Por Miguel González Lomelí
Doce. Catorce años de edad. La pujanza del apetito sexual no conoce descanso a esa edad.
En el humilde cine Nayar de Jala se exhibe una película, no importa cuál, en la que saldrá Tongolele ejecutando una de sus trepidantes danzas que expresan la rotundidad de la corporeidad de la inigualable diosa de la danza exótica.
Imposible perderse la expresión telúrica de la carnalidad contenida en esa estatua viviente.
Los asistentes no aullamos como en los cines de barrio de la Ciudad de México. Los pueblerinos asistimos mudos al ritual que ejecutan las piernas, muslos, caderas, vientre, senos, brazos y la imponderable cabellera qué parece dirigir las evoluciones y temblores del cuerpo.
Y es que, nuestra católica represión nos impide, aún en la semioscuridad de la sala dejar salir expresiones que se ahogan en nuestro interior.
Muchos años después, Ciudad de México: Chavela Vargas da en el teatro de la ciudad, Esperanza Iris, el que fue su penúltimo concierto, acompañada del cronista Carlos Monsiváis quien comentará la presentación .
Cuando llegamos, mi hija Aidé y yo que no perdíamos una presentación de Chavela, las puertas del teatro estaban cerradas y en la banqueta un tumulto de cien personas al menos, gritaban desaforadas que se les diera paso y se les acomodara en los pasillos o donde fuera.
Mi hija, que se pinda sola para resolver situaciones difíciles, se fue a una de las puertas de servicio y logró que el guardia se hiciera su cómplice y la dejara pasar. A grandes señas me llamó y un grupo de 8 ó 10 se nos unió a presionar sobre la dichosa puerta.
En un abrir y cerrar de ojos se hizo una mínima abertura y entre empujones, pisotones y jalones logramos colarnos a una pequeña oficina que ya estaba atestada igual que la escalera que sabía a la sala.
Mi hija subió de inmediato y me llamaba qué la siguiera.
De pronto, apretujada en el saloncito descubro a unos centímetros de mí a Tongolele, ¡por todos los dioses y espíritus del universo! ¡Cómo que estoy casi pegado a Tongolele, la diosa trepidante de mis años mozos!
Lo único que acerté a decir fue: Señora, desde joven he sido su gran admirador.
Clavó en mí las grandes centellas de sus ojos verdes y me dedicó la más amplia y franca de sus sonrisas.
Su estatura imponente, su porte y su elegancia completaban su imagen de diosa.
Y luego un comentario inesperado: “Tenemos que ponernos listos, si no. No vamos poder subir”
OH, oh,oh. Por un momento Tongolele me incluye en un plan con ella.
Como pudimos subimos y al llegar al primer piso cada quien se perdió para el otro en este fugaz encuentro de la vida.
Por eso, Señora Yolanda Montes, Señora Tongolele, le dedico este antihomenaje nada pesaroso porque su danza, los tambores, el bongó, los timbales y todo el jardín de las percusiones sigan en el más allá acompañando las explosiones carnales de su humanidad prodigiosa.
Tepic, febrero19/2025