“Yazgo ahora en este plato, volar ya no puedo, / solo esos dientes rechinando veo. / ¡Pobre, pobre de mí! ¡Cuán negro estoy ahora y bien asado!”
El cisne asado (Carmina Burana)
Si usted no es un pollo o una oveja, continúe leyendo. El pasado 2 de diciembre fue publicado en el Diario Oficial de la Federación el decreto mediante el que se eleva a rango constitucional la prohibición del maltrato a los animales. La esencia de la modificación al texto constitucional, se plasma en el artículo cuarto de la Ley Fundamental. En dicho dispositivo, se establece que “Queda prohibido el maltrato a los animales. El Estado mexicano debe garantizar la protección, el trato adecuado, la conservación y el cuidado de los animales, en los términos que señalen las leyes respectivas”. Seguramente qué desde la perspectiva de un pollo, la reforma es positiva; no así para un chicharronero.
No obstante, de entrada, creo que a cualquier persona con menos de dos dedos de frente le surgirían dudas acerca del significado de lo ahí dispuesto. Se prohíbe dar maltrato a los animales. Se obliga al Estado mexicano a proteger a los animales. Se le obliga también a garantizar un trato adecuado, a conservar y a cuidar a los animales. ¿Qué significa maltrato, proteger, tratar adecuadamente, cuidar y conservar a los animales?
El maltrato a una persona o a un animal, se define como tratarle “con crueldad, dureza y desconsideración”. En esa lógica, en estricto sentido me parece que no puede haber peor maltrato para un ser vivo, que arrebatarle la vida.
Las matanzas están a la orden del día. Un trabajo de investigación de 2014 señala que entonces, al año, en México se sacrificaban unos mil 600 millones de animales. Eso quiere decir, que se mata a unos cuatro millones 384 mil animales por día. La estadística mundial es alucinante, pero no es parte del tema que aquí nos ocupa. De entrada, todos esos millones de animales son maltratados al extremo, se les arrebata la vida.
Se reproducen por millones los animales cuya existencia concluye para convertirse en alimento de millones de personas. Prácticamente toda la vida del animal es un martirio, es un maltrato constante. Solamente como ejemplo de lo anterior, podemos mencionar el transporte de esos animales desde los lugares donde son criados, hasta los lugares donde se realizan las matanzas. Podemos mencionar el caso de las aves (pollos), que se cargan en contenedores en cuyas plataformas son acomodadas cientos de jaulas de plástico. Ahí, los animales sufren de calor cuando las temperaturas ascienden o de frío en invierno. Reciben la fuerza del viento cuando viajan por carretera y de la lluvia en otros casos. Con la reforma constitucional, ¿los pollos van a recibir un trato adecuado transportándolos en autobús y con cinturones de seguridad?
Podemos leer un texto consignando que “La tendencia mundial se orienta hacia la mejora de las condiciones de bienestar de los animales durante el transporte, de tal forma de producir el menor estrés posible, minimizar los riesgos de lesiones y mantenerlos en un espacio confortable” (https://www.sag.gob.cl/ambitos-de-accion/transporte-de-animales). El documento mueve a risa siempre y cuando uno no sea un pollo: ¿a qué se refiere cuando se habla de “bienestar de los animales”?, ¿qué es un “espacio confortable” para un pollo que tiene como destino final el ser degollado e ingerido bien rostizado?
La Constitución Federal dispone que sea el Estado mexicano quien garantice “la protección, el trato adecuado, la conservación y el cuidado de los animales”. No se puede proteger a un animal que ha sido destinado para consumo humano. ¿Cómo se va a proteger a un pollo que tiene como futuro cierto y único, el dar vueltas y vueltas en un asador atravesado su decapitado cuerpo por una varilla de hierro? El único trato adecuado que puede recibir una vaca, es el que le da el carnicero cuando lo prepara en finos cortes. La única conservación de un pavo, es el del congelador y el único cuidado de un borrego, es el de sus criadores que lo miman para que engorde y aumente de peso.
El lenguaje sí importa. La reforma constitucional en sus términos gramaticales, bien podría haber sido redactada por el mismísimo André Breton. Es una surrealista reforma.
Frente a esta primera conclusión, ¿qué diablos debemos entender por esa protección, ese trato adecuado, esa conservación y ese cuidado de los animales? Creo que lo que se desea decir, no se dice y se dice una cosa diferente de lo que es la intención.
De ninguna manera voy a proponer una nueva redacción para esa porción constitucional. No es esa mi intención y eso tiene otra dimensión.
Para colmo de males, ese texto en la Ley de Leyes, redactado con tanta solemnidad, nada va a cambiar. Lo dispuesto en el Pacto Federal, resulta impráctico, hilarante, surrealista, irreflexivo e irrealizable. Ni siquiera podría concebirse como un texto elaborado con fines estéticos. Ni estética ni lógica podemos percibir en las palabras de la reforma.
En ese mismo decreto, también se consigna la reforma a una parte del artículo tercero de la Ley Fundamental. La modificación tiene como objetivo determinar lo que deben contener planes y programas de estudio. Enumero para simplificar: perspectiva de género, ciencias y humanidades, matemáticas, lecto-escritura, literacidad (¡!), historia, geografía, civismo, filosofía, tecnología, innovación, lenguas indígenas de nuestro país, lenguas extranjeras, educación física, deporte, artes (en especial la música, aclara la Constitución), estilos de vida saludables, educación sexual y reproductiva, cuidado al medio ambiente, protección de los animales, “entre otras”. Esos contenidos se pueden ampliar hasta el infinito, para eso sirve el dispositivo universal que se reduce a una sola palabra: “otros”.
En el caso que nos ocupa, llama la atención que la Constitución Federal ordene que los programas educativos deberán formar a los alumnos en el submundo de la “protección a los animales”. De nuevo, las implicaciones y complicaciones conceptuales, interpretativas del verbo “proteger”.
La segunda conclusión a la que podemos arribar, es sencilla: la reforma debe reformarse. Una reforma debe ser presidida por la racionalidad y por la inteligencia lingüística. Eso, o tercero: relajarse y morir de risa.