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jueves, marzo 13, 2025
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AMLO y las víctimas del síndrome de Estocolmo

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Nunca ha sido bueno odiar. Por eso, sus detractores rabiosos siguen atorados con la figura del ex presidente Andrés López Obrador. El odio que les creció muy dentro, ahora se muestra como las flores del mal. En el otro extremo están los amorosos, obnubilados, fanatizados, ciegos y sordos, que no saben y no quieren ver al ser de carne y hueso, hecho de virtudes, pero también con defectos.

Lo atacaron mientras fue Presidente y ahora lo atacan porque es ex presidente y le atribuyen todos los males de todos los tiempos. El odio contra esa figura les cierra las puertas de la percepción y de la razón. No pueden analizar la realidad porque no la ven, sino que miran solamente el objeto de su odio enfermizo. Es verdad, para equilibrar, debemos mencionar lo que hay en las antípodas: ese amor enfermizo que tampoco permite ver la realidad y, por tanto, también cierra el paso a la racionalidad.

Durante décadas, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) estuvo presente en la escena pública. Supo aparecer en momentos clave de la vida nacional y desaparecer cuando el escenario era ocupado por otros personajes o acontecimientos. Durante los seis años al frente del Poder Ejecutivo Federal, prácticamente monopolizó los espacios de los medios de comunicación. Fue la estrella única en el firmamento de la vida pública de México.

La figura de AMLO se consolidó en los años de su paso por la Presidencia de México. Hoy es un personaje que es llevado y traído entre la historia, el mito y la leyenda. El once de septiembre de 1973, el Presidente de Chile, Salvador Allende emitía su último discurso desde el Palacio de la Moneda en Santiago, la capital de la República de Chile. Desde ese lugar, sostenía: “La historia es nuestra y la hacen los pueblos”. La historia la hacen los pueblos, y hacen los mitos, las leyendas y la religión.

En ocasiones, parece que la historia es contraria a los personajes que tienden a ser diabolizados. Eso pareció en sucesos históricos como la muerte de Jean-Paul Marat durante la Era del Terror, etapa brutal de la Revolución Francesa. Tras ser asesinado, Marat es trasladado al mundo de las divinidades; sus detractores lo diabolizaron, sus seguidores, se convirtieron en fieles creyentes de una nueva religión en él, era el mártir sacrificado con apaciguadora puñalada al corazón. He ahí otra paradoja, materializada por una mujer girondina acuchillando a un jacobino.

Algo parecido ocurre con la figura del ex presidente López Obrador. Los que lo odian y que repudian su recuerdo, lo tienen en la mente en todo momento. Me refiero a periodistas, a figuras públicas, a todas esas personas que cierran su mente a la razón y lo convierten en la fuente de todos los males. ¿A qué se debe tanto odio o tanto ciego amor por AMLO? Los que odian esa figura, ahora son víctimas de su propia cerrazón intelectual, han quedado atrapados en su propio laberinto, son víctimas del síndrome de Estocolmo.

Ese amor parece ciega veneración. Ese odio, parece ciega dependencia intelectual a una figura que les sirve para explicar lo que no les alcanza con la razón. La veneración puede explicarse dado que López Obrador personificó el amplio repudio social a un modelo social en el que las desigualdades llegaron a extremos ofensivos. El odio se relaciona con un poder perdido, con un pensamiento podrido; ambos se expresan descaradamente como nostalgia por las ollas de Egipto.

El análisis de la realidad no puede ni debe girar en torno a una sola figura. La realidad no se reduce a un solo personaje y el análisis de la historia resulta en simple biografía en tales ocasiones. La historia de las sociedades es compleja en extremo. La historia es un tejido de relaciones sociales, son estructuras económicas, son leyes sociales y económicas, es psicología de masas, es cultura y es ciencia (o anti ciencia, en su caso).

La historia de una persona es una biografía. Aun así, una biografía no puede separarse de su contexto. Una persona es el resto de las personas, se trata de esa otredad que Cummings denomina el “innumerable quien”. El contexto también importa para entender una biografía. Esta también nos remite a una tesis, la de Ortega y Gasset, la cual supone que uno es uno y su circunstancia. Esa circunstancia es más poderosa que el uno, aunque el uno explique en parte esa circunstancia.

Hay quienes no pueden ocultar que han enloquecido con una enfermedad que se podría denominar anti-lopismo, que es un mal crónico y degenerativo. El anti-lopismo es una enfermedad mental que se manifiesta como odio enloquecido contra el ex presidente. Aun así, no se lo quitan de la boca. Todo el tiempo se la pasan atacando al ausente y hasta lo quieren ver siendo entregado a las autoridades norteamericanas. Esos detractores sistemáticos, evidentemente han renunciado a la vida y a la inteligencia.

El análisis de la realidad requiere evaluar la mayor cantidad posible de variables que la constituyen. Sin duda, López Obrador es parte de esa realidad histórica y debe ser juzgado. Claro que tuvo aciertos y errores, virtudes y defectos, luces y sombras. Quienes solamente ven errores, defectos y sombras en la figura del ex titular del Poder Ejecutivo Federal, están condenados al fracaso intelectual y hasta moral. Parece que el juicio de la historia deberá esperar a que pasen las tormentas mentales de aquellos que tanto odian el recuerdo de López Obrador. Ese juicio ya empezó a desarrollarse y el equilibrio se impondrá en esa intención.

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