“Comer e ir al baño deben ser actos que sirvan a la santidad”, me enseñaron en mis tiernos años de fervor religioso. “Comer e ir al baño deben ser actos revolucionarios”, predicaban los adoctrinadores en mis bellos años de fe en el socialismo. “Comer e ir al baño deben ser llevados al nivel del arte”, exigían los escritores que trataron de que aprendiera narrativa. Cristianos, comunistas y artistas tenían algo en común: una pasión vital por aquello en que creían y por lo que hacían. Me formé con seres apasionados, extraordinarios. No sé si la edad me haga pensar que ahora ya no se hacen las cosas así, al menos en religión y política. Eso sí, sobra fanatismo e intolerancia; la búsqueda de lo extraordinario en lo cotidiano es aguja en el pajar.