Por Itzel Alejandra
¿Por qué deberíamos interesarnos, al menos tantito, en la elección de jueces y magistrados?
A la mayoría le da igual. A la mayoría le vale madres. Y no los culpo.
La elección judicial no es tema de sobremesa ni de memes virales. Pero tampoco es invisible. Hay quienes se informan, quienes desconfían con razón, quienes miran con inquietud las reformas que pronto se expresarán en las urnas. Hay quienes entienden que lo que pasa en los tribunales no es ajeno, que ahí también se define nuestro país.
No todos los candidatos han sido propuestos por Morena, pero si dejamos de votar, si renunciamos a participar, los que sí tienen el respaldo oficialista —y su maquinaria— serán los que lleguen
Ya comenzó el proceso. La maquinaria está en marcha y, con ella, la propuesta de que el pueblo “elija” directamente a jueces, magistrados y ministros. A simple vista, suena democrático. Suena bonito. Pero… ¿quién eligió a los candidatos que podremos votar?, ¿quién los impulsa?, ¿quién controla la narrativa, los recursos, la visibilidad?
No todos los candidatos han sido propuestos por Morena, pero si dejamos de votar, si renunciamos a participar, los que sí tienen el respaldo oficialista —y su maquinaria— serán los que lleguen. Han probado ya su eficiencia. Porque cuando hay apatía, gana quien ya tiene el poder.
¿De verdad estamos eligiendo si sólo unos cuantos dominan el escenario? ¿Y qué pasa cuando el Ejecutivo –el expresidente o la presidenta–, el poder más visible y mediático también, controla el Judicial?
Entonces, el equilibrio se rompe. Entonces, los contrapesos se derriten como hielo en Tepic. Entonces, el poder ya no se divide: se concentra.
La separación de poderes no es una obsesión de fifís ni una fórmula vieja de libro de texto. Es una salvaguarda. Es el freno que impide que el poder haga lo que quiera, cuando quiera y contra quien quiera. Cuando el Poder Judicial se vuelve una extensión del Ejecutivo, ya no juzga: obedece. Ya hemos tenido prueba de sobra. Y cuando eso pasa, la justicia se convierte en espectáculo o en amenaza.
¿Quién va a defender al ciudadano cuando el Estado le pise los talones? ¿Quién le dirá “no” a la Presidenta, al gobernador, si todos le deben el puesto? ¿Quién va a revisar la constitucionalidad de las leyes si el tribunal se llena de incondicionales al poder?
Es fácil no interesarse. Es cómodo decir: “yo no entiendo de esas cosas”, “eso no me afecta”, “los jueces son corruptos de todos modos”. ¿Pero no es el desinterés también es una forma de rendición? Rendirse ante el poder absoluto nunca termina bien.
El Poder Judicial no debería estar al servicio de nadie. Ni de la Presidenta, ni del partido, ni de los intereses que se disfrazan de pueblo. Menos aún del que despacha en el sureste. Debería estar al servicio de la Constitución
Informarse —aunque sea tantito— es una forma de resistencia. Preguntar, discutir, dudar, es ya un acto político. No hace falta ser experto en derecho. Basta con entender que cuando todos los caminos llevan al mismo despacho, ya no estamos en una democracia: estamos en un diseño de control.
El Poder Judicial no debería estar al servicio de nadie. Ni de la Presidenta, ni del partido, ni de los intereses que se disfrazan de pueblo. Menos aún del que despacha en el sureste. Debería estar al servicio de la Constitución. Y por eso, aunque no lo veamos en el noticiero, o escuchemos en la radio, aunque no nos lo griten desde un templete, aunque nos dé flojera o miedo o hueva, importa.
Importa quién juzga. Importa cómo se elige. Importa que el poder, por poderoso que sea, tenga a alguien que lo mire a los ojos y le diga: hasta aquí.