Meridiano | Reporte especial
La 88ª Convención Bancaria no fue este año un evento más del calendario económico nacional: se convirtió en el termómetro político-financiero de una nueva realidad geopolítica. Con Donald Trump de vuelta en la presidencia de Estados Unidos y sus políticas proteccionistas nuevamente en marcha, el gobierno mexicano y los principales actores del sector financiero se reunieron en el complejo turístico Vidanta, en Nuevo Nayarit, para construir un frente común que les permita resistir lo que muchos ya llaman el “huracán Trump”.
La presidenta Claudia Sheinbaum acudió al encuentro con una narrativa clara: acercarse a la banca sin ceder principios. Frente a un escenario internacional adverso, marcado por un endurecimiento del comercio y una creciente presión sobre las exportaciones mexicanas, Sheinbaum propuso una ruta de colaboración que no había sido posible —o deseada— en sexenios anteriores.
En su intervención, la mandataria no dudó en señalar la contradicción de una banca con utilidades récord, pero con un bajo índice de financiamiento respecto al PIB (solo 33%). Como respuesta, anunció junto a la Asociación de Bancos de México un acuerdo para aumentar 3.5% anual el crédito a pequeñas y medianas empresas, con la meta de alcanzar una cobertura del 30% al final de su sexenio. No se trató de un acto simbólico, sino de una señal de rumbo: ante el cierre de puertas en el norte, México necesita fortalecer su músculo económico desde adentro.
En este contexto, Nayarit se volvió mucho más que sede: fue el escenario de un viraje en el tono de la relación entre el Estado y los bancos. Emilio Romano, nuevo presidente de la Asociación de Bancos de México, subrayó la disposición al diálogo como un activo frente a la incertidumbre. Propuso además profundizar la integración financiera con Estados Unidos, pero bajo nuevas reglas de cooperación y control, especialmente en temas como el lavado de dinero.
El contraste con el sexenio anterior es evidente. Donde antes hubo confrontación y distancia, hoy hay cálculo, pragmatismo y una apuesta por la corresponsabilidad. Este nuevo clima —más templado que complaciente— es leído por analistas como una estrategia de contención ante las políticas disruptivas de Trump, pero también como una oportunidad para reorientar el modelo de crecimiento interno.
La convención no solo mostró voluntad política. También dejó ver que Morena, en el poder federal, empieza a construir nuevas formas de relacionarse con el capital, sin renunciar a su narrativa de transformación. Nayarit, normalmente ajeno a los grandes titulares económicos, se convirtió por unos días en la capital del ajuste estratégico entre dos fuerzas que hasta hace poco se observaban con desconfianza mutua.
El verdadero desafío, sin embargo, apenas comienza: convertir la disposición en resultados, blindar a la economía nacional de los efectos de una administración estadounidense impredecible, y lograr que el crédito —como tantas veces prometido— finalmente llegue a quienes más lo necesitan.