Por Maricarmen Núñez
El reloj electrónico del recinto legislativo marcaba las 10:15 del veintiocho de marzo del dos mil veinticinco y uno de los pocos varones asistentes a la Sesión Pública del Tercer Parlamento de Mujeres de Nayarit. Ubicado a mi izquierda, intentaba encontrar en mí, eco a su queja horaria: “impuntuales como todas las mujeres”. La activista sentada a mi derecha, al sentirse aludida, ejerció su derecho de réplica: “Siempre llegamos tarde porque hay que llevar hijos e hijas a la escuela; hay que preparar el lonche para los más grandes y para el marido mientras calienta el carro porque debe llegar a la hora a su oficina. Llegamos a destiempo porque hay que llevar el medicamento a los padres, madres y hasta suegros que no pueden valerse por sí mismos. Nosotras, siempre atemporales siempre porque el vecino tiene una discapacidad, pero no parientes. No somos como las inglesas porque el perro y el gato que son de todos, menos de nosotras, ocupan croquetas y agua fresca para todo el día. Las mujeres de triple jornada, llegamos tardíamente porque nunca estamos listas para que el señor de la casa nos dé un raite. Él no puede ser impuntual como el camión o la combi que tomamos en aras de aquello que somos un peligro al volante, salvo que por el alcoholímetro, seamos las conductoras designadas. Por esa y muchas razones, lo nuestro es llegar con tardanza…y si no me cree, pregúnteles a las Adelitas que llegaban atrás de sus hombres, pero una vez en el terreno de combate, ahí reponían su atraso con un abanico de tareas que más tarde declararon en periódicos postrevolucionarios: auxiliamos a los heridos; cocinábamos para los que tenían rango o no, pero que tenían hambre. Parimos en condiciones adversas. Adoptamos a quienes quedaban en orfandad, soledad o en el abandono por la gesta revolucionaria. Nos solidarizamos con las madres, padres, esposas, hijas e hijos ante la pérdida de su ser querido en el combate. Amortajamos, lloramos y rezamos por los muertos y además surgimos como musas en corridos, sones, poemas y pinturas. Tomamos las armas y, hasta dirigimos regimientos. En la refriega revolucionaria, contestábamos con orgullo ¿Quién vive? -¡México! -¿Qué regimiento? -¡El de Lola de Osorio! nombre de la tropa que dirigía Dolores Cárdenas Aréchiga, feminista y mayora del Ejército en la División del Norte de Francisco Villa que una vez terminada la guerra de la Revolución, guardó sus condecoraciones militares para tomar el gis y por medio siglo, dedicarse a impartir clases en el medio rural nayarita. El reloj avanzaba en el pleno de la sala legislativa: 10:25 horas.
Llegamos tarde porque fue mucha la resistencia para que nosotras fuéramos a las urnas hace apenas siete décadas. Arribamos tarde porque no contábamos con el derecho para rentar o comprar una vivienda; porque estaban cerradas las puertas laborales remuneradas y negado el pupitre en la universidad, en la redacción y en la empresa. Siempre tarde porque no éramos capaces de regular nuestro reloj reproductivo hasta la llegada de los anticonceptivos y teníamos que someternos a una maternidad continua y a un estado civil decidido por otros. ¡Llegamos tarde, pero llegamos!
Eran las 10: 30 horas, se escuchaba por el micrófono: ¡Se abre la sesión del Tercer Parlamento de Mujeres en este Honorable Congreso del Estado! La mujer que daba sus razones por la apertura de la sesión, apuró con tono legislativo para rubricar su argumento: ¡Es cuanto! El hombre que a todas luces se había sentado en el lugar y el momento equivocado, se apuró a contrarreplicar: ¡Es cuento!