Crónica meridiana | Jorge Enrique González
“A esta ceiba la nutrieron los huevos o el cerebro de Alejandro”. Debe ser cierto, porque en casi veinte años da sombra para más de doscientas personas. Y centímetro tras centímetro ha crecido un metro por año, poco más poco menos, según mis cálculos visuales.
El séptimo Festival de la Ceiba tuvo lugar este domingo en Aután, el poblado de San Blas, donde nació Alejandro Gascón Mercado (1932-2005), político de izquierdas y fundador del Partido de los Comunistas, a quien en 2003 se le entregó la credencial de militante número uno. Este año, además de conmemorar su 93 aniversario de natalicio, el evento sirvió para recordar la jornada electoral de 1975, aquella en la que se aseguró, siempre, que Alejandro había ganado la gubernatura de Nayarit, pero el poderoso sistema político mexicano de la época se la robó. Eso se dice, eso se dijo.
Bajo la frondosa ceiba de veinte metros de altura, poco más de un centenar de personas asistieron, sin que nadie se moviera ni abandonara su lugar por casi hora y media. No había acarreados, tampoco promesas de dádivas o beneficios: eran familiares, amigos del pueblo, viejos camaradas del PPS y del Partido de los Comunistas. Y aunque a los muertos los visitan, los visitamos, pocos, él previó un árbol para recibirlos.
Uno a uno, los oradores fueron tomando la palabra. Algunos lo conocieron en su juventud combativa; otros, en sus últimos años de vida. Hablaron de su tenacidad, de su entrega y de sus ideales que, según se dijo, “estuvieron a punto de asaltar el cielo, para darle al pueblo el poder de autodeterminarse”. Se le comparó con Salvador Allende y Fidel Castro.
“Alejandro no era él, era colectivo, era todos”, afirmó uno, dando a entender que su lucha no se limitó a una persona, sino a muchas, y a un movimiento con raíces profundas.
Se recordó a un médico, camarada de Alejandro, que entregó su tiempo para curar a las personas y a las comunidades. “Dio su tiempo y su dinero al movimiento. Atendió enfermos sin pedir nada a cambio y, además, aportó su dinero para sostener a la familia de Alejandro”.

Se destacó que Alejandro fue un hombre sin amarguras, ni siquiera en la derrota “Su lucha nunca termina, nunca terminará, porque el fin es que no existan ricos y pobres, sino que todos sean iguales”. Y como los seguirá habiendo, es eterno, pues.
También se habló de su gestión en el Ayuntamiento de Tepic (1972-1975), cuando el PPS logró ganar al PRI la primera alcaldía de un estado. “El dinero del municipio se entregaba a las comunidades para que ellas lo administraran”. “Empedró más calles que nadie antes, y la policía no se dedicaba a levantar borrachos, sino a llevarlos a casa. Sus mujeres no los querían recibir”.
Se evocó su congruencia. “Le ofrecieron la mitad de los puestos, la mitad del Congreso, o todo el Congreso a cambio de la gubernatura. Y él dijo: NO”. Para los suyos, Alejandro hizo de la política un poema, y quienes lo vieron luchar aseguran que “aprendió de los mejores, porque su padre le dijo: ‘Si quieres ser el mejor panadero, aprende del mejor panadero’. Alejandro decidió ser político, y fue a aprender con Vicente Lombardo Toledano”. Fue su secretario.
Recordaron su ideal comunista, marxista-leninista y ateo. Alejandro no quería ser enterrado con una cruz sobre su tumba; intentó comprar un terreno junto al panteón, pero no se lo vendieron. Quiso que su tumba alimentara una ceiba. “Y aquí está: con raíces profundas, creciendo, sin doblarse, como él”. La paradoja: un cora tereseño pidió ponerse de pie, como si ofreciera una misa preconciliar en latín, e hizo una breve oración en silencio (sólo movía sus labios) por su alma después de santiguarse, de espaldas a los fieles. En el décimo aniversario de su muerte, alguien comentó que la ceiba crecía un metro por año. “Se alimentó de sus huevos o de su cerebro”, dijo alguien entre discretas risas cómplices.
El festival cerró con orden. Se pidió a los asistentes esperar la comida, que habría un receso musical que tomaran la palabra algunos que deseaban hacerlo y dar tiempo para que aquellos que tuvieran que tomar vuelos pudieran retirarse sin prisa. La Banda interpretó la canción que Alejandro pedía cuando estaba enfermo: El Prieto Crispín.
/Y el Prieto se hizo pa un lado/Le hicieron varios disparos/De su yegua lo tumbaron/Le quitaron su pistola/Y luego lo apuñalearon.
La cerveza estaba en su punto.
Después, todos acudieron a la casa de don Luis Hernández, quien ofreció una comida para los asistentes.
Salgo del panteón al compás del corrido. Me alcanza el profesor Raúl Rea Carvajal y me agradece haber acudido. Nos dimos un abrazo. Mi mujer quiere mariscos con vista al mar. Yo sé que insistirá hasta que ceda.
Voy rumbo a la playa. No me abandonará toda la tarde y la noche entera una inquietud: ojalá la ceiba que crezca sobre mi tumba dé testimonio de mis huevos y mi cerebro.