“En gustos se rompen géneros”, reza un conocido refrán adaptado al mundo de la música. Aunque originalmente hacía referencia a las telas, hoy significa que, si un género no te satisface, siempre hay otros para explorar o incluso puedes crear uno nuevo. Muchos géneros musicales nacen como variantes de otros para atraer al público.
La música ha desempeñado múltiples roles a lo largo de la historia, y uno de los más poderosos es la protesta. Recientemente, el espectáculo de Kendrick Lamar en el Super Bowl fue una protesta convertida en concierto.
Históricamente, la música ha jugado un papel fundamental en la sociedad, desde los primeros tambores de cuero hasta los sintetizadores modernos. También ha estado vinculada a la parte más oscura de la sociedad, como la violencia. Aunque esto no es nuevo, la música ha servido de espejo de las tensiones sociales, políticas y culturales. Theodor Adorno, filósofo alemán, no comparte esta metáfora, proponiendo un paralelismo autónomo entre música y sociedad y considerando la música como “falsa” o “verdadera” dependiendo de si refleja el contexto social vigente.
Algunas composiciones reflejan la lucha por la libertad o el amor, mientras que otras narran la violencia, el sufrimiento y la muerte. En México, los narcocorridos se han convertido en un fenómeno cultural que no solo documenta la violencia del narcotráfico, sino que también la legitima y promueve en una parte significativa de la sociedad.
Como señala Pablo Hernández en su columna Cultura criminal, los narcocorridos, originados en los corridos mexicanos, han evolucionado de ser canciones de protesta o alabanza a héroes de la Revolución Mexicana a glorificar a los narcotraficantes. La violencia, el poder y la muerte son temas recurrentes en sus letras, que celebran la riqueza y ostentación asociada a estos personajes.
Anajilda Mondaca Cota, en su análisis de los narcocorridos, destaca que estos relatos van más allá de simples canciones. Son vehículos de la narcocultura, que no solo promueven el consumo y la violencia, sino que también crean una ideología que presenta al narcotraficante como un modelo de vida atractivo para los jóvenes. La fascinación por el poder, el dinero y el desprecio por la ley es fuerte en un contexto donde el Estado no siempre garantiza la seguridad y el bienestar social.
Este fenómeno no es exclusivo de los narcocorridos, ya que la música ha sido históricamente utilizada para documentar conflictos, guerras y sufrimientos. Desde la tradición épica medieval hasta las canciones de protesta contemporáneas, la música ha sido un canal para expresar la violencia, muchas veces sin censuras. Los narcocorridos siguen esta tradición, pero en un contexto donde la violencia ya no es solo un relato lejano, sino una realidad cotidiana para muchos en México.
Los narcocorridos no solo reflejan una narrativa violenta, sino que participan activamente en la construcción de una realidad social. Hoy en día, han dejado de ser simples canciones de advertencia o denuncia y se han convertido en una forma de identidad para quienes viven en territorios marcados por el narcotráfico. Se han consolidado como una herramienta cultural que normaliza lo que debería ser inaceptable. En estos relatos, la muerte, el ajuste de cuentas y el sicariato se presentan como formas legítimas de resolver conflictos, y la venganza se convierte en un acto de honor.
Los narcocorridos no solo narran historias; ofrecen una interpretación de la realidad aceptada o incluso admirada por parte de la sociedad. En lugar de ser solo entretenimiento, se han transformado en un vehículo ideológico que influye en la percepción de lo que es correcto o incorrecto. Por eso, es fundamental entender no solo el contenido de sus letras, sino también el contexto social que las respalda.
Es indiscutible que los narcocorridos han encontrado un nicho en la música popular mexicana, con una enorme difusión gracias a las redes sociales y plataformas digitales. Sin embargo, surge la pregunta: ¿qué impacto tienen estas canciones en la sociedad? Mientras algunos defienden la libertad de expresión y el derecho a contar historias sin censura, otros señalan la responsabilidad de la música en la construcción de valores sociales, lo que ha llevado a la censura en algunos lugares, como Nayarit, que recientemente prohibió este género en eventos públicos.
Los narcocorridos, en esencia, no solo representan la violencia, sino que perpetúan un ciclo. Al igual que los corridos tradicionales narraban la lucha por la independencia o la revolución, los narcocorridos relatan la violencia que se vive en las calles del México contemporáneo. Pero con una diferencia clave: en lugar de condenarla, la celebran. Y este es el gran desafío actual: ¿cómo cambiar esta narrativa? ¿Cómo transformar una historia que glorifica la violencia en una que promueva la paz, el entendimiento y la justicia? Existen intentos, como los corridos metafísicos o religiosos, pero no tienen el mismo impacto. ¿Por qué?
La música, como siempre, es un reflejo de la sociedad, aunque a algunos filósofos o sociólogos no les guste. Hoy, más que nunca, debe ser una herramienta de reflexión y cambio, no un perpetuador de la violencia que afecta a tantos. Los narcocorridos, como cualquier otro género musical, tiene el poder de influir en la sociedad, por lo que su contenido y forma de difusión deben ser objeto de un debate más profundo sobre lo que significa ser parte de una cultura que no solo resiste, sino que también transforma.
Un ejemplo de transformación del que soy testigo es el rap, que, aunque a menudo se asocia con pandillas, drogas y alcohol en su versión comercial, también tiene exponentes que han dado un giro al género. Desde 2016, el libro de texto de 3º de la Escuela Secundaria Obligatoria en la asignatura de Lengua Castellana y Literatura incluye actividades con letras de raperos contemporáneos españoles, en lugar de versos de escritores clásicos. Estas actividades ayudan a los estudiantes a identificar figuras literarias, lo que crea un vínculo más cercano con ellos, gracias al contexto adecuado.
Uno de estos raperos, Mohamed Sharif Fernández Méndez, conocido artísticamente como Sharif, expuso en una charla TEDx en 2017 los prejuicios que enfrenta el rap. Habló sobre cómo este género surgió en ambientes hostiles y se transformó en una forma de expresión contestataria. ¿Te suena familiar? Al final, realizó una comparación entre las letras a capella de varios de sus compañeros musicales y los textos de autores como Neruda, Cervantes, Quevedo, entre otros, sorprendiendo a muchos al encontrar notables similitudes y es que, aunque el rap no es poesía, su complejidad es innegable y deja en claro que la palabra (escrita o en canciones) tiene muchísimo poder.