La Casa de Colores fue por dos días casa donde el Club Rotario Tepic Paraíso fue anfitrión de nayaritas que viajaron desde la sierra para estudiar. Treinta y ocho voluntarios de la salud, representantes de 19 localidades indígenas, que arribaron con esperanzas renovadas y con la ilusión de llevar a sus comunidades el conocimiento capaz de salvar vidas. Hubo quienes atravesaron senderos escarpados y recorrieron horas de trayecto con tal de no perder ni un minuto de aprendizaje. Esa determinación marcó la identidad de una jornada memorable.
Era un ir y venir de batas blancas y voces firmes que daban instrucciones. Cruz Roja Mexicana, IMSS-Bienestar y los Servicios de Salud de Nayarit se convirtieron en guías generosos, compartiendo la teoría y la práctica de primeros auxilios, atención a lesiones y prevención de enfermedades cutáneas derivadas de la intensa radiación solar. Se sumó, con precisión y cordialidad, la dermatóloga y rotaria Lorena de la Cruz, cuya sapiencia en afecciones de la piel se vio reforzada por su compromiso solidario.
Se observó empeño especial: dotar a los participantes de herramientas y confianza para enfrentar emergencias. Hubo simulaciones de rescates improvisados, reflexiones sobre los efectos de la violencia en la salud y un repaso riguroso de las plantas medicinales que, en manos de un herbolario experimentado, pueden obrar prodigios. Todo se resumía en una consigna: multiplicar el conocimiento allá donde las ambulancias llegan con demasiada tardanza.
Más allá de la técnica, la experiencia dejó una huella humana profunda. En cada testimonio emergía el anhelo de socorrer al vecino, al compadre, a la familia que aguarda soluciones contra el dolor o el infortunio. Se apreciaba la sencillez de quien alza la mano para aprender y termina compartiendo lo aprendido.
La labor del Club Rotario Tepic Paraíso es una constante. Desde la organización de los talleres hasta la hospitalidad brindada –hospedaje, alimentación y entrega de materiales–, los rotarios cuidaron de que ningún voluntario se quedara rezagado. Aportaron oxímetros, básculas, medicamentos y un repertorio de instrumentos médicos básicos que entusiasmaron a quienes, día a día, se hallan frente a la adversidad de la montaña, la lejanía de un hospital, la ausencia de especialistas.
Esa solidaridad se vio reflejada en historias que conmovían por su franqueza. Un voluntario relató cómo, ante un parto inesperado, se valió de las lecciones aprendidas para traer una nueva vida al mundo, mientras otros hablaron de haber visto la muerte demasiado cerca, frenada sólo por la esperanza en un suero antialacrán.
Al concluir, el agradecimiento se hizo presente. Las voces de enfermeros y voluntarios se mezclaban con la satisfacción de los ponentes, convencidos de que, en esos dos días, habían sembrado semilla fértil en cada paraje distante de la urbe. Se despidieron entre abrazos, promesas de volver y el orgullo de saberse parte de un mismo latido humanitario.
Allí, visibles los efectos de la jornada, se entendía que el cometido de salvar vidas va más allá de la técnica. Es un arte tejido en comunidad, impulsado por el afán de dar sin esperar más que la sonrisa del otro. Y el Club Rotario Tepic Paraíso lo hizo otra vez: mostró que dar un pan mitiga el hambre, y hay que hacerlo, pero enseñar a preparar la maza tiene efectos duraderos. Las evidencias de esa convicción serán la salud recuperada y las vidas salvadas.