oportuna de cambios en el clima, que se combinó con un inusual fenómeno meteorológico que ha sido conocido como el Meganiño y que tuvo repercusiones mundiales, pero sobre todo en las costas del Pacífico, desde México hasta Perú, donde causó severos daños a la población. En nuestro país, durante esos mismos días de enero de 1926, la prensa reportó desbordamiento de ríos y destrucción de presas en territorios tan alejados como La Laguna, Torreón y Monclova, hasta los limítes con Nayarit como Durango y Jalisco (desde Chapala hasta Bolaños) que también sufrieron fuertes lluvias.
Las consecuencias fueron muy variadas: No sólo las pérdidas humanas y materiales fueron muy cuantiosas, sino que aceleró toda una serie de procesos sociales y económicos que se encontraban en marcha. Debido a una hipoteca, La hacienda de San Lorenzo, entonces en posesión de la Caja de Préstamos para Irrigación y del Banco de Crédito Ejidal estaba en condiciones de fraccionarse no sólo para atender demandas de propietarios privados que había llegado al valle de Santiago durante la Revolución sino a solicitantes de tierra, que por la presión ejercida por los daños de la inundación, dieron lugar al surgimiento del ejido de Santiago Ixcuintla en 1927.
Las repercusiones productivas eran bien conocidas para quienes veían en estas fértiles tierras mejores condiciones para sus negocios. Una gran capa orgánica de limo había sido esparcida por toda la llanura costera. En 1927, don Pedro Maus instaló formalmente su negocio tabacalero en la cabecera municipal y 6 años después conformó la Compañía Comercial Nayarita tras años de exitosas cosechas impulsadas por la fertilización natural de la tierra, lo que a la postre y, generada por otras circunstancias, dio paso al gran auge agrícola que dio lugar al surgimiento de la llamada Costa de Oro.
Este año se cumple el centenario de estos hechos, lo cual significa una gran oportunidad no sólo de rescatar los hechos históricos sino de aprender de las lecciones de una imprevisible naturaleza que, de vez en cuando, nos da esta clase de sorpresas.
Fuentes:
Pedro Luna Jiménez. Santiago Ixcuintla. Notas para hilvanar su pasado. UAN. Congreso del Estado de Nayarit XXIX Legislatura, UTN, Preparatoria 2. UAN. 2009.
-Raúl Romero Gallardo. Santiago Ixcuintla y la inundación de 1926. pp. 218-235.
- Amado Aguirre. Informe que rinde el General Amado Aguirre, Presidente de la Comisión de Auxilios del Nayarit al C. General de División Plutarco Elías Calles, Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. pp. 236. pp 236-242.
- S/A San Lorenzo: La modernización productiva que se esfumó en 1913. pp. 203-207
Manuel Narváez Ávalos. La inundación de 1926. Periódico Vanguardia. Enero de 1997.
Diario El Informador. Guadalajara, Jalisco. Ediciones de los días 9, 10, 12, 14, 15 de enero de 1926. Archivo de la Hemeroteca Nacional Digital de México. (https://hndm.iib.unam.mx).
Éric J. Alfaro-Martínez, Gabriel Madriz-Sojo, Ronald Díaz Bolaños. “El Meganiño de 1925-1926 y sus repercusiones en la sociedad costarricense”. Universidad de Costa Rica. Diálogos. Revista Electrónica de Historia, vol 23, núm 1, 2021.
Tepic, Nayarit 18 de enero 2025