Por Maricarmen Núñez
Entre leyenda e historia, ahí están siete centurias que antier pasaron desapercibidas oficialmente cuando años atrás nos recordaban que los mexica originarios de Aztlán habían escuchado y atendido el llamado de Huitzilopochtli que les había dicho que debían marchar hacia nuevas tierras para fundar su reino donde estuviera posada un águila sobre un nopal mientras devoraba una serpiente, hallazgo que se registró el 13 de marzo de 1325 fundando así Tenochtitlán.
Explicado en códices, en relatos de la peregrinación y en el discurso político sexenal nos dice que Aztlán estaba ubicado en una isla desde la que emprenderían su viaje en masa en la que por cierto, se registraron deserciones pues algunos por su edad, por desesperación o por hartazgo, se alejaron del mandato original No fueron pocos los que se deslindaron del contingente ni pocos los que creían reconocer otras señales de la tierra prometida y hasta los que querían ser los primeros en llegar al destino con lo que dejarían de ser migrantes durante tantos años que según los Anales de Tlateloco, mencionan el día “4” Cuauhtli” (águila) del año “1 Tecpatl” 1064-1065 como el punto de partida del territorio de Aztlán-Colhuacán.
El placer por llegar a instalarse a la tierra divina, era ya casi olvidado por los mexicas cuyos tatarabuelos habían recibido el mensaje inicial, pero lo suficientemente poderoso como para ser considerado por los que se asentaron finalmente donde divisaron un águila devorando aquella serpiente, y donde por fin estarían fundando su ciudad. Esa era finalmente México-Tenochtitlán que la mayor parte de las fuentes históricas señalan como el 13 de marzo de 1325 como la fecha de la fundación.
En este sitio, sede de la organización social y económica de los pueblos de esa época y que hoy ocupa la capital mexicana, centro de los tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y –aún- el Judicial y donde se encuentran los vestigios que dan testimonio de este arribo y edificación de nuestra hoy ciudad cosmopolita cuyo origen ha sido exaltado en el discurso oficial, esta vez, a setecientos años de su fundación, quedó prácticamente olvidado, salvo por algunos grupos de antropólogos, etnólogos y uno que otro danzante que en aras de la cultura popular, prenden incienso por siete siglos de México-Tenochtitlan.
¡Cuánta falta hace nos haces: Rafael Díaz Mayorquín!