Cuando Antonio Echevarría Domínguez arrancó su campaña para gobernador, en 1999, alguien dijo que su esposa tenía carácter. No era una crítica. Era una advertencia. Desde ese momento, la figura de Martha Elena García empezó a tallarse con cincel propio en la piedra de la política nayarita. Se propusieron arrebatarle el poder al PRI y sabían que el reto era girante, para algunos imposible, para ellos no. Por eso tenía que haber dos compañas en una sola. Él y ella tenían agenda y gira propias, todos los días, sin descanso. “Aquí estoy yo para apoyarte”, decía ella en un anuncio televisivo que muchos recuerdan todavía 26 años después.
Martha Elena no era improvisada. Había recorrido caminos de servicio sin reflectores en la Fundación Álica y en instituciones como Cáritas. Al frente del DIF estatal, tras el descalabro del PRI, aprendió dos cosas: que la política sin alma no sirve, y que la compasión, sin estructura, se vuelve caridad inútil. No regaló cosas. Organizó. Escuchó. Se ganó respeto. De los que ayudan. Y de los que no. Destaquemos tres programas exitosos: Casas de la Mujer, Implantes Cocleares, Árbol de los Deseos.
Hoy es día de la Santa Cruz. Es también su día. El de su 80 cumpleaños. Lo festejará por muchos días con su familia y con sus amigos. Porque la gente que la quiere es mucha, esté o no en un cargo público, esté o no esté en campaña. Puede ir a un restaurante o a un estadio y ser saludada como una estrella de rock. No cualquiera.
Volvamos a una reseña de su extensa historia de servicio:
Cuando el primer Echevarría dejó el cargo, ella no volvió al silencio. Pidió pista. Dijo que quería ser candidata. El sistema se incomodó. Una mujer, ex primera dama, aspirando a gobernar. No era común. Los que le ofrecieron todo, se echaron para atrás. Nadie creyó que fuera en serio. Ella sí.
Le dijeron que se esperara. Que no era su tiempo. Se fue. Se cambió de partido. Tocó otras puertas. Y años después, en 2009, regresó, no como acompañante, sino como diputada federal. De mayoría. Electa por su tierra en una gran batalla electoral. Fue a la Cámara con las manos llenas de demandas ciudadanas y la voz fortalecida por la experiencia.

Presidió la Comisión de Equidad de Género. Logró el mayor presupuesto etiquetado para mujeres en la historia legislativa del país. No lo presumió. Trabajó. Y cuando le preguntaban qué hacía ahí, respondía: “Lo que siempre he hecho. Cuidar a los demás”.
En 2011, retomó su aspiración a la candidatura. Ahora sí, por la gubernatura. Campaña dura. El aparato en contra. La falsa oposición maniobró. Todo el dinero del mundo en contra, mucho más de lo permitido por la ley. Recorrió el estado con una voz más firme que las de muchos hombres.. Ahora el poder político se impuso. Ella no se desmoronó. Ni huyó. Regresó al trabajo. Al Congreso. A las calles.
De 2012 a 2018, fue senadora. Nuevamente, temas sociales: La histórica ley a favor de la niñez y adolescencia. Igualdad. Derechos humanos. También ahí se hizo notar. Siempre por algo que consideraba más urgente: ayudar en el terreno.

Después, nuevamente diputada. De 2018 a 2021. Otra legislatura. Otra etapa. Sostuvo sus banderas. No cambió su tono. No suavizó sus demandas. A nadie le quedó duda de que su carrera era un trabajo sin pausas
Fue una política sin partido único. Militó donde pudo servir. No se casó con siglas. Se casó con causas. Y eso, en México, suele cobrarse caro. A ella no le importó. Supo cuándo hablar y cuándo resistir. Cuándo avanzar y cuándo negociar. No todos saben.

No la definen sus cargos. Ni sus discursos. La definen sus decisiones. Las que tomó cuando todos dudaban. Las que sostuvo cuando nadie apoyaba. Las que no abandonó cuando ya no daban votos. Esa constancia es la que más cuesta.
Los que se beneficiaron de su trabajo y labor en el DIF, con sus aportaciones legislativas por 12 años, los apoyos de su bolsillo, las gestiones ante las empresas de la que es accionista celebran hoy un trayecto. El de una mujer que hizo política antes de que fuera moda decir que las mujeres podían. Que se impuso sin romper. Que resistió sin gritar. Y que sirvió sin pedir aplausos.

Martha Elena García seguirá con el mismo entusiasmo. Con la memoria llena de luchas. Las que se ganaron, que fueron muchas. La que no, que fue una sola. Pero todas dejaron huella.